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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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“Siempre supe que la Historia es un flujo inestable, un movimiento perpetuo”

Entrevista a María Rosa Lojo

Por Mónica Cazón |

—El proyecto “Argentina Key Titles” es la Selección Argentina de la industria editorial. Un catálogo curado con los títulos más atractivos editados en la Argentina en el último año con posibilidades de venta, traducción y adaptación a otras lenguas. Contame, ¿qué pasó cuando te enteraste que “Lo que hicieron ahí” había sido seleccionado?

—Fue una gratísima sorpresa y me sentí muy honrada, ya que es una selección pequeña: reúne solo treinta títulos, en todos los géneros literarios, de editoriales argentinas independientes de todo el país. Además, tengo un vínculo largo y especial con Corregidor, que publicó la obra. En esta editorial fundada por un inmigrante gallego (el ya legendario don Manuel Pampín) yo contaba ya con dos libros de ensayo e investigación, uno de ellos, mi tesis de doctorado. Corregidor tiene un excelente catálogo de autores argentinos y latinoamericanos; me alegró mucho sumarme a él con este nuevo proyecto y que ahora entremos juntos a los Key-Titles.   

Aunque la gran mayoría de mis libros están en editoriales transnacionales con filial en nuestro país (Penguin Random House Mondadori y Santillana), donde sigo publicando e incluso me reeditan, no necesariamente pueden absorber todo lo que propongo y hago. La pandemia y la crisis económica retardaron la publicación de obras ya programadas e impidieron la contratación de otras. Lo que hicieron ahí encontró en la colección “Narrativas al Sur del Río Bravo”, un lugar hospitalario, y ahora, a través del Programa Key-Titles, la posibilidad de difusión en Ferias internacionales más allá de la Argentina.

—Titular es uno de los pasos más difíciles de un libro ¿Cómo nace el nombre y el libro, por supuesto?

—Un buen título tiene que resumir y simbolizar un libro. Me gustan los que son honestos y no defraudan, que dicen la verdad sobre la obra y apuntan tanto a lo general como a lo particular. Me costó bastante trabajo decidirme. Este texto tuvo varias versiones y lo empecé hace mucho tiempo (entre 2016 y 2017). Al principio el libro era más corto y el título se focalizaba particularmente en uno de sus personajes (Villegas). Luego el texto se fue expandiendo y se transformó, cada vez más, en una obra verdaderamente coral, de vidas y de voces entrelazadas. Por eso elegí “Lo que hicieron ahí”, que alude a todos los personajes, en un lugar que es un punto determinado, pero también una concentración de espacios y tiempos.

—¿Qué opinas de la escritura comprometida a la que hacen alusión algunos referentes? Hablo en cuanto a la historia de nuestro país.

—Mi escritura siempre resulta inevitablemente comprometida con el devenir histórico y social. Pero no hago libros “de tesis” donde trato de demostrar una idea preexistente y mucho menos una escritura alineada o partidaria. Justamente lo fascinante de escribir ficción es que permite salir de los clichés y de los eslóganes, adentrarse en subjetividades, tomar diferentes perspectivas de los mismos hechos, y asomarse así a una realidad multifacética.  

Entrecruzar el pasado y el presente de los personajes suena a una ardua tarea. Las imágenes, revelan y engañan, nos tiran pistas y desorientan ¿Fue compleja la cimentación?

—Sí, realmente fue un trabajo muy arduo. Tuvo distintas etapas, cambié el orden de varios capítulos y estudié mucho cómo sembrar esas pistas para que el lector las vaya encontrando y pueda llegar al fin de todos los relatos con una visión total, en la que sabe más que cualquiera de los personajes. El libro requiere un lector activo, un co-creador que arme el libro desde una lectura sensible, atenta, perceptiva.

La construcción de la identidad, en el plano individual y el colectivo es un tema central en todos sus libros ¿Por qué?

—No es un plan deliberado, pero supongo que tiene que ver con la emigración y el exilio de mi familia de origen y el descentramiento de la mirada que eso supuso para mí. El vaivén entre mundos, entre orillas, me colocó en un borde incómodo, pero también fecundo e inquietante, donde las identidades no aparecían como naturales y obvias, y mucho menos como inamovibles. Siempre supe que la Historia es un flujo inestable, un movimiento perpetuo.

—¿Los “indios”, como se los llamaba en el siglo XIX, fueron excluidos de la historia política argentina?

—En principio, sí. Los relatos constructores de la Argentina moderna post “Campaña al Desierto” colocaron a los indios, en bloque, del lado de la barbarie que se había derrotado y conquistado, y los proyectaron hacia atrás, hacia un pasado de fósiles prehistóricos muy lejano en el tiempo. Un emblema de esta reducción de los actores vivos de un pasado cercano a la categoría etnográfica de cráneos exhibidos en un museo, es lo que pasó con los caciques Mariano Rosas y Calfucurá. Se olvidó que esos caciques y otros fueron líderes políticos de gran peso, que entablaban alianzas con las diversas facciones de la sociedad criolla durante las guerras civiles, según les conviniera a sus intereses, y que inclinaban la balanza para un lado o para el otro. Se olvidó que la frontera era porosa, que hubo guerra pero también comercio y mestizaje. Y que esos aborígenes (no solo los del sur y los de la pampa central, sino las comunidades de distintos lugares del país) ya estaban metidos en el ADN biológico y cultural de la sociedad argentina.  Dentro de Lo que hicieron ahí, el Tata Juan representa la memoria de ese mestizaje amasado durante las guerras civiles y las guerras de frontera.

—Uno de sus protagonistas (Arturo Villegas) es un hombre fracasado pero ambicioso que, de cualquier manera, pretende ascender de nivel social, incluso engañando a los demás en cuanto a su origen y sus capacidades, ¿percibo un reflejo de la sociedad actual?   

—Creo que el arribista es un perfil humano de todos los tiempos. Seguramente hay algo de Julien Sorel, el héroe de esa admirable novela que es Rojo y negro, de Stendhal, en este personaje. Villegas me parece una figura bastante patética. Quiere más de lo que puede y siempre termina siendo la mala copia de otro (en particular de Gabriel, el sobrino de Jorge Zorraquín al que se parece físicamente, aunque carece de su “suerte” de origen). No nació rico y fracasa cuando intenta hacer fortuna subiéndose a las conexiones que logra conseguir desde una falsa posición. Su vida es un “traje”, una vestidura, una apariencia; en realidad, está desnudo. En este sentido –en la hipertrofia de la imagen— sí se lo puede relacionar particularmente con la actual proliferación de apariencias, la construcción de vidas en las redes que muestran solo “perfiles” de nosotros.  

—Observo que en su obra se acumulan las referencias literarias en cuanto al tratamiento del espacio rural y, este libro, no es la excepción. Ese pasaje, puente, nexo entre lo rural y lo urbano ¿es una herramienta para comprender los hechos?  

—Buena parte del destino de la Argentina se decidió en ese ámbito rural que, según quien lo ocupara, se llamó “desierto” o se llamó “campo”. Hubo feroces luchas por ese espacio, como dice el Tata Juan: “—Se perdió mucha sangre por estas tierras. De indios y de cristianos. En todos los campos que hay de acá hasta el sur. Pero los que se desangraron en ellos ni siquiera tienen las tierras. Toda la pampa está sembrada de sus huesos.”

La imagen de la pampa como un inmenso cementerio donde cada noche reaparecen los muertos de todas las guerras está en una novela mía anterior: Finisterre (2005) y también en mi poesía: “Se dejan ver, entonces, los yelmos inútiles y las espadas de óxido, los pies que se extraviaron en el falso camino de la Plata, las espuelas nazarenas y las botas de potro, los fusiles, las lanzas y las carabinas, las mantas con dibujos del sol y de la luna, los uniformes azules y los ponchos rojos, los niños y las madres de todas las matanzas celebradas sin pudor, bajo el cielo radiante. Nadie duerme en el descanso eterno. Son bellos insomnes, que brillan en una caja oscura de cristal, caminando a lo largo de la noche. Luces malas, los llaman. Avanzan en procesión por la pampa redonda. Llevan sus propios huesos encendidos como cirios.”

La matriz imperceptible de la violencia está en la llanura como campo de batalla y desde ahí se proyecta hacia todas las dimensiones del espacio-tiempo. Creemos que no existe, porque el viento parece llevar y diluir cualquier memoria, pero en realidad ese pasado es el que teje la trama del presente, y no lo vemos, porque lo impregna todo: “Entonces yo salía a mirar la tierra azul, alucinada por las grandes claridades, y el cielo era una tela incandescente hecha de puntos que titilan. Eran los ojos sin párpados de los muertos, los ojos que reflejaban sus pupilas contra la bóveda del aire, los ojos que nadie veía ni recordaba. Porque ellos eran el aire, porque ellos eran la luz que todo lo encendía.” (Finisterre).

En cada documento de cultura (léase, urbanidad, civilización) late un documento de barbarie, nos alerta Walter Benjamin. Hay un flujo continuo de vasos comunicantes entre estos aparentes opuestos. Ese vaivén es la condición humana.

Para reconstruir el pasado de los protagonistas, recurrimos a objetos que nos acercan: A veces Lía se para frente a ese espejo. Le hace muecas, le saca la lengua. Le divierte que la mitad de la lengua se vea un centímetro más arriba que la otra, que un ojo se despedace, desfasado.  ¿Sería la función de las fotos, espejos y cuadros que aparecen en el libro?  

—Sí, esas imágenes son fundamentales para reconstruir el hilo que une los distintos momentos en las vidas de los personajes. Son símbolos de la unidad pero también de la fragmentación, de los saltos y de los cambios a lo largo de las vidas individuales y de la historia colectiva. La cita que mencionas la elegí, en el breve prólogo, para aludir a la composición de todo el libro. Un libro que puede leerse como una colección de cuentos (por lo tanto, de unidades narrativas independientes) pero también como una novela compuesta de fragmentos que se vinculan. Solo sus lectores podrán rearmar ese espejo roto, reintegrar esa compleja unidad.

—¿Proyectos inmediatos y a largo plazo? 

—Leer y escribir son siempre mis proyectos a corto y largo plazo. Tengo ideas para un libro de cuentos y una novela. Y también conferencias y clases para dar, orientadas hacia la escritura creativa.


María Rosa Lojo nació en Buenos Aires en 1954, hija de padres españoles. Es poeta, narradora y ensayista. 

Su obra creativa incluye cuatro libros de microficciones líricas/poemas en prosa compiladas en Bosque de Ojos (2011):  Visiones (1984), Forma oculta del mundo (1991), Esperan la mañana verde (1998) e Historias del Cielo (2010) y el poemario Los brotes de esta tierra (2022). Su prosa comprende las novelas Canción perdida en Buenos Aires al Oeste (1987), La pasión de los nómades (1994), La princesa federal (1998), Una mujer de fin de siglo (1999), Las libres del Sur (2004), Finisterre (2005), Árbol de familia (2010), Todos éramos hijos (2014), Solo queda saltar (2018), así como las colecciones de cuentos Marginales (1986), Historias ocultas en la Recoleta (2000, con Roberto Elissalde), Amores insólitos de nuestra historia (2001), Cuerpos resplandecientes. Santos populares argentinos (2007), Así los trata la muerte. Voces desde el Cementerio de la Recoleta (2021) y la serie de cuentos encadenados Lo que hicieron ahí (2023).Publicó también El libro de las Siniguales y del único Sinigual (2010 y 2016, en gallego y en castellano), álbum ilustrado, en co-autoría con la artista visual Leonor Beuter. Ha sido incluida en numerosas antologías de la Argentina y del extranjero.

Parte de sus libros se ha traducido al inglés, francés, italiano, gallego, tailandés y búlgaro. Su novela Finisterre, volcada a la lengua thai por Pasuree Luesakul, recibió el Premio Nacional de Traducción Phraya Anuman Rajadhon 2015. Su libro de poemas Esperan la mañana verde, en su traducción francesa (En attendant le matin vert) recibió el Premio Internacional Antonio Viccaro 2017 (Canadá) para poetas de América del Sur. 

Entre otros, obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (1984), el Premio del Fondo Nacional de las Artes en cuento (1985) y en novela (1986), el Segundo Premio Municipal de Poesía de Buenos Aires, el Primer Premio Municipal de Narrativa de Buenos Aires “Eduardo Mallea” (1996), el Premio Kónex (2004), el Premio “Los Destacados” ALIJA-IBBY (2019) por Solo queda saltar, que fue también incluida en los 100 libros recomendados (2020) de la Fundación Internacional Cuatro Gatos (Miami).

Una respuesta a ““Siempre supe que la Historia es un flujo inestable, un movimiento perpetuo””

  1. Liliana massara dice:

    Muy buena entrevista
    Excelentes respuestas.

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