Por Patricio García |
Se me pidió que recuerde a los 90 y a mi época con Los Chicles. Lo voy a intentar, aunque no puedo garantizar certeza ni verdad. Tengo que atravesar una espesa niebla canábica que reina sobre la mayor parte de esos días y dificulta el recuerdo, por otra parte nunca he considerado del todo creíble a mi memoria, ni verosímil.
Un día chateando con un grupo de durannies -que es como llaman a los fans de Duran Duran- les decía que había visto a sus ídolos en vivo en Tucumán en el 92. Ellos me corrigieron «¡En Tucumán estuvieron en el 93!». Además me contaron detalles de esa noche que ignoraba. Y yo había estado ahí. Ellos no. Ellos habían estudiado la historia con devoción. Yo la había experimentado y no guardaba más que tres o cuatro flashes improbables de Simon Lebon y compañía y un episodio, también improbable, en el que se habían pinchado unas pelotas gigantes de Pepsi ¡Y creía que la cuestión había sido un año antes!
A principios de los 90, Tucumán era todavía un lugar pre-punk, y pre-hippie, se estaba descubriendo el hippismo y para la sociedad el pelo largo era de puto. Así era la expresión apropiada entonces. El buen rock era Toto. Moura y Cerati, por ejemplo, eran putos. Charly Garcia drogadicto y puto.
Yo escuchaba lo que pasaban por la radio y si me gustaba lo grababa en cassettes vírgenes. Me mantenía informado con la revista Pelo y pegándome toda la noche a los disc jockeys de los asaltos y haciéndoles preguntas. Además era fan extremo de los Beatles desde los tres años.
Una noche del 92, viendo Notidormi, el programa de Raúl Portal, vi en vivo a Los Brujos. Me invadió una sensación formidable de «¿Qué carajo es esto?». Pronto conocí a los Babasónicos, Juana La Loca, Martes Menta, Peligrosos Gorriones, El Otro Yo, Suárez y un montón de otras bandas extrañas. Hacían una música como no había escuchado nunca y los llamaban «la movida sónica». Decidí adquirir una guitarra, aprender a tocarla y formar una banda sónica.
Después apareció Nirvana y por detrás de ellos, si escarbabas un poco, Pixies, Sonic Youth, My Bloody Valentine, The Jesus And Mary Chain y muchas otras. Eran el «rock alternativo». Y comprendí de dónde había salido la «movida sónica» porteña.
El único programa de radio que pasaba esa música era el de Jorge Piñero, hoy cantante de Estación Experimental, los sábados a la siesta. Yo lo escuchaba con voracidad y pronto comencé a apersonarme en el estudio de la radio porque estar del otro lado de las ondas no me pareció suficiente. Y comencé a formar parte del pequeño culto que allí se reunía.
Por esa época formé mi primera banda con compañeros del colegio Carducci. Se llamaba Lady Penélope y era una fotocopia de Nirvana. A mí se me conocía en el ambiente como «Cobain». Tocábamos con heavies y los primeros punks, ya que no había iguales para nuestra banda, y después de todo estábamos emparentados por la distorsión y la pesadez.
La Insignia, banda del legendario «Jabón», se transformó en una fotocopia de Pearl Jam y aparecieron también los Manes Diatriba que eran una especie de Husker Du. Pero cuando Piñero formó Los Libertinos empezamos a compartir fechas con ellos. Algunas noches ellos eran nuestro único público y su único público, nosotros.
Cuando llegó la MTV, el rock alternativo se volvió tendencia, se democratizó, su calidad se volvió irregular y las propuestas insufribles se multiplicaron. Nosotros para entonces habíamos alcanzado cierta sofisticación y decidimos formar una nueva banda, más cerca de lo pop y lo mainstream, como una forma de dejar de ser parias y llegar a más público. La llamamos Los Chicles. Nos volvimos un acto ideal para fiestas privadas porque hacíamos versiones salvajes de clásicos del rock como “Boys Don’t Cry” o “My Sharona”.
Conseguimos un manager, Oscar Flores, docente de Derecho Constitucional y fan del rock. Lo primero que hizo fue poner a Gullermo Ocon a pulir nuestra técnica instrumental y luego produjo nuestro primer disco: «Argh! Burp! Prrr!».
El disco se publicó en cassette en abril de 1997. Luego de eso, agotado, Flores nos transfirió a David Cohen, manager de la 448, que era un fenómeno de popularidad y convocatoria en esa época. Cohen, ya quemado por su trabajo en la 448, estaba tratando de abandonar el manejo de bandas, pero nos hizo tocar en muchos de los recitales que organizaba con Ariel Bellos.
El primero de esos recitales fue teloneando a Attaque 77 y El Otro Yo. Ambas bandas se enamoraron de nosotros y nos invitaron a compartir escenarios con ellos en Buenos Aires. En ambos casos esto ocurrió en el mítico «Cemento» de Chabán.
En éste punto quisiera aprovechar para expresarme en público, ya que nunca lo hice hasta ahora, sobre el caso Cristian Aldana. Cristian, guitarrista de El Otro Yo, fue condenado el año pasado a 22 años de prisión por abuso y corrupción de menores. Los relatos de las víctimas son horrorosos.
Cristian fue mi ídolo desde los albores de la «movida sónica», conocerlo personalmente fue como un sueño cumplido y siempre se mostró ante nosotros como una persona dulce y amable. Nuestras conversaciones eran básicamente sobre música y nunca hizo referencia a sus perversiones. Eso sí, estaban en sus letras. Yo las admiraba y asumía que era fan del Marqués de Sade -varios de mis colegas roqueros más cultos lo eran-, y de hecho un día le pregunté «A vos te gusta mucho Sade ¿No?» «¿Quién?» Me respondió. Seguí su caso con gran dolor por él, su familia y su banda, pero sobre todo por sus víctimas.
Por esa época -97, 98- estalló el punk en Tucumán. Quiero decir, en forma de un movimiento efervescente. Comenzaron a organizarse los «Festipunks» que eran verdaderamente multitudinarios. Chicos y chicas, y chiques de todas las clases sociales se entreveraban allí. Había bandas pero también literatura en forma de fanzines. Y política. Allí me enteré por primera vez de los movimientos de mujeres y los movimientos gay. Los Chicles tocamos en varios de estos festivales e hicimos muchas amistades entre les punkies. Allí me hice anarquista. Anarco-colectivista.
Nuestra música se volvió más rápida y furiosa en esa época, para satisfacer a nuestro nuevo público punk que pedía velocidad y furia. Ese repertorio se puede apreciar en nuestro segundo disco «Dementa», cuya grabación fue caótica, demasiado larga y con la banda en crisis.
Además de los «Festipunks», en aquellos días comenzamos a frecuentar las «raves» de música electrónica. Un ex-compañero del Carducci, Martín Villa, nos introdujo al mundo electrónico. Él era DJ desde los primeros días, siempre había sido parte del grupo de amigos pero no parte de la banda.
Cuando en el año 99 nuestro baterista Juan nos dejó, no dudamos en incorporar a Martín Villa y así logramos, accidentalmente o de forma sistemáticamente planeada -nunca lo sabré- nuestro sonido característico: Base electrónica, guitarras zumbantes y melodías beatlescas.
Con la nueva formación grabamos nuestro tercer disco, «Los Chicles». Lo último que hice en la década de los 90 fue grabar desde un balcón de mi casa los fuegos artificiales de los festejos de año nuevo del milenio. Después serían incluidos como bonus tracks al final de ese tercer disco.
Los Chicles duramos dos años más excediendo la década y nos separamos, pero la experiencia con ellos me había dado a entender que yo era, y soy, un compositor.
Nacido como Patricio Agustín García Martínez (28 de octubre de 1977), es un compositor, músico, director de cine argentino y ex vocalista del grupo Los Chicles. Integró el grupo de improvisación avant-garde Las Águilas Panamericanas de Oro y editó tres discos como solista. Escribió, dirigió y compuso música para cine y TV.
Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Patricio_Garc%C3%ADa_(m%C3%BAsico)
Genial, me encanta leer sobre el Tucumán de los 90, para entender que pasaba a mi alrededor mientras era bien pibe y no entendía una…
Qué buena banda que fue Los Chicles! Qué grande, Pato! Siempre escucho sus álbumes de solista también!
que bueno , pero ha omitido muchos otros eventos y flashes ; la banda de toto canavesi de los hornos la rompió en el sambe.