El reino de la papa
Por Agustina Garnica|
Estaba la reina Batata sentada en un plato de plata. El Cocinero la miró y la reina se abatató.
Mientras tanto la Papa, desde su trono de lata, observaba paralizada. El aire
inflaba un globo imaginario de tensión y terror. Las dos sabían que, en el estricto orden de sacrificios culinarios, después de la reina les tocaba a los súbditos.
El Cocinero afilaba el cuchillo con destreza y con movimientos torpes pero lentos despejaba el escenario. De pronto, todo estuvo listo: la tabla sobre el trapo, el trapo sobre el mármol. Días atrás la Naranja se había salvado del inminente sacrificio cuando el (¿valiente?) Mono Liso se arrepintió a último momento.
El verdugo guardó el tenedor en un bolsillo y dejó que la Naranja durmiera la siesta bajo el aire acondicionado, en el segundo estante de una heladera abarrotada de potenciales víctimas. ¿El Cocinero también se arrepentiría? La Papa pensó que no. Y no, no se arrepintió. Empuñó el cuchillo con decisión. La reina Batata se asustó tanto que saltó al trono de lata de su amiga. En el mismo movimiento la empujó y las dos rodaron por la mesada hasta caer en el abismo. Rebotaron levemente en el suelo pisoteado de la cocina, y pincharon el globo de miedo con un hilo de su aliento. La justicia del reino del Revés llevó al Cocinero al lado del Coronel, quien había caído preso por pinchar a la Mermelada con un alfiler. La Batata, que abandonó su trono para siempre, su amiga la Papa y la compañera Naranja festejaron la hazaña bebiendo a sorbos el agua dulce de deshielo.
En plácida y mutua compañía esperaron que Manuelita, la tortuga, volviera de París. Esperaron también a los gatos que muy elegantes de bastón, galera y guantes se habían marchado a Tucumán en busca de alguna gloria. Desparramadas en el suelo pegajoso miraron por la ventana: el viento
atravesaba el jardín en monopatín.
Quizás escribir sea reversionar una y otra vez lo que gracias a María Elena supimos escuchar en la infancia y que, cual engrudo pegajoso, habita nuestro inconsciente. Porque quizás en algún lugar seguimos esperado que naden los pájaros y vuelen los peces, que un año dure un mes y que
dos más dos sea tres.
Agustina Garnica nació en Tucumán, en abril de 1984. Estudió Filosofía en la UNT y actualmente trabaja como docente del nivel medio y superior. Busca siempre excusas para seguir leyendo.