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ISSN 2684-0626

 

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Psicodelia y génesis

Sobre La última bohemia para la Nueva Tierra, de Lucas Gómez Cano

Por Pablo Toblli |

Los suspensos de la conciencia y, por ende, del espacio/tiempo son la tónica de esta prosa que se teje en la frase corta y fragmentada como si sobrevolarían pequeñas estalactitas del pensamiento sobre la psicodelia que implica la connotación y la ebullición de un génesis. Así, sobre una escritura elíptica, por momentos lírica, a partir de ciertos entrevisiones y susurros de la percepción, la gran imaginería de la novela es la propedéutica de un futuro mejor. Cozumel -una canción que suena- es como estar flotando en una isla hacia el encuentro esperado:

Cierro los ojos.

Una colina entre verde y violeta. Fosforescente. Colores vivos, mejor dicho. Desde el televisor suena un disco de Gustavo Cerati y Daniel Melero. Colores Santos. El aire ríe, sin respuesta. Se escucha que dice a lo lejos Cerati. Como murmurándome. Y viene un sujeto de barba y pelo castaño hacia atrás. No habla, sino que me traspasa información.

Como un médium de premoniciones, La última bohemia para la Nueva Tierra se urde en la antesala psicodélica más que en el candor de un presente o en la canonización de un pasado, en oposición a otras novelas que abordan el significante poroso de la bohemia. El narrador protagonista anhela, y efectivamente, por momentos, logra que su labor como artista/reseñista deje de ser “hippie ad hoc” y se inscriba en los circuitos de producción estandarizada y reglada. Le comienza a llover dinero en su cuenta bancaria. Compra buenos vinos. Él es un escritor oriundo de Tucumán que alucina con la consolidación de un campo literario, de allí las referencias a escritores de su provincia como Tomás Eloy Martínez o María Belén Aguirre.

Pero antes de que llegue toda consolidación, históricamente el campo cultural de Tucumán ha funcionado y funciona como una psicodelia, en la que se fragua un reservorio de corrientes estéticas diversas. La situación de ser periferia, sin muchas posibilidades de acceder a los cánones de las artes por una falta de proyección de los productos, también genera este movimiento caótico. En distintos momentos, pareciera que Tucumán funciona como un campo aislado de los otros, cuya segregación genera el frenetismo de toda locura, pero también allí, su libertad. Basta ver cómo esta acera brillo-luctuosa genera movimientos que no están muchas veces en consonancia con las conspicuas modas artísticas del país y sus influencias, fundamentalmente de Europa. Así, la línea de la evolución artística en esta provincia no puede sino ser psicodélica y serpenteante; de marchas y contramarchas. En este sentido, la novela de Cano en su aspecto indie, rememora esa “triste-alegría” ostentada de los artistas tucumanos, en donde la precariedad con la que se debe lidiar propugna “el ya no hay nada que perder” y arroja romanticismos de proezas, pero sobre todo autonomías, solturas estéticas y desahogo.

Esta orfandad que siempre signó al campo cultural de nuestra provincia hace que, olvidados de la mano de Dios, “no escribamos, ni toquemos, ni pintemos para nadie”, sino que dinamitemos productos que responden a deseos entusiastas de un puñado de personas. Diversos ejemplos de este fenómeno abogan esta tendencia, como por ejemplo, la gran movida punk en el arco temporal 2000-2010 o de pronto poetas que por aquellos años revisitaban estéticas antiquísimas como el simbolismo, mientras la tendencia en Buenos Aires seguía siendo lo urbano, lo oral; eso que luego desembocó en la poesía de slam.

Citas y génesis

La novela tiene diversas referencias a aquellos signos que consideramos emblemas de lo que fue el ser-bohemio para nuestra generación, como las películas de Godard, el neorrealismo italiano, las drogas y el rock. Los modos de consumo de esta generación, actualmente mayor a 30 años, en el epílogo de la modernidad tardía, hacían de algunos productos los ideales de una juventud sagrada, poética y heroica. Esto se trasladó a una pulsión en busca de un absoluto, cuyos modelos de conquista más palpables estaban en el rock y la ilusión de una vida aclamada, autosuficiente, excéntrica; de talento y dinero; de anhelos trascendentes. Todo eso con lo que algunos nos cocinamos la cabeza viendo en los documentales:

Aquí, solitario. Siento que cargo en mi envase a todos los sueños fracasados de mi ciudad que vienen por una revancha. […] Es aquí, justo en nuestras narices donde la magia sucede. Y no lo notamos. Argentina, el lugar donde hay más rockeros que en Inglaterra y Norteamérica juntas. Aún en castellano. Pero falta traspasar el umbral. Siendo sinceros con nosotros mismos lo lograremos.

Indefectiblemente.

El día que apagaron la luz, esa célebre canción de García, en la novela es un constructo que recorre una cosmovisión. El autor toma esa figura antitética que encierra la letra: cuando apaguen la luz será el día del nuevo mundo, una nueva oscuridad primigenia, un génesis que se presagia en una última bohemia que encierra su doble carácter: lo sórdido y luminoso confluyendo. Luego, los sueños se cumplen, tienen que cumplirse; de allí la declamación del personaje entre anhelos y presagios, para construir un tiempo en el que la profesionalización del arte para sus trabajadores fuera del sistema será una realidad. Además, en dicha euforia discursiva, el narrador, en un gesto popular, rebasa su deseo para que esta proclama trastoque a los otros laburantes:

Y ahora habla Charly García. El día que apagaron la luz. Llegará el día en que estemos juntos, haciendo todo para este mundo.

Luces. Desde todos los que alguna vez soñamos con un mundo mejor.  

[…] Porque, como dice Charly García y sinfín de escritores. El apagón. El día que apagaron la luz, se armarán campamentos. Y allí estarán todos esos muchachos y muchachas tan nobles que no saben dónde ir para ayudar al prójimo. Y a veces terminan en partidos políticos de izquierda o centro izquierda.

[…]

Y estaremos todos juntos por un bien común.

Y vos en ese campamento.

Sonrío.

Y lloro.

Y me renuevo.

Tierra fértil.

El libro no es una despedida, no pone el foco en lo que se va, con personajes nostalgiosos y desencantados, que están más allá de todo, como me imaginé cuando leí el título: una novela de esas con un personaje varón, fálico a lo Bukowski que pavonea su virtuosismo subjetivo, lo cual le hace tener una distancia con el mundo desde su torremarfilismo intelectual y sensible. Pero no. Los personajes de esta novela son más templados y matizados; más resilientes. A diferencia de la despedida de Rimbaud, en donde hay un sujeto desertor de lo poético porque sus búsquedas de los sentidos le revelan -al final del rescoldo lírico- una imposibilidad, tal como sostiene en su último poema Lo imposible de Una temporada en el infierno, pareciera que luego de la última Bohemia de Cano todo será posible, que no habrá la deserción obligada luego de la juventud inocente del artista. Esta búsqueda se cristaliza, entre otras cosas, en el emplazamiento vertical de algunas frases, como si fuesen retazos de poemas, flashes del pensar intuitivo: una valorización y una certeza que se ligan con la sintaxis perentoria de la frase corta, que no interrumpe, que no se extravía en los circunloquios, que no vuelve sobre sus pasos para anular las convicciones como Rimbaud, sino que es el manejo de una confianza y el brillo macizo para el narrador, como una roca en una playa que encripta los mensajes en una prosa que habilita, que preclarea en el lobby del deseo.


La última bohemia para la Nueva Tierra, de Lucas Gómez Cano (La Papa Editorial, 2022)

Ilustración de tapa: Tamara Sandilli

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