Por María Belén Aguirre |
SUEÑO CON MARADONA
Soñé que el Diego me hacía de campana para que robara –“tranca, amiga”– víveres del supermercado. Expeditivo y de pie junto a la puerta como un guerrero fulminata de las causas justas y urgentes a la hora de la aflicción y la desesperanza otorgándome la fuerza el coraje y la serenidad y protegiéndome de todos / los que podrían perjudicarme. Mientras a un costado, en la vereda,César y Alan jugaban a jugar al cine- ensayo hablando de Paul Klee, el castillo, el sol; la lluvia, las jaulas, ante el sonrojado strepitus fori de los verdaderos culpables.
(El panóptico de una cámara de vigilancia a lo Farocki, nos observaba. Jugábamos a ser culpables o inocentes. Ser. Ser algo. Ser en el delito. Ser en la locura elevada a la séptima potencia. Ser. Ser en la peligrosidad que los otros no imaginan que nosotros imaginamos en ellos. Pero el estigma lombrosiano nos delataba de aquí a la China, como la pobreza a Malte en el pabellón psiquiátrico de La Salpêtrière. ¿Qué puede un cuerpo, me pregunté, sino esto a duras penas?).
Yo hundía mi mano en las góndolas para darme, ya que estábamos, también el lujo de lo innecesario. Un turrón. Dos. Tres, por las dudas.
Un beso lanzado al aire era la señal de que había terminado.
SUEÑO CON MESSI
Éramos muchos en una pieza chica, en una casa vieja mal iluminada. Éramos muchos. Pero después se fueron yendo. Nos separaban de a dos. Todos pares. Todo simétrico. Todo legal. Y el cuerpo de los que íbamos quedando se holgaba mejor, se desentumecía mejor, respiraba mejor. Suena mezquino si se lee así, descontextualizado del oxígeno que no abundaba. Al final, quedábamos Messi y yo. Nos miramos con vergüenza, con pudor, casi casi de soslayo. Nos obligaron a tomarnos de las manos, como a los chicos en un acto escolar. Y salimos, a paso nupcial, por un tubo que daba a un estadio vacío.
SUEÑO CON TÉVEZ
Soñé que un caballo se transformaba en Tévez después de un relincho. Tévez desnudo delante de mí, las partes pudendas apenas cubiertas por la montura. Tenía el lomo quemado. “No me mirés”, me suplicó. “No me mirés”, repitió. Entonces giré mi rostro hacia la dirección contraria. Y le dije: Bueno, confiando en que a pesar del viento, que todo se lo lleva, me escucharía. El viento, sí, el viento, porque había viento y frío y noche y comenzaban a escarcharse los pastos en el campo. El campo, sí, el campo porque era un campo abierto en que nos vimos. Nos vimos, sí, nos vimos, es una manera de decir. Me habló de sus dientes. Me dijo: “Me los arrancaría uno por uno”. Me dijo. Pero no pude verlo. Oí, sí, oí el crujir de la alfalfa ablandarse entre sus fauces.
El día fue cayendo y yo en la cuenta. Un gallo cantó y recordé que los fantasmas desaparecen con el primer rayo de sol. Lo miré. Tenía la forma de un centauro. Durmiendo de parado, lo dejé solo.
SUEÑO CON DIEGO, OTRA VEZ
Me dijo: “Quiero pizza. Quiero Coca- Cola. Garpo yo”. Luego miró la hora en sus dos relojes pulsera. Oro blanco. Oro amarillo. Me dijo: “Es tiempo”. Me dijo: “Dale”. Me dijo: “Con el vuelto comprate un anillo de diamantes”. Me dijo: “Dale”.
Salí con lo puesto, como disparada por su urgencia. Caminé kilómetros y kilómetros por el páramo; de noche, con el viento a favor empujándome. Y nada había a mi alrededor. Ni sombras, ni figuras, ni sombras replicándolas. Solo yo. Yo y la guita.
SUEÑO CON EL PULGUITA
El Pulga aguarda sentado en la butaca de un aeropuerto de Rumania la llegada de su mánager que lo ha dejado varado. Un bolso deportivo le abriga los pies. No conoce el idioma, ni las señas a través de las cuales podría pedir ayuda. Es mucho menos que un mudo. No un ciudadano, un paria del mundo. La pelota del planeta se le agiganta en la marota. No sabe. Nunca aprendió (¿acaso debería?) a pronunciar más palabra que “Simoca”.
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A Melchor, a Gaspar y al negro Baltazar
una carta escribí
por triplicado
Para Mocha Celis,
in memoriam.
Quiero vivir,
pernoctar y morir
entre travestis. Ser
la hija de una mamá
varón que
cada mañana
bajo un árbol de mora
jarro tras jarro
me acicale.
Y luego
con un cepillo
me peine y peine
hasta entrar
ambas en el trance
de un acto inercial.
Y luego
vierta, expanda,
distribuya el rojo
carmesí de un rubor
sobre mis mejillas de cadáver.
Y luego
en un descampado
un picadito juguemos
con una pelota
de medias
de red.
(Buenos Aires, 2021)
María Belén Aguirre nació en Tucumán en 1977. Es poeta, editora y video- ensayista.
En 2009 creó Biblioteca Parlante Haroldo Conti. Desde 2012 dirige Ediciones de La Eterna.
Su obra completa consta de más treinta títulos, y está dividida en tres partes: “Matorral” (14 libros, 2009- 2016), “Diecisiete Criaturas de la Desgracia (2017- 2020) y Trilogía de Gualandi (2020- 2021).
Integra Antologie de poésie argentine contemporaine, obra editada en el marco del Programa “Sur” de Apoyo a las Traducciones del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto de la República Argentina (Le Groupe Nota bene, Triptyque; Québec, 2017).
Su obra ha sido parcialmente traducida al portugués, francés, alemán, italiano e inglés. Recientemente fue elegida como una de las voces representativas de la poesía argentina del siglo XXI para integrar una antología de próxima publicación en los Emiratos Árabes Unidos.
Ha reconstruido los guiones cinematográficos de Enrique Santos Discépolo.
Junto al poeta Andrés Kischner dirige el proyecto audiovisual Poemateca del Cine ABC. Colabora con la difusión de los poetas argentinos contemporáneos en la editorial Insaciables Ediciones Digitales, a cargo del escritor Eugenio López Arriazu.
En 2020 obtuvo el Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, por su obra “Siamesas”.
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