Ponerle orden al mundo o ser «realista»
Por Gonzalo Roncedo |
Gravitar un yo es hacer poesía. Empezar por el final, a media res o desde el inicio. Describir o narrar, expresar o fugarse. Ya se sabe, el lienzo usado es el descripto por el gaucho matrero en la pampa. Esto es así desde cualquier posibilidad formal. No desde la razón de que el lenguaje no es el lenguaje interior del alma, y de que lo que uno cuenta o recita no siempre refleja los abismos del alma, aunque muy pocas veces hay casos excepcionales de poetas que lo han logrado con creces. ¿El alma no está desordenada pese a las categorías del mundo? Por eso en la prehistoria nuestros antepasados nombrarían deidades en categorías, aventuro, queriendo ordenar la metafísica del desorden natural.
El siguiente autor a contrapelo es un colega de estos ejercicios, quizá caoísta: Horacio Sosa. Como yo, como Nicolás Soria, Horacio ha sido migrante de sus letras, ha tenido el privilegio (también, la desdicha) de sobrevivir a la vida, siendo argentino, cuando las musas poéticas solicitaban prestar voz. Menos con gramática que con sueños, contó en cierta fiesta, escribió para bandas como Sargento Cruel. Su vida está marcada en alguna calle cerca del Mercofrut, pero luego la cosa se fue yendo hacia las rutas. Ordenar ese caos merece un mejor poeta, algo menos abstruso, un crítico pulenta. Volvamos al autor más que a la biografía. Horacio dice haber elegido también, como el Indio Solari, como Luca Prodan, poner su propio orden al mundo en demérito de un realismo positivista, o acaso del intento de retratar ese caos de forma ordenada a lo Joyce, pongamos. Como su Indio Solari, que a veces es el mío, que a veces es también el Indio Solari de Luis Marcoux o el de Miguel Plano, pero no siempre, elige un surrealismo que lo define:
Érase una vez un lugar de nunca jamás donde ella me provocaba unos temblores que dejaban en ruinas la Nación. Jamás habíamos esperado ese poder, pero ella era una profecía.
La ayuda pronto vino:
enviaron un sin fin de águilas de una tal Colombia.
Esa maldita Princesa que nunca te dejaba dormir.
Siempre recuerdo el alba de los días,
las memorias de la guerra.
Siempre quise, contigo, sentirme inquietantemente movilizado, el más bonito
descontrol del jamás lacayo amor.
Ahora vivo en una montaña azulada de bermejos en la tarde, un mirador casi serio, desde donde todo y nada siempre se puede ver. Las últimas pinceladas para una Nación jamás conquistada.
Me dirán que tiene influencia ricotera, cómo no: diré que por ahí, mejor, anda el duende ya no gitano, pero de sangre andaluza, que escribió Lorca en “Poeta en Nueva York”. Por qué no, por ahí también habrá esnifado el amigo Solari. También deslinda ciertos rasgos más del palo de:
De noche, cuando el sol se haya agotado de esperanza, cuando la luna arribe al
día desde el este para observar tu corazón, loco galope sin que le lleven el paso;
cuando el día se extinga, y los gorriones sobre cualquier ligustro
bajen su volumen de algarabía,
la soledad invocará tu nombre y no estarás.
Te habrás ido de estas terrazas, no sé para qué cerciorarlo,
desde donde rayos apolíneos nos palidecían. Habrá una imagen tuya
danzando al fondo de la habitación. Habrá
miedo y ausencia. ¿Te habrás ido para siempre?
Extrañaré tu vientre, durmiéndose en mis ojos,
y las manos por la ruta de tu cintura
ahora otra en el crepúsculo.
Me dirán que se pasó de Nueva York a Valencia, a los no sé cuántos dúplex sin una lengua de suegra (hay que modernizar las metáforas), pero no: tiene lo suyo, algo baila por ahí.
El tiempo se detenía en la luz del rayo. Como generales de tu vida, esos truenos buscaban una razón. Estaba en el piso cincuenta y tres del edificio en llamas que yo mismo había incendiado, por la mañana soñando, cuando el sol supo levantarse indecente a través de tus ojos. Siempre es inevitable mirar hacia donde estás.
Todo alrededor se está yendo siempre por un sendero que nunca aprendemos a caminar. Todo intento es un chiste, donde tu gracia se esfuma antes de hacerse realidad.
Tampoco tiene por qué ser San Francisco. La ambigüedad María Juana/ La Coca/ ella/ eso ya te metió tres mitos o mitologemas pese a los nuevos lugares de la poesía beat/beatnik (pero no hay que usar tantas palabras de estudios literarios, que para las personas son odiosas), mitos por los que sondea la metáfora y el ritual de la poesía.
Recuerdo los sábados de rock n’ roll. Salíamos de la atmósfera siempre repetitiva en una máquina del cielo en Cabo Cañaveral. Cruzábamos el aire hasta ingresar en cierto lugar donde olvidabas la noción terrenal de tu ser, sin un memorándum que sostenga tanto. Ahora, todo aburrido y burgués, me acuesto temprano para ver la tele porque tengo frío: los dólares del préstamo nunca fueron nuestros. La fiesta sería por siempre,
ahora una ilusión.
El tiempo nos ha timado.
Algunos escritos suyos, a contrapelo también, como la música contemporánea Nathy Peluso, combinan español antiguo con rioplatense norteño: sería cosa de locos si uno no supiera que, en estos lares, todavía persiste un patriotismo a lo Vicente López y Planes, neoclásico, que utiliza latinismos o arcaísmos amén de la coloquialidad hiperrealista y el coventilleo de la cotidianidad de otras poesías: vuestras por sus, vuestra merced por usted o vos, etcétera: la propia historia del país contiene poesía migrante o de autores, con o sin renombre, mayores o menores, que muestran este desplazamiento, en tendencia hacia el actual vos con sus conjugaciones, pero que a veces recuerda tímidamente adjetivos posesivos y conjugaciones de pronombres del español traídos acá:
Quieto en esta silla de loquero amarrado con veinte cadenas, un ancla directa para no moverse de la última ubicación conocida. Vuestras sombras de libertad son solo el reflejo de una desesperación agarrada del pequeño hilo de la cordura. El hilo eterno de la piedad de Dios, se extiende por montañas y ríos calchaquíes, volando como un animal volador invento de la imaginación humana. La pasión del Cristo nos ha extendido las llaves para la renovación de nuestras almas, a cambio de lágrimas de dolor y entendimiento. Un requerido canje en la mansión del Señor de los cielos, el Alfa y la Omega. El principio y fin, de un inventor de nuevos amaneceres.
“Nuevos amaneceres”, una clave en Altazor sostenido: pero sin creacionismo directo. Unas hojas de hierba sin Whitman, es decir yuyos tucumanos (ahora salteños, mejor linderos). El texto anterior, a la vez que otros del autor, mantienen ese juego entre la épica neoclásica, que haría recordar al discurso de próceres, con cuestiones también neoclásicas escritas hoy, entre la parodia y la épica. Pero no hay sátira: la parodia como juego de interpolaciones de imágenes es tan propio de su poesía como la traslación de imágenes en una metáfora. Así descripto por mí, con historia de la literatura y el arte, pareciera que Horacio ordena su poesía, pero entiendo que su musa es caoísta: una magia del caos en el lenguaje anterior al lenguaje, es decir en una suerte de impresión-objeto-expresión interna del dasein, el yo-aquí heideggeriano, su existencia en un punto espacio-tiempo específico del universo. Como Pablo Toblli, talvez, no tan rico en técnicas pero sí en momentos: quien logre aprehender con antenas esas sintonías, encontrará cuántums tan potentes como Rimbaud o Valéry por toneladas. La variante de esa épica decimonónica es también interesante: bíblica: si vas a usar el tú español, sin dártelas de santiagueño, tenés que buscar una parodia que exude la apertura a lo juguete rabioso de Arlt, o bien arriesgarte a morir en la ruleta virtual de esa españolada bochinchera:
Estaba sentado en la tarde ilusionada de fuegos estelares sobre un horizonte cualquiera, el Job de Dios movía la leña cebil para que no se apagara jamás nuestra llama. Tanto es el frío del invierno.
Solía mirarme y hablar cómo si hubiera vivido un milenio, movía sus manos ideando un Dios que había reconocido en cada gota de lluvia, una mañana, cuando recién iniciaba la vida.
Tienes que abandonar ese cielo de carrozas y mujeres sensuales, la grieta de la vertiente y la sal de nuevos y viejos mares. Abandona todo aquello que enciende tu alma cómo el vino.
He estado invocando el espíritu de Job, caminando sus días hasta la última milésima donde se extiende la prueba. Toda nueva adversidad es el mejorado color nítido de la tarde.
Gabriel Gómez Saavedra, por ejemplo, le podría haber sugerido que cambie el registro: que meta el voseo si el productor del texto habla con voseo. Yo me permito otra gradiente del gusto por la lírica (o cualquier producción sociocultural literaria): que mantenga ese tuteo en tono de parodia o bien de simbolismo: si vas a meterte con Job, queda mejor el tono de película hollywoodense doblado al español o edición en tapa de oro claramente hispana que el tipo que diga: “che Job, medio que Dios te la jugó”. Es un gusto, y por tanto, subjetivo. A veces la propia época permite jugar así, o bien jugar como jugaría Gómez Saavedra. Lo importante es que la voz de Horacio mueve su propio estilo con fuerza: se resiste a que yo, habiendo usado alguna vez la sugerencia gomezsaavedriana, le cambie el tuteo por un voseo: me parece correcto: tiene un estilo fuerte, guste o no a quien lea.
Habla también en whitmaniano más que en una poesía beat: hay imágenes, el típico “describo un objeto, al cual lo voy a reflejar entre metáforas y tropos. Y en la frase corta, también, puedo extraer el objeto y permitirme comentarlo”. No hace falta que toda su poesía sea siempre imagista: nadie, ni siquiera Whitman, tiene los verbos tan imaginarios. Por caso:
Vuestras alas quietas de un invierno jamás superado, una ventisca que revolotea los techos de la casa ya entrada en años. Justo al frente, ayer mismo en el camino había un Buda, sentado bajo un árbol, su mente divagando en alguna isla que solo a él le afectaba. Sumando las mil ecuaciones, que le darían libertad en el futuro para seguir trotando su vida. Es que un barco no puede hacerse a la mar, si no eleva sus anclas. Si no extiende sus velas. Si no arremete contra el viento jamás va a avanzar. En en realidad, que contra el viento al igual que un ave libre en el cielo, que logrará avanzar dejando todo atrás.
No obstante, demasiado arcaísmo también puede resultar abrumador. Me permitiré variar: si hay demasiada apelación en formal antiguo español, intentaré meter mano e informalizar cada tanto por cuanto.
Últimamente hemos estado con los rusos demoliendo una falsedad que nos llega de Occidente. Es que sus noticias no son noticias, sus libertades son solo cautiverio.
Hemos estado vengando crímenes en nombre de la «democracia», nos hemos cansado de la injusticia que brilla encima de todas esas estrellas. Tuvimos que pelear, porque pelear es normal cuando cada día te cercan las mentiras. Preparar los tanques es normal cuando asesinan a tus niños hermanos en el sur.
En el mundo que nos han dibujado, si conseguís ver su reflejo con mucha luz vas a ver que la verdad es apenas una quimera, una que está cautiva de un sin fin de especuladores que están a su cargo.
Además de compartir poesía, también escribe novelas y cuentos. Pero en el texto anterior, se nota que también la poesía puede jugar entre el ensayo político y la polisemia.
Vamos a pintar un cielo después de la lluvia, donde ángeles danzan alrededor del camino del arco iris. Su blanca palidez y el invierno jamás les han quedado mejor a nadie.
Era como una estrella en el Oriente, de la cual vos eras el legionario que debía cuidarle la sonrisa y el cofre de su maletín. Una ruta llena de forasteros a los cuales nunca conoció, pero con quienes vivió. Tanto tiempo vagando su vida, para confirmar sólo viejos miedos que siempre salían debajo de su cama.
Esos miedos monstruos alimento de las sombras dudas que guardaba tu confiado pequeño, bonito, y siempre tierno corazón.
A lo dicho, se debe acotar que también hay pseudo-objetivismo jugando a ser abstracto:
Todo viene desapareciendo desde hace unos cien kilómetros: el verde de la pradera, el espíritu de la montaña. El sonido cansino de ensueño y magia de una noche de lluvia. Es que todo el mundo que tengo en mis manos se ha ido extendiendo a medida que iba absorbiendo el frío y las capas de hielo, el resultado final de una vida sin seguir la estrella del alba. Ahora me siento en la tarde a discutir con el espíritu del valle, sus impresiones de viento y sol que dejan ver su maravillosa sombra de belleza. Todo es un chasquido de sus dedos, el resplandor de los rayos y centellas. Sólo una efímera idea que jamás terminás de agarrar con tus manos.
Volvamos al juego de hermetizar si se trata de romance o bien de una adicción, una enfermedad o una congoja:
Es que no queda que le digas que es muy linda
pero conozco otra más linda porque me ha estado
arrojando
una especie de magia que le brota desde adentro.
Parece que sale un arco iris desde sus ojos,
viento y marea del océano.
Un perfume
de la planicie que ronda la inmortalidad,
unas extrañas muecas que me provocan risas.
Me quedo mirando como un niño que quiere un dulce. Ya no sé
qué remedio tiene esa linda enfermedad,
tampoco me quiero curar si ya soy
asintomático.
Hay algunos días en que me acuerdo que tengo sus ojos
influyéndome la piel,
hay otros días que ni siquiera lo recuerdo.
Hay un orden y un caos en el autor, chocando, ¿debe escribir orientado a las emociones que abrazan o, por su experiencia, pese a la lingüística, escuchar un lenguaje de negaciones que la realidad le muestra? También hay un otro, un tú lírico, como Vicky Weiss, y una dualidad erótico-romántica, como Gabhira Agüero, en su caso, una de las coordenadas sale del Indio Solari, y vuelve a un Bécquer que ya no es Bécquer o Neruda, o Darío: habita en Horacio otro Horacio, otro Catulo, una Safo que quiere con frases cortas retomar el nítido aleteo de los enamoramientos, saliendo del lugar-ruta o de la oscuridad con eventuales sátiras o diatribas. Nótese el empeño del escritor en retomar lugares dantescos (paraíso-abismo-infierno, luz-oscuridad, etcétera) sin caer en Blake o Milton, o siquiera en poetas más populares que el padre de la poesía italiana:
¿De qué vale verte cuando estás tan lejos, allá por un camino distante de ciudades y pueblos?, galopando las mañanas y las estelas frías.
Dibujé una pintura surrealista donde vos sonreías, en la que contemplé el abismo; todo después de aquello era como estar desterrado del paraíso.
Tenía en mí mano la paleta y los colores de tus ojos, la piel de prisma convertida en suma total de una belleza inabarcable. ¿Dónde iría después de todo eso?
Había visto la madrugada perdida del mar en Punta Mogotes, una eternidad luego de haberlos olvidado. Todo eso al resguardo de la belleza de tu rostro.
De nuevo: orden y caos. Quizá Occidente, catolicismo mediante, se armó con estos contrapuntos que el ser argentino nutre con sus Boca-River y demases etcéteras repetitivos o variantes. Quizá para el juego católico de imágenes “oscuras, claras o perspicuas” también valga el espectro de ubicar realidad o irrealidad, y ahí todo encaja. Lo que a veces no encaja es esa despersonalización de volverse desde las propias marcas léxicas del poema un tú-sujeto-al-yo, un “vos sos yo hablándome a mí mismo” si no es con este juego de ubicar el ser interior con lo externo al ser (salvo que entremos al juego del ego-yo o el yo-nostálgico, de los que quizá también haya algún tinte):
Tengo cuatrocientos años a la deriva en un desierto lúgubre, una celda que tiene colores claros alternando su belleza.
La mujer de tus sueños vive a ocho mil metros sobre el nivel del mar, tiene el encanto de Alicia pero jamás ha encontrado el país de las maravillas. Ha sido cegada antes.
Tengo a mi madre esperándome en la casa como cuando era niño hasta que terminara de jugar y volviera a casa. Lo siento madre, yo como muchos también perdí el camino.
Cuando cae el sol a la tarde, cuando se escucha a lo lejos el canto de alguna ave, ciertos instantes sobrecogen de tantas pruebas, un pasaje, pero ahí recordamos que no sabemos por qué estamos aquí, ni para qué nos han enviado.
Nótense también el lugar-madre, pero también el lugar-desierto (no un averno dantesco, más bien una suerte de mesomundo-purgatorio dantesco, un momento de resistencia).
Quieto como la luna detenida en el tiempo una noche a las 4 AM en medio del invierno más cruel. A estas alturas, en el horizonte tu corazón no viene trayendo soluciones.
Destruimos el tiempo cuando descubrimos que jamás ha de volver lo indetenible. El tiempo es una guillotina bailando en los cielos.
Siempre quise recordar por toda la eternidad lo que sentía cuando iba a buscarte. Una inmensidad tan basta como el universo mismo, que ahora retumba en ecos de frialdad.
Me fui yendo cada día en esa noche de invierno, alejándome como la presa de los devoradores.
Siempre quise retenerte por siempre en mi corazón, pero no pude lograrlo jamás.
Como cualquiera de nosotros, Horacio ejercita ordenar el caos, pero en mayoría de oportunidades gana el caos, pese al orden, reflexión que no es sino la del subtítulo. Un caso final que lo corrobora:
Es preferible un día nublado de cielos y emociones que uno soleado e inventado para una realidad que jamás existe. Es preferible la muerte que vivir en la mentira.
Son preferibles las hordas de enemigos que cuando sonríen te asustan el alma, que vivir aparentemente bien sin saber jamás de dónde es que siempre te están atacando.
Prefiero resistir en el infierno, de donde Dios me quita limpio y pulido para la escalera al cielo, a vivir en el valle de todas tus mentiras doradas, llenas de oro y guirnaldas.
Prefiero jamás volverte a sonreír, prefiero irme de dónde jamás supe que ya venía.
Prefiero seguir tomando todos estos días el trago de la desilusión.
A seguir viviendo en un invento.
Ingeniero, Analista, Empleado Judicial, fana de Batman, hincha del chocolate. Las menos veces, autor.