Por Fernanda Limón |
Las manos sucias se abren boca arriba para recibir el chorro de spray, alcohol al 70%, dispensado por una astronauta toda forrada en plásticos y telas. Solo se ven a través de la máscara y los lentes, unos ojos marrones muy abiertos y atentos que preguntan qué pasó. El hombre, cosechero de limón, se viene aguantando el dolor de espalda desde hace dos semanas. No le gusta ir a la clínica. No le gustan los médicos ni las pastillas. Tampoco se le entiende cuando habla. Sin embargo, esta semana es la tercera vez que acude, primero fue la chiquita con los bronquios, después fue el hijo con el accidente y ahora este ardor que no da más. Su barrio queda en la periferia de este centro, se vino en la moto, es muy temprano.
-Vengo por el inyectable- como única respuesta a todos los interrogantes que le hacen. No sabe si es diabético o hipertenso, come lo que le prepare su mujer. Trabaja en negro, como todos, anda con las manos enterradas. Ahora, el barro que se formó con el higienizante le incomoda, se saca la campera y se seca mientras tanto. Le toman la presión, le controlan varias cosas.
-Cómo es su dieta- le pregunta una enfermera. Qué tendrá que ver el chancho con el culo.
-Andoi orinando sangre- data determinante que en la guardia cambia su rumbo, irá directamente al hospital.
La doctora recordará esas manos, como tantas otras que verá en el día, cual evento remarcable y lo compartirá con sus compañeras y colegas de trabajo.
-Che, no puede sé cómo vienen. Ni se lavan. Están recontra descuidados. Les decís y no les importa nada. Quieren el tratamiento y a la mierda, -asiente el personal de turno-, la lucha diaria, la gente que no entiende, claro. El pasaje del área de atención a la cocina se hace sin elementos de protección personal. Cinco pasos del lavado de manos.
-Dani tenés una derivación- el chofer de la ambulancia acababa de empezar a engullir el platazo del almuerzo y con el buche lleno revolea los ojos y con la mano indica que espere un poquito. A veinte metros, dos puertas mediante, el paciente intenta llamar desde un celular viejo, sin crédito, a su vecino para que avise en su casa que no vuelve. Vive en Nueva Esperanza.
La Vicky peló las papas con las hornallas prendidas en la cocina del servicio. Se empañaron los vidrios. Se fue entibiando el ambiente y aunque las ventanas y la puerta estaban cerradas, el olor de la comida llegó a través del pasillo hasta el otro extremo de la cuadra. Son tan perfumadas las verduras, desde su paso a la llegada dejaron una estela y arrancó el hambre colectivo. Trajo las bolsas de los verduleros ambulantes locales. La olla burbujeante recibió los trozos de tubérculo con los de zapallo y se convirtió en el contenedor del puré. El puré es más suave con zapallo. Hoy quieren hacer dieta. Para lo acordado, cuidarse un toque más, comieron pesado el fin de semana. Dieta sería purecito y bifecito de pollo. Pero la cocinera le pone onda y al bife le tira pimiento, cebolla, salsa de tomate y huevo. Van llegando.
-¡Qué “hambrosio”! Picamos algo con el desayuno muy temprano y ya son las 12 del mediodía. Tres emergencias posta, lo demás puro moco.
-¡Ay! Yo quería papa al horno.
-Qué ricoooooor.
-¡Así ni voy a poder ser vegana Virginia!
Les convoca el almuerzo. Es lunes. Son los que están. El ritual durará lo que tenga que durar pues alerta permanente y lotería de sucesos. En lo más parecido a una comida familiar el equipo de salud comparte. Dani se clava tres bocados y traga dejando a medias todo. Sale a arrancar la nave del transporte. Las demás se quedan saboreando la exquisitez a sabiendas de quedar pupulas e inhabilitadas por unos minutos. Ya fue todo.
La cocinera chocha y regocijada se va hacia su casa, cocinará ahora para sus hijes. La busca el marido en la camioneta. La camioneta y la ambulancia arrancan casi al mismo tiempo. En el camino, piensa, su abuela la esperaba los jueves después de la escuela para comer. Muy a menudo preparaba la comida favorita de aquel momento: papas fritas con huevos fritos. Suena simple y no lo es. La forma en que ella cortaba las papas así de finitas en óvalos, el aceite que usaba, la cantidad que le ponía, la forma de darla vuelta a la cuestión en la sartén, la sartén en sí misma. Y sus manos, artífices del mismísimo cielo. Ella compraba las papas en el super Vea, las verdulerías de la vuelta eran careras e inconsistentes, a veces traían buena merca y otras muchas, cosas pasadas o feas. La abuela Rosa, que era de un pueblo de Europa en donde por años de años la familia había tenido un huerto, ya no quería saber nada con eso. Siempre andar limpia. Que no parezca que has estado cosechando, papas con uñas de batatas. Esas eran cosas de antes. Si supiera… Le llega una foto al celular, es su hija sonriente sin dientes sosteniendo en una mano un manojo de raíces y pelotas comestibles arrancadas de la maceta del balcón. El marido la mira de reojo:
-Ustedes van a comer eso, a mí dame la vaca.
-Papá eso es tóxico- agrega la adolescente, desde el asiento trasero.
-Tóxica es la papa cruda.
-Qué tendrá que ver el chancho con el culo.
Al final ahí sigue el Dani, no se fueron todavía. Debe llegar un familiar acompañante para el traslado. El paciente está mejor, le pusieron un calmante. Al ayudarlo a subir a la ambulancia se pegotean ambos con un poco de puré que traía, hace unos minutos, colgando de la manga. Le pone más gel en las manos, se pone otra vez gel en las manos, se limpian y siguen esperando. En Nueva Esperanza quedará una olla prendida al mango cuando doña Valeria salga corriendo tras la noticia de que don Oscar está en la emergencia y la necesitan para ir a la ciudad.
Fernanda Limón es María Fernanda González Robledo. Nació en Tucumán, en abril de 1989. Es médica (UNT), especialista en Políticas Públicas y Justicia de Género (CLACSO). Publicó relatos, cuentos y poemas en ¿Y vos qué contás doc? (Cátedra de Antropología Médica, UNT, 2013); en Mujeres Empoderadas (Niña Pez Ediciones, 2020) y Poemas desde el Encierro (Niña Pez Ediciones 2020).
Muy lindo escrito. Cotidiano e hiper real, sobre todo el trato que reciben muchas personas en los hospitales.