Por Verónica Juliano |
“Ya no podré salvar lo bello,
quedaron desguarecidos los pájaros y las palabras,
cuando su mirada fue enmudeciendo
para vestirse
de distancia”
Gustavo Luján, Quedarse con la luz
1. Junto a la casa de mi infancia hay una placita sin nombre. Los primeros aprendizajes de flora y fauna ocurren allí, en esa especie de patio extendido que es la placita sin nombre. Al fondo, unas palmeras enormes arrojan sus frutos: juntamos los más maduros y los depositamos en el cuenco que armamos con la parte baja de las remeras, recreando un ritual de recolección que sólo abandonamos al mudarnos. En otra parte de la placita sin nombre hay una hilera de pinos: nos encanta el olor que despiden con la lluvia frecuente del verano. En la escuela aprendo que existe una familia de coníferas -de-forma-cónica-. Mamá nos manda a buscar piñas y a juntar follaje para ornamentar un centro de mesa y pronuncia la palabra tupido. Cuando florece la “coronita de novia” nos maravillamos con cada ramo minúsculo que blanquea la totalidad del arbusto ofreciéndonos una imagen completamente ajena a nuestro paisaje. En la escuela aprendo la palabra caducifolia -de-hojas-caducas- y comprendo por qué no hay “coronita de novia” todo el año. Cuando los yuyos están muy altos mamá nos prohíbe ir a la placita porque quién sabe qué bicho puede esconderse en ese matorral (sólo comprenderé su miedo en perspectiva histórica). Un día, en la zona de los pinos, percibo un sonido muy tenue; miro para todos lados y encuentro un pichón de pájaro caído del nido; con suavidad, lo recojo y lo coloco en el cuenco que hago con las manos; el pajarito se mea, quizás de miedo, siento la tibieza de un líquido anaranjado; lo llevo a casa y mamá me dice que lo devuelva al árbol de donde se había caído; me da miedo que se lo coman los perros callejeros pero también me da miedo que el camión de la perrera se lleve a los perros callejeros: eso sí, yo no me meo.
2. Papá cuenta cientos de anécdotas, cientos de veces. En cada repetición, un agregado sobre la base de lo inmutable de su relato. Cuenta que cuando era chico, en la casa materna había una jaula con canarios cantores. Un día, él y sus primos, todos más o menos de la misma edad, “bajaron” la jaula de un pelotazo –no intencional– y el canario cayó muerto –no se sabe si producto del impacto o de un infarto–. La bandita se reunió en torno al cuerpecito del ave. Uno de ellos dijo haber escuchado que para resucitar a un animal muerto había que soplarle el culo. Ante la inminencia de la llegada de mi abuela al lugar de los hechos se oyó un pedido desesperado: “¡dale! ¡soplale el culo, soplale el culo!”. Mi viejo cuenta que se puso a soplarle el culo al canario creyendo ciegamente que podría insuflarle vida al pobre animal muerto. Algunos miraban expectantes el extraño y falaz ritual de resurrección, otros hacían la tarea de vigilancia para “cantar” cuando apareciera la dueña de casa, uno nomás se reía: el que había inventado la broma de la “sopladita”. Cuando todos descubrieron la mentira –nada inocente–, y asumiéndolo ya sin posibilidades de retorno a la vida, reubicaron al canario “paradito” en su jaula. Y esperaron. Como era previsible, a mi abuela le extrañó el silencio inaudito del canario. Sin mediar palabra, constató su sospecha y castigó a la changada sabiéndolos responsables de ése y de muchos otros actos temerarios.
3. Ese año en la escuela nos avisan que trabajaremos con el libro Los otros ojos. Manual para la enseñanza de la lectura y de la redacción, de Alba Omil, y que se lo consigue en la Feria del libro. Mi madre compra el libro porque sabe su valor para el presente y para el futuro. Su culto a los libros me señala un camino (también lo comprenderé en perspectiva histórica). Quizás ese ejemplar haya quedado en su casa porque no está en la mía. Hace poco quise releer uno de los relatos incluidos allí, del que tengo un vaguísimo recuerdo. Seguramente, este parafraseo estará lleno de traiciones: son los riesgos del ejercicio de la memoria. Alguien amasa con arcilla cientos de pájaros y los deja secar al sol. Al día siguiente, todos los pájaros modelados cobran vida y en el patio trasero “revienta su trino”. Me pregunto si alguien les habría soplado el culo. En la Biblia contada a los niños leo que Dios es uno y trino. Todo resulta muy confuso excepto la emoción que me embarga cuando leo.
4. En la tele pasan una serie que se llama El pájaro canta hasta morir pero no nos permiten verla. Actúa un tal Richard Chamberlain y parece que se trata de un amor indebido. Percibo algo de solemnidad en ese título, de tono sentencioso. No hay tantos contenidos adecuados para las infancias en la década de 1980 y lo prohibido aviva siempre el deseo. Como efecto colateral de la restricción aprendemos que vivimos en un mundo donde no todos los amores son posibles. Más o menos por esa época también nominan a la película Camila para el Oscar. Mi mamá pronuncia el nombre de María Luisa Bemberg y recuerdo que antes de b larga se usa la eme y antes de v corta, la ene. Años después, en la universidad, me reencontraré con la historia de Camila cuando lea la inolvidable novela de Enrique Molina: Una sombra donde sueña Camila O’Gorman. “Iluminada por el relámpago nacido del vuelo de un pájaro, Camila O´Gorman huye con un sacerdote, su amante, en 1848. Rosas, en el apogeo de su poder, ordena la cacería de los fugitivos”. El canto y el vuelo de los pájaros construyen una metáfora para los amores condenados. Pienso que la verdadera condena es un mundo que censura las diversas formas del amor y que desoye el imprescindible canto de los pájaros.
COMO HILOS CAÍA DEL CIELO
EL CANTO DE LOS PÁJAROS
El paisaje era mayor
Como hilos caía del cielo
El canto de los pájaros
Como hilos caían en la tarde
Los cantos de los pájaros
O como lianas, serpenteando
(Esta capacidad tenemos
Para decir YO
Mirando -es así, hacia el poniente)
Las manos de uno hacían también
Burdos intentos por tocarlos…
Inés Aráoz, Agüita
VII
Después que el primer puñado de tierra
golpee la caja
y regreses por la garganta de amenazante día,
sola, solitaria,
ya sin lágrimas llegarás a casa
y cerrarás la puerta
para volver a llorar.
Allí, en algún bolsillo,
sobre la mesa,
por los veladores,
encontrarás del pájaro
el canto que nunca muere.
Mario Casacci, Los pájaros del polen. Seis poetas del NOA
Vocablos del otoño
a la memoria de Daniel Merchán, DF
i
El camino y la mirada se sostienen con la tarde.
Un gorrión que pasa se desprende del tiempo
y en ese vuelo la luz se queda quieta.
El viento va urdiendo la hojarasca a voces
y sin huella que nombre habrá de perderse lejos.
Pero un latido se queda.
Alguien quiere ser una palabra y quedarse
Ampliar el soplo, buscar el agua.
Aunque el cielo camine a ciegas bajo la luz del mundo.
Mario Melnik, Un latido en la voz del viento (fragmento)
por las tardes,
cuando terminamos de regar,
vienen los pájaros
a jugar en los charcos.
El quetupí de la infancia
hunde su pechera imposible
en el agua
y me pregunto
hacia dónde mirar
para hablar con los muertos.
Denise León, Mesa de pájaros
El temblor de un gorrión salta sin esfuerzo de un lado a otro de la reja.
Hay palomas alimentándose del contenedor de la unidad penitenciaria.
Hoy, el aire pasó para lastimar el muro.
a los y las poetas de las unidades n° 1, 2, 3, 4 y 5
Gabriel Gómez Saavedra, Siesta
Los viejitos de la mano
Mendrugos de pan
Paloma
Marcelo Adrián Bustos, El libro de las cuatro casas
Imagen: Emilio Pettoruti. Vallombrosa, 1916
Verónica Juliano nació en San Miguel de Tucumán, donde reside. Es docente e investigadora en la UNT. Lleva a cabo diversas acciones vinculadas a la promoción de la lectura. Eventualmente, escribe.
Muy bueno
Gracias por sus lecturas, querida Profe Carmen. Un abrazo
Me encantó!!! Gracias
Gracias a vos, un gran abrazo!