Por Fabián Soberón |
Desde Tucumán, en 1901, el poeta Ricardo Jaimes Freyre (nacido en Tacna, Perú) difunde una serie de poemas basados en las esquivas lecturas de la mitología nórdica. Esos poemas forman parte de su libro «Castalia bárbara», escritos probablemente en Brasil. Entre los versos vuelan y rechinan los dioses Odín, Loki, sumidos en los espacios helados: el Walhalla, la áspera llanura islandesa, el futuro infierno. Pero no están solas las deidades septentrionales: están acompañadas y vencidas por el nuevo cristianismo que se impone, según la perspectiva del poeta. Recordemos que hacia el año mil los cristianos ingresan a los blancos páramos nórdicos, crean iglesias y difunden la palabra de Cristo. De este modo, modifican el último bastión pagano que existe en Occidente.
Con una habilidad que fue elogiada por Lugones en el prólogo de «Castalia bárbara», Jaimes Freyre sienta un precedente en los márgenes del planeta: en las décadas siguientes otros poetas, como Jorge Luis Borges y María Negroni, escriben versos y textos inspirados en las sagas islandesas y en las historias sagradas de los nórdicos.
En octubre de 2019, vivimos con mi familia un tiempo breve en Reykjavik, capital de Islandia, gracias a la generosa invitación de la Dra. Hólmfrídur Gardarsdóttir. Entre el viento y la imponencia del Esja, escribí un libro dedicado a Islandia.
Desde Tucumán –y desde las diversas ciudades en las que vive– Ricardo Jaimes Freyre recorre, a su modo, la península escandinava a través de sus poemas. Transita las montañas lampiñas y las cuevas rocosas, la cascada dorada y el desierto de hielo. En sus versos conviven las figuras huidizas de los nórdicos y la presencia inevitable del cristianismo decadentista elegido por los modernistas. En este poema incluido en su «Castalia bárbara» (1899) podemos leer la huella del precursor:
EL CANTO DEL MAL
Canta Lok en la oscura región
desolada,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
El Pastor apacienta su enorme rebaño de hielo,
que obedece, —gigantes que tiemblan—, la voz del Pastor.
Canta Lok a los vientos helados que pasan,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
Densa bruma se cierne. Las olas
se rompen
en las rocas abruptas, con sordo fragor.
En su dorso sombrío se mece la barca salvaje
del guerrero de rojos cabellos, huraño y feroz.
Canta Lok a las olas rugientes que pasan,
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
Cuando el himno del hierro se eleva al espacio
y a sus ecos responde siniestro clamor,
y en el foso, sagrado y profundo, la víctima busca,
con sus rígidos brazos tendidos, la sombra de Dios,
canta Lok a la pálida Muerte que pasa
y hay vapores de sangre en el canto de Lok.
Jaimes Freyre no muere en Tucumán pero sí vuelve a la provincia un año antes de su muerte. De este modo lo recuerda Eduardo Joubin Colombres:
“Un día de crepúsculo otoñal, lo encontré junto a los naranjales, en la Plaza Independencia de Tucumán. Corría el año 1932. Esa vez, el poeta caminaba acompasadamente, con suavidad nocturna, entre las hileras de naranjos que semejaban gallardos centinelas a su paso. Me detuve y lo quedé mirando largo rato hasta que dobló por la acera que da a la calle 24 de Septiembre. De allí, sin perder el ritmo cauteloso del andar, la elegancia señorial de los braceos, llegó hasta el Club Social, situado sobre la acera de 25 de mayo. Una mano amiga lo saludó efusivamente. Aquella fue la última vez que lo vi. Poco tiempo después llegaba a Buenos Aires para morir al año siguiente pobre y olvidado, como un Verlaine incomprendido.”
En los breves y escandidos poemas de Freyre, aparecen el proteico Lok (Loki) y el Dios cristiano. Ambos, combinados, dan cuenta de las lecturas y del afán de un poeta radicado en Tucumán, que, sentado en la plaza Independencia, ve cómo luchan los héroes escandinavos en las tierras bárbaras.
Ricardo Jaimes Freyre evoca el paisaje albo y la mitología de las nornas, los dioses guerreros, los gigantes, el martillo y el Yggdrasil, el árbol de la vida. En un fogón tucumano, canta al Walhalla, a la serpiente y el lobo; recita la música de la nieve en el calor del norte.
Nació en Tucumán, Argentina. Es Licenciado en Artes Plásticas y Técnico en Sonorización. Se desempeña como Profesor en Teoría y Estética del Cine y Comunicación Audiovisual en la UNT. En 2014 obtuvo la Beca Nacional de Creación otorgada por el Fondo Nacional de las Artes. Colaboraciones suyas se difunden en publicaciones nacionales e internacionales. Integra las antologías Poesía Joven del Noroeste Argentino (compilada por Santiago Sylvester, FNA, 2008), Narradores de Tucumán (compilada por Jorge Estrella, ET, 2015) y Nuestra última Navidad (compilada por Cristina Civale, Milena Caserola, 2017), así como el diccionario monográfico La cultura en el Tucumán del Bicentenario, de Roberto Espinosa (2017). Fue traducido parcialmente al portugués, al francés y al inglés. Libros publicados: la novela La conferencia de Einstein (1ª edición en 2006; 2ª edición en 2013); en el género relatos: Vidas breves (1° edición en 2007; 2° edición en 2019) y El instante (2011); en el género crónicas: Mamá. Vida breve de Soledad H. Rodríguez (2013), Ciudades escritas (2015) y Cosmópolis. Retratos de Nueva York (2017); y el volumen 30 entrevistas (2017). Como director de cine, realizó los documentales Hugo Foguet. El latido de una ausencia (2007), Ezequiel Linares (2008), Luna en llamas. Sobre la poeta Inés Aráoz (2018), Alas. Sobre el poeta Jacobo Regen (2019) y GROPPA. Un poeta en la ciudad (2020). Con los músicos Fito Soberón y Agustín Espinosa, editó el disco Pasillos azules (AERI Records, 2019).
Fabián cuenta de Freyre como cantando, acompasadamente, como si fuese la sombra de Freyre.