¿Qué sería del bueno y del malo sin el feo?
(Humánima de este espíritu de la época)
Por Gonzalo Roncedo |
Cambiemos la desinencia por femeninos o géneros no binarios, qué más da. La pregunta es la misma aunque cambien los estereotipos del famoso espagueti por las tradiciones de las epopeyas grecorromanas modernizadas entre los siglos catorce a diecisiete. Quiero decir que el personaje tipo del feo, Sancho Panza, John Falstaff, la dama Boba de Lope, Cyrano, etcétera, cambia como mudan las épocas, pero cada vez se valora mejor este tipo de personajes en contraposición con Aquiles calentones o Ulises taberos. El héroe se volvió antihéroe, las damiselas en apuros heroínas y, por último, antiheroínas o furias medeánicas de su propia libertad (Medea, ese otro arquetipo femenino fuerte, como Antígona); lo que hay ahora es un espejo de las personas ordinarias como un atributo que supera el decoro: su ruindad se justifica en la inequidad de la vida real, en los medios materiales que los estetizan con feísmos, con algún tornillo quebrado en aspectos morales, de belleza superficial, psicológica o intelectual.
El tema no aplica únicamente a varones. “Betty la fea” es una vuelta de tuerca (no tan vuelta ni tan tuerca, pero sí de finales de siglo veinte) a ese empoderamiento femenino; Wonder woman se adaptó al nuevo espíritu de la época como su contraparte, Capitana Marvel, pero nunca fueron Betty: acá el tema es la estética de aquella española narigona que casi solea con el Quijote en una venta perdida por la Mancha castellana, es decir que la belleza física o su falta, su espectro de falta, juega como un tema profundo pese a lo volátil a simple vista de su concepción. “Orlando” también abarca la problemática en espectros LGBT.
En otras palabras, no solamente estamos ataviados de bellismos impuestos, también poseemos estereotipos que se pasan por el ojete todo eso con talento. ¿Qué mejor aria para esto que la escena del espagueti western en cuestión donde Eli Wallach sufría la fiebre por el oro?
Ahora sí: autores a contrapelo
La introducción sirve de alegoría para lo que siento es el espíritu de una época formada por al menos los dos últimos siglos. Una época plástica donde la figura tragicómica de personajes imperfectxs se deslíe como norma que genera el arquetipo. Escritores de la revista El ganzo negro, ambos autores difieren en estilo y en temáticas, pero pueden encuadrarse desde el título: la visión tragicómica como un pasaje que trasciende la era barroca para inmiscuirse en cada espacio de esta super/pos/modernidad, exacerbada por la pandemia imperante.
Pablo Toblli, escritor de esta revista, ya ha antologado el libro de Luján, “Quedarse con la luz”, pero acá lo releo a mi manera. El autor ha publicado en su primer libro esa estela de los primeros libros de un poeta que abarcan una miscelánea de sus lugares pero, en todo caso mejor, de su humánima por el recuerdo de aquellos lugares. Este tipo de antologías son personales y, pese a buscar una unicidad tan propia como imposible, encuentran su carisma en el impacto que ejerce en sus lectores. Humánima es una palabra que deviene de la última novela Alan Moore, Jerusalén, donde homenajeando su cuna, la zona pobre inglesa de Northampton recorre un surrealismo caoísta sobre un linaje para cimentar tragicómica y fantásticamente cada peldaño histórico de la ciudad, pero eso es arena de otro cantar: nos quedemos con la impresión de “humánima” como la huella sedimentada de algún lugar por el espíritu de un autor, autora o autore. En este caso, Luján tiene precursores marcados, pero también juega con su propia ansiedad de la influencia para sacudirse mentores buscando sus propias constelaciones, llegando así a una epifanía que compartir con quienes leen. Pueden conseguir el libro, de editorial Lago, entrando al sitio del colectivo Escuchara.
Rescato, de todo pilar de palabras, los siguientes poemas (las selecciones se basan en el gusto pero creo, analizando la mínima grafía, el orden de los símbolos, que se puede leer una evolución en la cadencia, sin por eso multiplexar o desconocer la identidad lírica del referido):
De “Bajo estas nubes,/ Que simplemente están…” (2005)
Por este lugar
Pasó Dios
Y lloró…
Supo en ese instante
Que también
Iba a morir
(en referencia a Salinas Grandes)
De “Poemas para leer en esa plaza,/o en cualquier plaza” (2008)
II
Hoteluchos, viejas pensiones prostibularias,
bares oscuros con su vaho de vino
su humo melancólico
su bohemia descarada
el andén por donde vino el abuelo
partió el padre
y ahora el andén vacío
y muchas cosas demoradas.
De “Las palabras y las sombras” (2016)
I
Me tiro de espaldas sobre la hierba seca,
el ramaje desnudo de los árboles
esconde una secreta caligrafía,
ondulante como la respiración de una bestia.
III
Te nombro: árbol
se me enraíza esa palabra
y sólida va en busca
de los muertos
para encarnarse en su agua silenciosa
y perforar en el canto estático
de las horas
ese pedacito de cosmos:
tumba y templo.
De “Quedarse con la luz”
Mi madre anda en la resolana de la siesta
dele lavarle a la espera la desesperanza
mi madre anda en la penumbra de la noche
alejando las sombras
prendiendo velas chiquitas
que son inmensos soles, como soles infinitos.
Franco Caraccio, con una miscelánea más cercana a Moore, pongamos con un ejercicio de narrativa que busca el simiente entre Kafka y Felisberto Hernández (es alta la vara para ejercitar la tara), logra un libro cercano al “Hombre ilustrado” de Ray Bradbury en su primer libro, en el cual desprende una narración encadenada de narraciones desde un núcleo (el viejo, Don palabras), narración tucumana pero asimismo llena de ironías y claves personales que buscan la comunión lectora. “Don palabras”, de Falta Envido ediciones, puede conseguirse también en el sitio del colectivo Escuchara.
La selección para con los textos de Franco abarcan una compleja circunstancia: la narrativa supone otra sintonía mental, y su ritmo no desprende (salvo contados estilos que solfean más poéticamente) las mismas cadencias espaciales, por lo que me limitaré a mostrar el énfasis poético de una de las historias:
Teodoro
Se despertó sobresaltado y en plena oscuridad de la noche se irguió de la cama tratando de no alarmar a su mujer. Nervioso se puso sus pantalones y unas chinelas para dirigirse al lugar desde donde había venido el ruido.
(…)
Pedro comenzó a tantear las formas de su cuarto hasta salir al comedor, despacio y con cuidado rogaba a Dios que no sea cierto lo que presentía. Podía distinguir con mucho esfuerzo (…) que la luna no había salido nunca (…)
Sabía ya que el ruido provenía del árbol que se encontraba en el frente de su hogar. (…) casi sin voz, logró susurrar:
-¿Teo? –al mismo tiempo que el quejido de perros (…)
Teodoro, hamacándose con los brazos en la rama más gruesa de la higuera, al escuchar su nombre, dejó su juego. (…) mientras caminaba para sentarse en el banco que su padre había construido hace tiempo, miraba de costado a Pedro, que casi sin fuerzas en las piernas, se apoyaba contra el marco de la puerta. El joven no superaba los 18 años, y en su rostro había señales de un cansancio que no podía contarse por días. Se sentó de espaldas al viejo y, luego de un momento rompió el silencio que los grillos habían dejado:
-¿Sabés Papá que recién tuve un sueño de lo más raro? Soñé que estaba en mi cama y me despertaba con mucho miedo, tanto que te llamaba a vos y a la mamá pero no podía gritar. Después me tranquilizaba porque me daba cuenta que estaba despierto, pero si esperaba un momento quieto, descubría que lo que yo creía que era la realidad era en realidad un sueño y volvía a desesperarme, abría y cerraba los ojos con terror muchas veces (…) y un rato antes de perder la tranquilidad, me pude levantar.
El joven se dio media vuelta, esperando un comentario de su padre. Pedro, recuperándose, se sentó a la par de su hijo sin dejar de mirarlo.
-¿Qué pensás viejo? del sueño, digo.
-Una pesadilla mijo. Usted rece nomás que va a ver que eso lo soluciona todo.
(…)
-Nunca tuve tanto miedo
Su padre lo abrazó con fuerza y le dio un beso en la mejilla. Teodoro le sostuvo el rostro con las manos mirándolo fijo. Pedro no podía ocultar los restos de lágrimas en los ojos.
-La noche te arruga la cara viejo – le dijo casi riendo.
Una lechuza a lo lejos chilla de soledad. Entre las ramas de la higuera y desde el banco que se encuentra justo debajo, el joven maldice al pájaro. Allá arriba, a lo lejos, la luna se ahoga en marejadas de nubarrones sangrientos. (…)
-Papá –dice Teodoro-, ya no llorés más viejo. Te juro que mañana busco un trabajo y dejo de macanear. Ya vas a ver, me olvido de la cerveza y comienzo a laburar para no causarles más problemas y dejar de hacerla renegar a la pobre viejita.
En diagonal al frente de la vieja casona se enciende una ventana. Teodoro, refregándose el cuello aún con más fuerza, interrumpe lo que dice y, parándose, grita casi furioso:
-¡Doña Margarita no sea chismosa y vaya a dormir carajo!
-Doña Margarita no lo escucha mijo –dice Pedro reuniendo valor.
-¿Cómo que no? (…) Todo el pueblo me debe haber escuchado.
El viejo ya no retiene sus lágrimas. Pasa su brazo derecho alrededor de la espalda de su hijo y le besa la otra mejilla. Luego, acercándosele al oído, le dice como en secreto:
– Teodorito. Te mataste hace tiempo ya. Te colgaste de esta higuera una noche igual a esta.
Su hijo solo tiene tiempo para abrir los ojos sorprendido. Mira a Pedro desesperado al mismo tiempo que se desvanece en el viento.
El viejo queda solo de repente. Observa como la luna es prisionera del azar de las nubes.
Solo queda en el viento el eco de una lechuza. (…)
El cuento me gusta mucho, no sólo porque obedece a la fórmula moderna de cuento (debe dejar entrever dos historias que se cierran al final, cerrando la “pesquisa de lxs lectores”) sino porque juega con los elementos ambientales, quizá demasiado: por economía expositiva tuve que capturar lo esencial de la historia, pero insto a quien haya gustado del texto, que compre el libro y lea el cuento en su totalidad.
Para culminar, debo aclarar que mi ruta en esta serie de textos ha sido desde el comienzo revisar autores a contrapelo, como bien anuncié desde el título, organizándolo a lo largo de textos sucesivos. Autores interiores o exteriores, de los mundos de estas tierras o de otros, criptonautas o hacedores. No me considero crítico de periódico (menos en un pueblo chico como Tucumán, esta frase la debo repetir más que a santo de seña pero te queman las gomas del auto, te comparten el saludo de la cosa nostra, mejor no pintar por ahí, además de que para ser crítico opinativo hay que tener la espalda de un académico, a lo Johnson/Bloom, o abarcar el trabajo desde todos los rings a lo Eloy Martínez). Ni siquiera crítico: mucho mejor es ser comentador por afición (hablo con la desinencia masculina porque en mi caso soy varón, pero si quien lee se ofende, reemplácelo por cualquier otra ponderación sexual). Retomo: ambos autores pertenecieron al grupo del café literario Pangea, descripto en el número dedicado a Daniel Casas, pero con intereses distintos: uno busca el esteticismo, o mejor el arte por el arte, de la lírica sin pérdida del aura que el siglo veinte buscó hacer añicos: la imperfección del arquetipo tragicómico se refleja en la negación de los arquetipos occidentales clásicos para la estética que rescate la cotidianeidad sin caer en el hiperrealismo de las cotidianeidades; Franco Caraccio, por otra parte, persigue una sinergia entre la posmodernidad actual y la producción narrativa que le brinde un tesauro a sus concepciones. Contrapuntos que bien pueden ser claves en este bravo nuevo mundo, traduciendo mal a Shakespeare. ¿Se puede todavía hoy caer en esa valoración antigua de lo bueno, lo malo, lo feo, pese a la condición posmoderna de lo imperfectx, lo antiheroico/deconstructivo? Que lxs lectores decidan.
Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.