Por Fabricio Jiménez Osorio |
La primera vez que me hablaron de Juan José Hernández fue chateando con un profesor de Puán acerca de escritores gays argentinos. A la Juanjo me la catalogaron como «injustamente olvidado», y eso me llamó mucho la atención. Tiempo después me hice muy amigo de su sobrina nieta, a través de un amigo que hace poco dejó a mi cuidado su volumen de la narrativa completa de la Juanjo. Dicha edición reúne la totalidad de sus novelas y cuentos, cuyo periodo de publicación va desde los años 60 hasta la primera mitad del 2000.
Por recomendación de mi amiga lo empecé al libro desde la página 295. Ahí es donde empieza una historia potente y de prosa hipnótica, llamada «La señorita Estrella». Juanjo ahí nos cuenta la vida de una joven tucumana soñadora y apasionada. El personaje central es quien narra todo, y se llama Estrella. Estrella acaba de cumplir 18 años, es maestra, y junto a su tía Milagros cuida de su padre, que a raíz de un ataque quedó discapacitado.
Leer este cuento no es leer una historia, sino mucho más que eso: es leer una vida. Porque encierra, o mejor dicho, despliega un abanico de historias, y eso hace sentir al lector estar ante una novela condensada, o mejor dicho, dentro de ella. En ese sentido cumple con un elemental consejo de Borges: narrar como si se estuviera contando la sinopsis del cuento mismo.
Estrella habla de muchas cosas, entre esas de sus relaciones con al menos tres personajes clave: su padre, su tía Milagros, y su amiga Mabel. Con su padre mantiene una relación de hija única, siendo con él celosa y posesiva. Esta relación se ve interrumpida en sucesivas oportunidades y de diversas maneras. Por un lado, mediante las intervenciones de una alcohólica tía Milagros, personaje que nadie desearía tener como tía y que, además, detesta a nuestra protagonista. Por otro lado, por Mabel, que es la mejor amiga de Estrella. A Mabel la conoce en el colegio Hermanas Esclavas, y con ella desarrolla un romance entrañable. Más adelante aparece una tercera mujer que interfiere en la relación de Estrella y su padre, que es una viuda española llamada Hortensia, con la que el padre de Estrella genera un vínculo amoroso.
Lo que refuerza la idea de un posible deseo incestuoso por parte de Estrella hacia su padre, es un conjunto de hechos compuesto por su necesidad de encontrarse físicamente parecida a su madre (a quién no llegó a conocer más que por fotos, ya que esta murió al darla a luz); el maltrato permanente de la tía Milagros, que la acusa de ser la ladrona de su hermano, y también una trastornada igual que su madre; y los terribles celos de Estrella para con Hortensia al enterarse que esta es la nueva compañera de su padre.
Pero en medio de todo eso, Mabel despierta el lesbianismo de Estrella durante el tiempo que duró su paso por el colegio. Juntas se las arreglan para vivir una rara amistad sin levantar sospecha alguna ante las monjas del establecimiento. Este lesbianismo es de las cosas más transparentes que en el cuento se presentan respecto a la identidad completa de una ambigua y compleja Estrella, pero está planteado como una etapa en su niñez/adolescencia, una etapa intensa y furiosa, aunque finita. Porque todo se termina al finalizar su duelo tras el traslado de Mabel a Buenos Aires para completar allí sus estudios. Subrayo un pasaje hermoso de ese tramo del relato: «Yo tenía compañeras con las que me paseaba por la plaza, pero ninguna como Mabel. Todas querían casarse, tener hijos, ser mansas y fértiles como las vacas. ¡Qué falta de imaginación! ¿Cómo revelarles mis ambiciones, mis sueños? En vez de actriz de teatro había decidido ser estrella de cine. (…) Quizás mi nombre sea, pensaba ilusionada, el símbolo de mi destino».
Citas así como esa es parte de lo que va sembrándonos Juanjo en la voz de su personaje Estrella a lo largo de todo el relato. Son ideas de liberación, sin duda, aunque en varias partes Estrella haga mucho hincapié en la preservación de un estereotipo femenino acorde a los cánones de belleza impuestos históricamente («Mi pelo largo y claro, mis ojos celestes, me distinguían de las alumnas del colegio. Las monjas estaban orgullosas de tener una niña como yo. Me llamaban cariñosamente ‘la rubita’. (…) En lasrepresentacionesdefindecursomedabanlosmejorespapeles») .Juanjo,conironía, hace que Estrella defienda este estereotipo, y lo enlaza a sus sueños como si tal estereotipo fuese la llave para cumplirlos. Porque para hacer realidad los sueños es necesario tener plata. Estrella no tiene plata, su pelo rubio heredado de su mamá no la hace comparable a esta en lo que a su poder adquisitivo respecta. Igualmente, Estrella demuestra que ni sus desfavorables condiciones materiales, ni ningún tipo de vicisitud, es capaz de anularle la capacidad de soñar («Allí, con la puerta y las ventanas cerradas, encendía una lámpara y leía en voz alta las obras de teatro que consigo en la biblioteca pública de la ciudad. (…) Mi padre hace el papel de público. Estoy segura de que, si pudiera, aplaudiría mis brillantes interpretaciones» ).
«La señorita Estrella» es decididamente un cuento oscuro. En primer lugar, porque Juanjo es un despiadado con sus personajes, con la construcción de estos, y con los destinos de desdicha que les genera para ponerlos a prueba todo el tiempo. En segundo lugar, porque construye a la perfección la voz de Estrella, y Estrella es mujer, es joven, es pobre, y es transgresora en un Tucumán muy lejano en el tiempo, doblemente opresivo que el Tucumán actual. La fuerza de Estrella está tan bien lograda, que todo el tiempo la leemos a ella en lugar de leerlo a Juanjo. Hebe Uhart siempre se dedicó a señalar en sus talleres la importancia de concentrarse en los detalles, en la precisión y particularidad de las cosas por sobre la generalidad de las cosas. Y es precisamente lo que hizo Juanjo en su elaboración de una Estrella tan pero tan compleja y apasionante, usando estratégicamente las palabras, la puntuación, y la administración de los tiempos y los hechos de la historia. No en vano Alejandra Pizarnik describió la prosa de Juan José como: «transparente, preciosa, lujosa, simple». Para mí esas cualidades describen más que nada la vestimenta o superficialidad de una primera lectura de «La señorita Estrella». La oscuridad del relato está en la intimidad de ese vestido de frases cortas y fluidas; está encarnada en su propia desnudez textual, y en sus polisemias ocultas por detrás y por debajo. Los ojos luminosos que habitan la oscuridad de «La señorita Estrella» son una larga serie de interrogantes que a varios nos encantaría formulárselos a Juanjo cara a cara, en un café imposible: ¿Estrella es una prolongación de su madre?, ¿para cumplir el sueño de ser como su madre va a tener que amar como esposa a su padre?, ¿por qué la tía Milagros odia a Estrella del mismo modo que odiaba a su madre?, ¿acaso es ella la incestuosa?, ¿por qué los únicos hombres del cuento son el padre, y un alumno adolescente que aparece a través de un peculiarísimo obsequio? ¿Y qué significa ese escalofriante final abierto?
Fabricio Jiménez Osorio nació en 1989, en Santiago del Estero. Publicó los libros Bifurcaciones falaces (Culiquitaca, 2014), Un limbo ideal (Gato Gordo Ediciones, 2015), Boogiepop Phantom (Charqui, 2016), Música porque sí / Los amigos del futuro (Edición de autor, 2018), Querida Ilusión (La Cascotioada, 2019) y Ahora (Edición de autor, 2022). Escribió para Toukouman Literatura, Los Inquilinos, La Cascotiada, Campotraviesa, Muta, Escritores en Marcha, Perfectxs desconocidxs, entre otras. Dirige, desde el 2015, la editorial de narrativa breve Gato Gordo Ediciones.
Una maravilla esta reseña. Saludos a toda lapapa por esto.
waw que buen libro, igual cuando lo lei no parece que la reseña se apegue a lña historia, aunque hay paretes exelentes y otras mal redactadas