Por Priscilla Hill |
La semana pasada le leía a alguien mi primera reseña sobre Salir a la nieve. Charlábamos justamente de todas esas obras geniales que nunca vamos a llegar a conocer y de lo necesario de ubicar a este autor en el campo de la literatura, para que lxs lectorxs sepan que, entre sus páginas, destellan mundos inquietantes y tensos, tiernos y fatales, y que, en última instancia, los lean y los reinventen, que por eso y para eso, leemos. Cuando terminé la lectura y vino el silencio, me dijo que le encantó pero que le había parecido curioso que yo hubiera asediado algunos de los cuentos del libro en diálogo con el periodismo “porque, aunque puede hacer buen periodismo, Máximo no es periodista”. Lejos de preocuparme por esa observación, me adentré, frenética, en los cimientos posibles que me habilitaron esa idea, más que en su realidad objetiva o sus consecuencias. ¿Por qué se me ocurrió que un narrador de ficciones que produjo Sanación en el cañaveral, crónica premiada por la Fundación Tomás Eloy Martínez podía llegar a ser periodista, además de cuentista, novelista, ingeniero, y quién sabe cuántas otras cosas? Sobre esto, varias hipótesis, ya mencionadas antes, como el hecho de que dos de sus cuentos me recordaron a algo que leí de Rodolfo Walsh, pero claramente esa no representa una respuesta satisfactoria porque es insuficiente. Lo que me hizo leer algunos cuentos de Salir a la noche en clave periodística es, con seguridad, la técnica, el manejo justo de lo que hace a un buen cuento, que también en las buenas crónicas puede percibirse con rapidez: nada sobra y todo cierra. Cualquier mención, en apariencia descriptiva, que hace a la atmósfera y a los personajes en los cuentos termina por ser necesaria en algún plano. Me referí a algunos cuentos la semana pasada; en esta columna hablaré de otros del mismo libro y, con esto, creo haber podido decir algo sobre el autor y la obra.
En el cuento En el aire fino una pareja, unida por la agresión cotidiana y el desencuentro, emprende un viaje en avión a Barcelona. En el medio, como una forma particular de lo siniestro, la esposa, cuyo hábito recurrente es esfumarse de las peleas, indignando al narrador, desaparece sin dejar rastros. Aquí se traza un juego interesante entre la ausencia de la mujer y su manía de no estar, de desvanecerse ante el conflicto, pero también se trastocan fibras temporales que nos revelan un final triste e imprescindible, dentro de la lógica del texto.
Diario de Amagasta responde a la dinámica del relato dentro del relato y, en términos generales, supone el hallazgo en manos de un camionero de un diario a la vera de la ruta en Catamarca. El manuscrito encontrado en la botella, el mensaje cifrado en una pared, las líneas ocultas en un libro son sitios comunes en la literatura y el cine. Sin embargo, en este cuento, el Diario trasciende fronteras porque su contenido, en forma de bitácora, narra la pérdida total del deseo sexual por parte de un hombre que empieza, de a poco, a dejar de pertenecer a la dimensión de lo humano y transformarse en una suerte de Iluminado o Profeta. Algunos curas comienzan a ser devotos de El Autor, como si fuese un pequeño dios perturbado por la ausencia de los placeres de la carne y su consecuente sensación de tranquilidad y armonía. Las relaciones sexo-afectivas y el universo vincular es uno de los centros del libro, como también lo son el azar, la casualidad y el destino, siempre en un flujo extraño de posibilidades y percepciones. En términos formales, el diario está acompañado por notas del lector febril y exégeta que cree que en esas páginas de autoría anónima descansa una forma de la divinidad. El sentimiento de lo absurdo e incluso de lo místico y espiritualmente superior, entonces, está tanto en el plano de la historia del diario como en el de las intervenciones del editor a través de notas al pie. El Diario – con mayúscula- se convierte casi en una iglesia sin templo que se lee en grupos, se comenta y se estudia y de los cuales el narrador y editor compulsivo forma parte, seguro de que, si no es obra de Dios, lo es de una entelequia alienígena superior.
En El cuaderno rojo, Paul Auster escribió “nadie llama un domingo a las 8 de la mañana si no es para dar una noticia que no puede esperar, y una noticia que no puede esperar siempre es una mala noticia. Los teléfonos son enigmáticos y amenazadores {…} una ruleta rusa, aunque el muerto no sea el que recibe el disparo”. Las bifurcaciones, combinaciones y puertas que irreversiblemente se abren o cierran han obsesionado a artistas y filósofos. La pregunta por la casualidad o la necesidad de lo que sea nos hace siempre cosquillas cuando el día despunta. En el cuento Bajo los pies, Gertz, un imprentero y coleccionista de libros halla en una tienda de usados una obra amarillenta y valiosa con un papel escrito en una lengua egipcia muy antigua. Recibe una traducción del enunciado y solo piensa en ella, día y noche, mirando por la ventana de su oficina. El hombre espera un apocalipsis que no está seguro qué formas podría cobrar. La secuencia de hechos nos pone otra vez ante ese pozo sin fondo que es la pregunta por el sentido y la relación de la naturaleza de las cosas. ¿Qué es el apocalipsis? Si somos egoístas – como casi siempre- diremos que es el fin del mundo, pero propio. Este cuento es una pregunta sobre ello, y quizás un pedido de ayuda y aún más, tal vez, un espejo terrible de nuestras desarticulaciones accidentales en espera de las articulaciones fundamentales. La historia de nuestras vidas.
Salir a la nieve es un poco de todo lo que pude decir, pero, sobre todo, es aquello que no llegué a abarcar, que son la mayoría de las cosas y que tienen que ver con la experiencia intransferible, personal, corpórea, emocional, de la lectura.
Priscilla Hill nació en Tucumán en 1991. Es Profesora en Letras por la UNT y editora en La Cimarrona Ediciones, editorial independiente y autogestiva que vio la luz en junio de 2017. Es becaria doctoral de CONICET e investiga los cruces entre las literaturas emergentes de Tucumán y las matrices de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en espacios educativos de la provincia. Es docente en la Escuela Agricultura y Sacarotecnia de la UNT.
Escribió algunos cuentos cortos y muchos poemas en antologías, ideadas por editores y gestores culturales de Tucumán. Su único libro publicado hasta ahora es ‘Mamá, ¿qué es el miedo?’ (Gato Gordo, 2018) y consiste en tres cuentos breves. Este año saldrá ‘Dárselas con la noche’, un libro de poesía que la hizo padecer y dilatar varios años su publicación. La edición estuvo a cargo de Damián López, de El Andamio Ediciones, editorial sanjuanina que la contactó porque alguien compartió un poema suyo en Facebook.
Usa las redes de manera compulsiva y reniega, en vano, de su condición de millenial. Le gusta el terror en todas sus variantes, como si no bastara con la vida.
Tiene un superpoder muy molesto: pierde colectivos, siempre.
Priscila qué joven talentosa te felicito por tu escritura .Sera un placer conocerte, leerte Yo pasadas mis 7decadas recién me ánimo a compartir elmmundo de las letras, no las puedo detener Abrazo