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ISSN 2684-0626

 

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Sobre Las coplas de los misterios, de Leopoldo Castilla

Por Gabriel Gómez Saavedra |

Cuenta la historia que una joven Leda Valladares (1919-2011), en el verano de sus 22 años, tuvo una revelación desde la ventana de un hotel de Cafayate: escucha por primera vez una baguala, traída por las voces de tres cantoras vallistas a caballo. A partir de esa experiencia, la estructura occidental de su espíritu cultural, que hasta ese momento sólo había navegado por las aguas del jazz y de la música académica, tuvo una conmoción que la insufló de la vitalidad con la que después recorrió los caminos que van desde Ecuador hasta el NOA argentino para conocer, recopilar y entregar, a todo aquel que quisiese recibirlo, el cancionero andino anónimo; sus modos y los hombres y mujeres que lo sostuvieron a lo largo de siglos como un tesoro ignorado.

Cabe mencionar que ese cancionero se asienta, en gran medida, en la estructura lírica de la copla para aportar las letras que exponen los recovecos de las inquietudes humanas. Copla que transitó mutaciones desde la península ibérica que la vio nacer en la poesía trovadoresca catalana y occitana de los siglos XII y XIII,  hasta su forma más reconocible: la de manifestación de la cultura popular y anónima, que fue asimilada y apropiada por los pueblos andinos del NOA para darse un acervo donde mirarse y reconocerse.

Ese camino de la copla la encuentra, en este tiempo, demostrando su vitalidad, casi exclusivamente, en el ámbito de la música folklórica; sea la anónima (circunscripta al canto con caja) o la de raíz folklórica (de autor) que recurre a la copla para estructurar letras de canciones contemporáneas. Pero, ¿qué pasa hoy con la copla como estructura lingüística en sí?; ¿es elegida por nuestros poetas para escribir sus colecciones de poemas? La respuesta es sí, pero en muy escasa medida. Si tomamos la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI, son contados los autores de nuestro tiempo que recurrieron a la copla para gestar sus poemarios; a mi mente vienen sólo algunos nombres: Aledo Meloni (1912-2016), Miguel Ángel Pérez (1930-2013), Dardo del Valle Gómez (1937-2011) y Hugo Francisco Rivella (1948). Sin duda, el imperio del verso libre marca el tiempo y la forma de la poesía reciente y de la que se va gestando, y esto corre el interés fuera de las formas cerradas; más aún si consideramos a la copla como un desafío que limita, por lo general, a un marco de no más de cuatro versos de arte menor y rimados; desafío que se intensifica si su destino es de poesía de lectura, cuando su naturaleza empuja hacia el recitado o el canto.  A pesar de esto, ese desafío ha sido tomado por uno de los poetas de obra más prolíficos y consolidada de nuestro tiempo, Leopoldo Castilla, quien, en su último libro Las coplas de los misterios (Nudista, 2024) entrega una colección de coplas romance que logran un equilibrio exacto entre la forma y un contenido estilizado y contundente. Castilla demuestra que sabe hacer uso de la brevedad de la copla, bastándole ésta para exponer una serie de preguntas que desafían la razón de la humanidad y componer verdades desorbitadas que las evacúan desde una metafísica exquisita. Todo esto sin necesitar innovar en la estructura de la copla romance; la sostiene en toda su pureza métrica y en la rima. A la vez emula uno de los modos con que las coplas, en el NOA, se interpretan cantando: el contrapunto; esa especie de desafío entre dos cantores donde uno improvisa una temática que debe ser continuada por otro coplero y así, sucesivamente, hasta que el ingenio abandona a uno de los “contendientes” y gana el que queda con la última palabra (modo empleado también por los payadores y, más aquí en el tiempo, por los raperos en las llamadas “batallas de gallos”).

Cada poema de Las coplas de los misterios forma un dúo, donde una copla abre un interrogante que es respondido por una segunda copla. Lo que enriquece esta mecánica son los matices tonales aportados por los sujetos líricos que van apareciendo texto a texto. Así, a veces, podemos identificar dos sujetos diferentes:

¿Dónde se fue esa persona

que se mira en el espejo

y está, sin ser, como está

de cuerpo presente un muerto?

Son dos ausencias que se unen

—miran desapareciendo—

por eso te ves tan cerca

pero te sientes tan lejos.

En otros poemas las coplas parecen no incluir otro interlocutor, y el desamparo del sujeto lírico se amplifica por lo terrible de ser capaz de responder, por sí solo, el misterio planteado:

¿Cuándo la naturaleza

traicionó su natural

para que nazca la mula

de diferente animal?

Las criaturas dan a luz

mas la luz no siempre da,

a la mula la alumbraron

con toda la oscuridad.

En un tercer registro pareciera intervenir una tercera voz lírica, enriqueciendo la pregunta:

—¿Y la luz de la luciérnaga

de dónde será que viene?

—El firmamento semilla

las estrellas que se mueren.

Las luciérnagas, como ellas,

la misma suerte padecen,

cada una nace en la luz

de la que desaparece.

Si bien, como se mencionó, la copla está íntimamente ligada a la cultura popular y anónima, y es ahí donde conquistó su dimensión más reconocible, en la Edad Media y en el Siglo de Oro, la noción de copla remitía a un tecnicismo de la poesía culta, con que se definía a la idea de combinación métrica o estrofa que se acoplaba a otras de igual factura, formando en conjunto una composición lírica. De ahí su etimología derivada del vocablo latino cópula. Por lo tanto, su derrotero histórico estaría marcado por un trasvasamiento del mundo culto al popular. El mencionado encadenamiento o acople también puede hallarse en el libro de Castilla:

¿Por qué brotan al llorar

agua salada mis ojos?

—En el mar nació la vida

y de él venimos todos,

él pena en ti cuando penas

y es de él la sal de tu llanto,

no es que estés llorando a mares

es el mar que está llorando.

Dicho esto, la pericia con que Leopoldo Castilla aborda la copla viene a confirmar que por las venas centenarias de ésta puede correr sangre del tiempo que pisamos, sin extrañezas ni dificultades, y que su dimensión puede ir más allá del horizonte de la canción de raíz folklórica, ya que la versatilidad reside en su ADN, quedando abierta a que nuevas generaciones de poetas se sirvan de ella.

3 respuestas a “Sobre Las coplas de los misterios, de Leopoldo Castilla”

  1. Sara Mamani dice:

    Su escrito me provoa deseos,curiosidad de leer el libro.
    La copla es infinita. Saberlo una vez más
    Gracias

  2. Lily Jalile dice:

    Muy interesante reseña. Habrá que leer ese libro

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