Preámbulo acerca del concepto «autor»
Por Gonzalo Roncedo |
Noé Jitrik comentó en una ocasión, en la que los asistentes escuchábamos entusiastas, que la noción de «autor» (y esto sin considerar la desinencia de género de autor a autora o a autore, es decir, manteniendo el concepto en abstracto para poderlo pensar historiográficamente) es reciente, que debe tener menos de quinientos años (pensemos que recién en la época de Cervantes y Lope lxs autores comenzaron a ser potencias titánicas, hace cuatrocientos, que antes ni siquiera Dante habría vivido de su producción y que considerar meramente autor al autor era una formalidad, como si dijéramos este o estotro hizo esto o estotro y listo); antes, quien escribía (incluso antes, quien recitaba o hablaba de) algo, o más general, quien realizaba un arte, era pensado en términos de la <<transmisión>> del arte en cuestión mediante una obra (antes incluso de la concepción de «obra de arte»). Las civilizaciones, el auge de la subjetividad, el romanticismo, catapultaron la noción autoral que Roland Barthes quiso deshacer con una semioclastia militante rebelde en pleno siglo XX: la «muerte del autor», proyección nietzscheana hacia el análisis literario que devino en un siglo XXI de novelas conceptuales que revisan autores como Machado de Assis, Juan Filloy o Macedonio Fernández, misceláneas y otros elementos que pretenden jugar más con sus lectores y salir de los típicos introducción-nudo-desenlace de las industrias novelescas. Ejemplos sobran, pero, ¿realmente la figura de un creador de arte se ha desvanecido fusionándose con su espíritu de época y entorno? ¿O es en el trajín entre su arqueología circundante, su poesía (entendiendo poesía su obra artística), su marco histórico y su psiquis donde habita la obra de arte?
Internet, actualmente, nos afirma Marco Rossi en un ensayo del primer número de la revista Elba Laso, recomendable para entrar en hábitat a fin de contextualizar este preámbulo, siguiendo las neoliberales reglas actuales de big data y el small data, las minerías de datos y otras herramientas usadas por redes sociales con inteligencia artificial y bots, programas autónomos que comercian datos anónimos en la no menos errante red de redes, convierten al espectador de un medio en un ser fascinado y dominado: hay que decir que si bien los orígenes de internet son militares y estadounidenses, su crecimiento «adolescente» a la par del desarrollo del movimiento de Software Libre y de concepciones como el copyleft y Creative Commons, se vio limitado por la innatural ambición capitalista, los focos emprendedores y Sillicon Valley para usarlo como tecnología de negocio y no como foco creativo de hacking intelligence (inteligencia juguetona) que activistas informáticos como Richard Stallman soñaban. Sería una perogrullada decir que internet tiene la culpa por los modelos de toma de datos de Facebook, en todo caso la culpa nunca es de la herramienta sino de la mano que la usa. ¿Entonces lxs autores son hoy, solamente, el conformismo dashboard armado por algoritmos de una multinacional, eso es todo lo que podrá leerse hoy en libros de poesía o narrativa o ensayo, etcétera? Ni sí ni no: la rebelión siempre está en unx mismx. Autores hay que jamás van a la par de las crestas de ola, esnob o no, académicas o bohemias; autores que logran una voz personal pese a su entorno. Toda catedral tiene su bazar, hablando en términos de contrapuntos informáticos siguiendo un libro de Eric S. Raymond, pero seríamos muy ingenuos si pensáramos que con una Prensa Obrera vamos a poder didactizar masas criadas, alimentadas diariamente, con Facebook, Twitter, Instagram y Tik Tok. Estamos en la era de la instantaneidad y quizá nadie se detiene hoy (mal que nos pese) a releer comas o puntuaciones en cuentos saerianos. Quizá lo que nos falte sea, interpolando la lectura de Marco a una visión de la caída de los ideales propuestos por Stallman y otrxs, cerrar un momento el black mirror y volver a los orígenes.
Los dos párrafos anteriores, dísimiles en una primera apreciación, ambos hablan de autores, pero también de nuestra época, donde soñar con saraos filosóficos e ideales de estudiantes progresistas suena ingenuo ante el avance neoliberal. Hubieron también autores como Eric S. Raymond y Richard Stallman que intentaron, liberalmente desde una liberalidad informático-económica para nada en línea con el neoliberalismo sino a pesar de este, software libre y de código abierto que permitiera flexibilizar las reglas del ambicioso señor Gates o el no menos creativo señor Jobs. Desde la literatura, todo esto pasó en la misma época en la que Tucumán, al ya no haber un Aleph, congregaba personas en bares autogestionados soñando nuevos horizontes, cuándo no, pero ya no con la bisagra tan intelectual que caracterizó a la provincia hasta entrados los 80’s o 90’s. En esta coyuntura el bar Pangea, ubicado en la capital tucumana de calle Laprida, entre calles Córdoba y Mendoza, a pocos metros de Córdoba y en diagonal a una roja cabina telefónica como las que usaba Clark Kent en el Superman de Christopher Reeve (el detalle siempre me llamó la antención), a comienzos de los años 00’s, sería un nido de autores a contrapelo que todavía buscan ser autores o empeñarse en las virgiliadas sendas de escribir a contrapelo de las industrias. El siguiente es uno de aquestos.
El autor en cuestión
Daniel Casas pertenece a un grupo fundador del Café Literario de Pangea, que se venía juntando desde 2006 en otros lugares, como Guanabara, cerca de la Plaza San Martín por donde González, el personaje de Samuel Schkolnik, imaginariamente y a pocas cuadras, conversaba con su autor sobre diatribas filosóficas. Este grupo se terminó reuniendo en Pangea los días jueves, aunque a veces este horario se cambiaba al de los miércoles, cuando Pangea ya se estaba volviendo, frente a Guanabara, Rayuela, El árbol de Galeano y otros del estilo, un punto de encuentro de muchxs de lxs organizadores de La Papa, como bien comenta Pablo Toblli en otro texto de esta revista, además de otrxs grupos como Tucumán Zeta. El café en cuestión se mantuvo, si mal no recuerdo, ya que asistí en diversas oportunidades, desde fines de 2010 hasta mediados de 2011, y generó propuestas en las que practicábamos (recuerdo ahora que mi manía era proponer cadáveres exquisitos cuando lográbamos un caudal decoroso) la escucha de textos ajenos y propios, pero también involucrarse en los textos, proponer alternativas, inclusive dejarse llevar por lo propuesto para intentar ver cómo fluía lo escuchado en cada quien, experimento que luego generó muestras artísticas y desarrollos personales de los cuales siento placer de haber formado parte. La primera encarnación de este grupo logró una revistita llamada “Pan”.
Lo que ahora se llama <<el flujo>> (el flow), esto es, la improvisación en tiempo real que músicos y deportistas practican al ejecutar una pieza o llevar a cabo un entrenamiento, se convirtió en una de las propuestas del grupo en cuestión que, sin saberlo, generó ideas y también, por qué no, confrontaciones pero, por sobre todo, ejercicios de escritura cuando la gente se juntaba a comer pizzetas o empanadas en tanto alguien (probablemente Franco Caraccio, autor que sacó el libro Don Palabras, de la editorial Falta Envido, que quien lee podría consultar en La Papa para conseguir, probablemente Miguel Quinteros o Ariadna Lucero, o Gabriela Palacios o Gustavo Luján, a veces alguien más) exponía su nueva pieza.
Daniel es un ejemplo de este grupo.
Me comenta el autor, en un ida/vuelta de chats, la famosa máxima de Witold Gombrowicz contra los poetas, que cada tanto vuelve a escena de la mano de la antipoesía de Nicanor Parra, o que Roberto Bolaño a veces contornea con sus infrarrealistas tan tomados por detectives en aquella ciudad atestada de femicidios que cualquier lector amante de Bolaño reconoce, y la verdad que creo que tiene razón: hablar poéticamente de la poesía, lo que se dice escribir sobre un arte alado volando, solamente lo puede hacer algún todoterreno y aun así, agobia. En todo caso, la salida es la contranovela o los museos de géneros de novela, pero a eso no se lo debe hablar mucho, y ahí sí obvio que tiene razón Gombrowicz, en la cancha se ven los pingos.
Quienes surgimos de grupos como el «Café de Pangea» nos criamos buscando el flujo referido antes en épocas posteriores a los 90’s en las que ya habían entrado en escena Fabián Casas, Osvaldo Bossi, la implosión intelectual tucumana post dictadura o el aburguesamiento típico de ciudad mirando siempre (y forreando) al puerto de Buenos Aires, si bien algunxs recién comenzábamos a descubrir a Bradbury o a Moore (nota al margen: grandes escritores como Pablo Romero, Denise León o Gabriel Gómez Saavedra sucedieron aparte, o en paralelo, a lo que sucedía en la capital tucumana, pese a que quizá Saavedra pudo haber concurrido alguna vez a Pangea, tema que sí podría generar otra nota, y quizá mejor si es escrita por Saavedra); acaso esta multipolaridad de lecturas creó la tan ansiada búsqueda de una experiencia personal con la literatura, experiencia que en Daniel puede presenciarse por ejemplo leyendo su libro de 2009 «Si nadando fuera», el cual es orgullo del autor por la diagramación a pulmón expuesto, que integra versos como:
Y el olvido desnudo del alcohol
Me ha cobijado tanto que mecido
En la hogaza triste de su pan me desperté muerto
Resaca de de pan y vino que me ofrenda la ausencia
De sentido
De teñir los sentidos de canciones sordas
En el profundo abismo de mi garganta ajada.
Estos versos exponen la combinación ecléctica de un aura folclórico pero, al mismo tiempo, un enfoque que podría bien haber sido escrito por Giacomo Leopardi en el siglo diecinueve o por Gabriel Gómez Saavedra en el siglo veitiuno, o bien por Irene Gruss en el veinte, tal era el clima ecléctico de ideas y autores que influenciaron al grupo de Pangea desde su Café Literario.
Un ejemplo del contexto referido en el preámbulo:
Normales
En el ojal de una pantalla
Se pierde la obscena imagen
Bajo la sábana vive algo
Se digna reptar a mis dedos
Al llegar toma forma construyéndose
Se delinea entre las fauces de la sombra
Su dolor matriz
Ilumina mi cara
Amo su luz, la amo dolorosamente
Subo todas las noches entre muslos y montañas al ritual
La bebo con su naturaleza
De cartón y suave fuego
La investigo y ausculto
Entrecortado en tiras
el tiempo nos acecha
y entre murmullos nos desnudamos
y salimos a la calle
normales y desconocidos
Con el autor nos lamentamos por la muerte de Carola Briones, último bastión de La Carpa, el legendario grupo de poetas del noroeste que tuvo su epicentro en Tucumán, acaso como puntapié que se quiso reamoldar a estos tiempos sin considerar la diferencia arqueológica y el tamiz de que todo lo anterior a Internet, a la instantaneidad, a las nuevas tecnologías, a la pantalla negra consumiendo ojos para el mejor postor, incluso las tecnologías libres y un poco jiponas de GNU que se oponían a las otras, incluso las tecnologías seudo-capitalistas del código libre, que estaban entre GNU y Sillicon Valley, aunque esto seguro es una licencia poética: no debe valer como texto informático sino como mera arqueología de un artículo literario, hay que ser franco. Todo eso ya era un nuevo mundo donde Manuel Castilla con su casa de otro Manuel a la distancia ya no podría haber escrito el mismo poema con la misma casa o el mismo doble hablando como si un aura beat espabullara, quizá su hijo el Teuco hablaría de espasmos, soma del naciente nuevo siglo, o acaso donde Raúl Galán ya no se sentaría a la vera del río a la orilla de la casa de un Tizón, visitando Jujuy, es decir donde los poetas de antes tendrían otros modos de comunicación, pese a que la naturaleza sigue existiendo amén de la civilización humana, a la existencia gracias. Y aunque suene obvio, también existen poetas que buscan cual Pierre Menard reinventar esa Carpa. Tucumán ha dado estos aires de creatividad entre grupos literarios y tecnológicos (el Grupo de Usuarios de Software Libre, originariamente LUG, Grupo de Usuarios de Linux del inglés, también tuvo sus sendos encuentros en Pangea) y el bar de calle Laprida ha sido una suerte de cónclave macedoniano donde las tertulias fueron testigos, en esta provincia, del nuevo mundo anterior a Facebook.
Volviendo a Daniel, publicó también “Pareceres” (2008), “Elegía” (2012). En 2014, se mudó a Aguilares y siguió editando libros, pero sobre todo sigue pensando y repensando estilos. Comenta cómo sintió que salirse de este centro que constituye San Miguel de Tucumán que un «delay» en su vida, que fue por la época en la que escribió «Sangretinta» numerando series que, mientras leo, presiento entre clásicos argentinos y la propia mano de Daniel: un dejo macedonio/pizarnikiano de «Sangretinta» se hace sentir en el primer poema que termina encerrando su propia interioridad también:
Cosa 1
Me fundé en 1980 y aún no puedo establecer
Mi gobierno
Encontré a mis hijos lamiendo de mis cenizas
Casi entero
Ahora me veo derrumbar/la costra de la solitaria
Verdad que desvaría y es/si/no muerte al menos sudor
Me cansé hacia el 2000 con promesas incumplidas
Futurista cielo
Y encontré a mis hijos colgando de interrogaciones
Existenciales
Ahora ando bordeando/a los exiguos campanarios
Que abrigarán la espera/de lucha, repique de notas muertas
Cualesquiera que hubieran sido las endechas de la misa
Siempre lloraré
El mismo eterno querido y casi siempre perdido primo
Casi sobreviviente
Pero aparte pueden leerse cosas como
Cosa 11
Las infinitas memorias de los hijos
Emulan las más diversas miserias de los padres
Las incontables formas y recuerdos irán
Resquebrajando la cáscara multiforme en ellos
Los avisos de los diarios no venden los hechos clasificados
Por rubro y por deseo de recuerdo, sólo vientre y sien
Dame un recuerdo que no tenga algo mío
Para que lo ahogue con ganas en la luna
O bien
Cosa 15
Las noches se vuelven incómodas
Las tareas insatisfactorias y la cama inútil
Además de elegías y polimorfismos interesantísimos (nominados como «Rompepoemas», serie cuyos títulos parecen armar otro no dicho, cosa que los tucumanos hemos simbolizado no pocas veces y es grato leerlo el plumas ajenas a las de Ramos Signes, por decir algo, y «Mil caras», la serie final del libro):
Elegía 2
Cuando Haití se mueve
Las hojas lloran y los árboles caen
La playa ilumina mi rostro
y la blancura de la arena me figura un cielo nuevo
y blanco cubierto de sal
el mar cálido y fervoroso
me nombra rumoroso y me figura un nuevo verso
que engalana un poema
pero cuando Haití se mueve
los pájaros lloran y los paraísos caen
la arena se hace fuego
y las manos que se retuercen en los escombros
tienen color negro sangre
el agua vuelca su furia
transparente y sedosa en la playa riscosa y triste
con fuerza de algas marinas
cuando mi Haití se mueve
no hay cielo estrellado ni playa arenosa ni mar lleno de peces
que remede la infinitud de mi lejana tristeza
El espectador
Ella es el alma de la nube
Él oxigeno de la lluvia
Ella se ha graduado en graduaciones
Él sabe que no tiene medida de saber
La suerte se distrajo y se entendieron
Ella flor él perfume ella sol él color
No hay sueño de por medio
La caída es inminente
Ella salva él peligra
La muerte se deleita bañada de amor
La lluvia se embarra los dedos huesudos y llora llora llora
Bailarán un tango en medio del escenario
Ella sabe él improvisa ella duele él solidariza
Qué muelles ansiosos han besado juntos
Y nadie sabe que ella y él, él y ella son solo actores
El iluso
Para la certeza de lo imaginario
El dibujo de un dedo en un impulso
Hará decir palabras que nos recordarán
Lo ilusorio de los sentimientos
Nacidos de sensaciones
Hablamos al respecto y es interesante cómo no solamente Parra o Gombrowicz, incluso Bolaño bardeándolo a Mujica Láinez por Bomarzo, tiene en nosotros, acaso porque conocimos ese ecléctico transvivir del bar de Pangea, o del café literario, o acaso por haber estado en el epicentro de todo esto, formas de leer que en Daniel provocan poesía y que quizá, en otros integrantes del grupo conformen otra búsqueda literaria. Refiere que su poema “Ocre” refracta muy bien lo que actualmente lleva adelante, pero a mí en particular me gustó mucho más “Palabra y letra” (refiero ambos a continuación):
Ocre
En el fondo ocre se deshace el cubo plateado
Me imagino en la sala de un amaderado salón
Me entusiasma la idea de ser el afanado escritor
Rodeado de ribeteados muebles y pinturas sugerentes
Pero estoy acá con este fondo ocre barato
En él se deshace el cubo plateado extirpado del tiempo frio de la heladera
No hay pinturas
Un café me alivió el desvelo que se rellenará con el barato ocre
Un caballo blanco salta a la ventana del laptop con brío
Un fondo ocre me enturbia la mirada
En ella hay un solemne dejo de tristeza
Con el refucilo de los años de lucha e ilusión
Acaso estuviera mal ilusionarse
Cuando no había ni siquiera ocre barato en mi vaso
Cuando había palabras y remotas esquirlas de Gelman y Baudelaire
Hirviendo en mis mejillas y muchos amores.
Pero el caballo blanco salta a la baranda de un sonido tenue
Y el cubo plateado me avisa su adiós
En el fondo ocre solo queda mi aburrida tristeza
Y al final de la serena noche habrá un reguero de poemas que no voy a publicar
Una locura breve que sabré disimular en la calle, en la cama y en el aula
Me dibujaré de nuevo la sonrisa y me acostaré con la calma clamando cama
Seré un simulador perfecto, el hombre sincero de mi poema
Y desde mi ventana del laptop abriré persianas de sueño
Dormiré y soñaré
Sintetizaré desvelos ajenos para sentir que hay sangre en mis dedos
Mientras tipeo las sangrientas palabras que no voy a publicar
Quién me va a decir algo en el fondo ocre que me envuelve y me embriaga
Me van a decir que vuelvo al fondo de mi existencia desgraciada
Puros teatros mezclados de punzante autocompasión
Afuera el frío cruje en el aire y adentro también hay frío
Desde adentro congela los dedos que quieren decir te amo con el teclado y no saben
Hay un frío de cagarse en el pecho
Convive en mi centro la manía de volver al fondo
Al fondo ocre, la desidia de tener un ritmo
Un afanoso ritmo de costumbre
Que me embriaga de ocre y de bríos
Convive en mi pecho el frío y los bríos de un caballo blanco
Que me grita desde el fondo ocre del vaso octogonal que se acabó el cubo plateado
Que ya no hay más frío
Que está volviendo el brioso caballo blanco, puro
Y me arrastra de un pie a la orilla del laptop con miles de ventanas abiertas.
Al fin se acabó
Un final poco feliz que seguro tendrá resaca y hermosas ventanas
Un fondo cada vez menos ocre de poderosas ventanas
Y un brioso cubo plateado que se fue deshaciendo en el vaso
Donde, de un whisky, solo quedaron retazos y de un poema
Los interminables versos amargos que creo
Palabra y letra
¿en qué lugar está el sonido que esgrimía aquella palabra?
Deshaciéndose en la silenciosa esencia del vacío
La palabra acordaba breves visiones sobre su mundo
desvestía la indiferencia del objeto
lo nombraba y acariciaba sacándolo de sí mismo
lo hacía declamar la realidad versátil y opuesta, vital
se apreciaba victoriosa la suave realidad con palabras que la ideaban
¿en qué lugar se perdió el sonido que esgrimía?
retirándose a ser dibujado en la imprenta
La palabra no sabía doblar en la esquina cuando la llevaron
la nombraron a la vista, la convirtieron en arte
se ofrendó en luminosos milagros de la mano
en tinta y extinta no emitió sonido, simuló sensaciones
que ya no sentía
¿qué paso con el sentido que esgrimía la palabra?
en aquella noche se volvió medieval y hueca
avisoró sus memorias en la payada cruel de los tiempos
que guardan en mi memoria la memoria de los animales sonoros
con las letras hechas balidos y rugidos
y volviendo salvajemente a la mente
para ser eterna y bella, crujiente en la mano
revoltosa en la lengua.

Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.
Qué buen artículo, querido! Muchas gracias por compartir este bello laburo.