Entrevista a María Lobo
Por Diego Puig |
María Lobo no es de respuestas fáciles ni sencillas. Nada es obvio en ella. Tampoco lo es su escritura, que con una paciencia feroz y con una elegancia inusitada, va rodeando a su presa –el lector– y lo va envolviendo en un maravilloso oleaje de imágenes, ideas y sensaciones. La autora tucumana de dos libros de cuentos (El pequeño militante del Po y Santiago) y dos novelas (Los Planes y El interior afuera) con frecuencia se posiciona como una verdadera outsider, una figura de culto, entre enigmática, huidiza y severa o extrañamente profunda.
Quizá porque María Lobo piensa a fondo todo lo que va a decir, sus respuestas, aquello que comparte, es siempre personal y único. Hay algo finamente calibrado, muy meditado e intencional en su manera de escribir, una forma de control absoluta sobre su material que también se percibe en su manera de mirar el mundo, de brindarse en una entrevista. María sabe decir que no y también sabe decir qué quiere, qué le gusta, por dónde hay que ir.
A María la conocí en el Taller de Narrativa del C. C. Virla en agosto del 2009, nos hicimos amigos y desde entonces me maravilla la combinación que habita en su ser: esa mezcla de una ferocidad leonina con la que suele plantarse –es una verdadera reina de la selva– con un pudor inmenso, casi adolescente. Con todo eso me reencontré cuando aceptó contestar estas preguntas para La Papa Online.
Tu prosa es de una belleza única ¿Cómo definirías vos tu estilo?¿De qué está hecho?
Me da mucho pudor responder a esta pregunta. Me da miedo, también. Hay una imagen que me resulta aterradora. Es la imagen que se me aparece cuando las personas empiezan a hablar de sí mismas. Lo que veo es un auto en el medio de una ruta desierta. Veo que, de pronto, una de las ruedas se desprende, se sale del auto y empieza a rodar sola hacia adelante, sin freno; veo que deja todo atrás y que, desprendida del auto, esa rueda loca avanza como sorda y ciega, como si hubiera perdido el sentido de la orientación. Un objeto fuera de control, que no sabemos ni siquiera si podrá detenerse. Eso es lo que veo cuando las personas hablan de sí mismas. No me gusta cuando me encuentro en esa situación, escucharme hablando de mí. Me parece que una cosa es decir qué es lo que una ve cuando ve, y otra muy distinta es ser alguien capaz de autodefinirse. Hay una delgada línea entre decir qué ves y la actitud de decir “mi estilo blablá”. Es la presuntuosidad. El problema es que es una línea realmente delgada. Pero, cuando se cruza ese límite, ese descontrol es muy reconocible. Una se convierte en Picasso. Y Picasso, bueno: ese sí que era una ruedita suelta en la ruta. Creo que es un otro el que tiene que decir, en todo caso y si tiene ganas, qué es lo que lee de lo que escribimos los que escribimos. Como en este caso acabás de hacerlo y te lo agradezco: te lo agradezco con pudor.
¿Qué lecturas te han transformado en la escritora que sos hoy?
Alice Munro y Julian Barnes. Las mejores clases de escritura. Sus libros son clases de escritura.
Ganaste una beca del Fondo Nacional de las Artes para pensar y escribir sobre la diferencia entre literaturas de centro-capital versus literaturas periféricas o de provincias. ¿Cómo ves, desde esta dicotomía a la literatura argentina contemporánea?
Sí, escribí algunos ensayos sobre ese tema. Son largos y no sé si a alguien le interesará realmente. Supongo que no, que no le interesa a casi nadie, pero se pueden leer en mi web (www.marialobo.com.ar). Simplemente no creo que existan diferencias marcadas solo a causa del lugar de nacimiento de un autor. Hay un centro que es físico, es cierto, porque no hay nada más cierto que la realidad más evidente: se habla de literatura argentina y en realidad siempre se está hablando de un entramado de obras que provienen de escritores que nacieron o se mudaron a vivir a Buenos Aires o a los alrededores del Río de la Plata. Pero existe otro centro, que me parece más potente porque trabaja en silencio, como la hegemonía: el mandato de lo que Franco Moretti ha llamado la literatura del extrañamiento y que funciona como centro simbólico desde principios del siglo XX, no solo en nuestro país, sino en Occidente. Ese centro, el del extrañamiento, es impuesto por las minorías cultas (escritores, periodistas, los que están en los espacios de la maquinaria de la difusión), que se obsesionaron en desprestigiar al realismo y exaltar que una obra vale la pena solo si está impregnada de oscuridad. Desde ese engranaje de la difusión, se nos dice que la literatura, para ser literatura, tiene que ser inquietante, perturbadora, violenta. Creo que hay un centro simbólico allí: porque para estar en ese centro, para adherir al mandato de lo que exigen las minorías cultas, no hace falta haber nacido en una capital como Buenos Aires. Se puede ser un escritor de centro desde cualquier provincia; ser el más obediente de los autores de la capital del extrañamiento y hacer literatura rara solo porque es lo que hay que acatar para viajar más cómodamente en el engranaje de la difusión.
¿A qué escritores argentinos contemporáneos lees con sumo placer y recomendás? ¿Por qué?
Podría hacer una lista, pero eso sería, como toda lista, una injusticia. Así que solo nombraré a Eduardo Muslip. No porque no haya otros autores que leo con alegría, sino porque él es quizás el único autor en cuya economía del mundo está todo lo que a mí, de forma muy personal, me interesa: las arbitrariedades de los espacios, el cuerpo y la imagen, y una conmovedora resistencia del realismo en medio de este campo minado de literatura extraña. Y a propósito de lo que me preguntabas recién: pienso que Eduardo es el más periférico de los autores de nuestro país, aun cuando vive a metros del obelisco.Lo que decíamos: tampoco vivir en Buenos Aires te convierte en un escritor de centro. Lo importante es lo que decís respecto de los mandatos centrales, dónde estás parado, qué es lo que discutís.
¿Cómo describirías tu universo narrativo? ¿Cómo juega Tucumán una parte de él? ¿Hubo variaciones a lo largo de tus distintos libros: desde El pequeño militante del Po pasando por Los planes y Santiago hasta El interior Afuera?
Claro que hubo variaciones. Y me critico mucho por eso. Me hubiera gustado haber estado escribiendo desde el principio, más claramente, acerca de la ciudad que aparece sin nombre en los cuentos, y un poco más específica en El interior afuera: la ciudad de San Miguel. Pienso que podría haber sido menos cobarde y haber escrito, sin vueltas, que San Miguel no es Tucumán. Pero no lo hice, ni siquiera cuando tuve la oportunidad más clara de hacerlo, en El interior afuera. Fue necesaria esta última novela, la que sale este año, para decir qué es y dónde estuvo, todo este tiempo, ese lugar llamado San Miguel. Estoy segura de que fui bien cobarde. Que escribí con mucha inseguridad. Que tenía un concepto tonto acerca de qué era lo importante. Que vi muchos monstruos donde no los había. Y felicidad donde, en realidad, solo había cosas oscuras. Pero también supongo que hacía falta que pasara el tiempo. El tiempo va poniendo las cosas en perspectiva. También luego pasa, el tiempo. Y seguramente te estás encontrando siempre en un nuevo lugar. Con tus nuevas cobardías y tus nuevos temores. Y tu imposibilidad.
¿Se te ocurre algún deseo para la literatura argentina y la tucumana en particular?
No sé a quién podrían importarles mis deseos. Pero vuelvo a Eduardo Muslip. Desearía que hubiera más Eduardos. Respecto de Tucumán, mientras más pasan los años, más pienso en la forma que tiene Nicolás Aráoz de hacer arte. No quisiera hablar de mí, si te cuento esto es para hablar de Nicolás: algunas de las cosas que él hizo me resultan imprescindibles, en lo personal, inolvidables. El final de su Alice underground y la música cayendo como telón, ese Thursday’s child de David Bowie en la sala del Virla, siempre será un momento bisagra para mí. Pensar qué es Tucumán, o dónde estamos, quizás es algo que se deba a esa clase de momentos. Sí: desearía que en Tucumán hubiera más Nicolases.
Has sido una figura central y has jugado un papel importante en la renovación de la literatura tucumana a partir de que organizaste y participaste del Taller de Narrativa en el Centro Cultural Virla desde 2009, ¿Cómo fue esa experiencia? ¿Qué fue lo más significativo de esa experiencia?
Tampoco podría decir que ese taller tuvo tal trascendencia. Sí podría hacer aquí una síntesis de cómo fue. Surgió a partir un proyecto al que fuimos dándole forma con Silvina Fenik. No nos conocíamos con Silvina, que en ese entonces estaba dirigiendo el Virla, pero enseguida se abrió una conexión de miradas y de trabajo muy significativa. Hoy ella también es uno de esos vínculos entrañables. A partir de esa idea, ese año, en 2009, se inició este taller, que era dictado por el escritor Diego Grillo Trubba y el periodista Maximiliano Tomas, ambos de Buenos Aires. Ellos venían un fin de semana por mes y daban una clínica intensiva, todo el sábado y el domingo. Creo que Trubba estuvo solo el primer año (no recuerdo si volvió en 2010), y luego quedó Tomas, durante varios años más (no recuerdo si hasta 2013 o 2014, quizás 2015, porque yo participé hasta 2013). Durante alguno de esos años, Tomas, que además era y es un gestor cultural con muchísimos contactos, consiguió traer escritores invitados; vinieron Samanta Schweblin, Juan Terranova, Eduardo Muslip, Federico Falco, Lamberti, entre otros. El taller continuó, como digo no sé bien hasta cuándo, no ya en el Virla sino en el MUNT, coordinado por otros escritores de Tucumán que se constituyeron en una comisión directiva (no quiero nombrar a ninguno para no omitir un nombre injustamente). Ellos a su vez trajeron a más autores de otras provincias, en esta misma lógica de un taller dictado por invitados; no sé bien hasta cuándo. No ocurrió de inmediato, sino por efecto de la perspectiva. Con el paso de los años, supe encontrar el mayor valor de ese taller: allí era posible ver, muy claramente aunque entonces yo no lo veía, que existen distintísimas maneras de hacer y de estar en la literatura. Una de las escritoras, que estuvo en el taller desde sus inicios, me dijo un día que ella quería ser reconocida como escritora. Se abrió un Facebook. Quizás hayan sido más de cien personas las que pasaron por ese espacio.
Cuando pienso en tu narrativa y en tu nombre como escritora siempre aparece la idea de “una escritora de escritores”, es decir, una autora adorada y celebrada por otros escritores como Juan Terranova, Mariana Enríquez, Eduardo Muslip, Leticia Martin, Daniel Gigena, Gonzalo Heredia o Ana Correa. ¿Significa eso algo para vos? ¿Cómo lo ves, sentís o vivís? ¿Qué crees que significa?
La verdad es que la forma en que está ordenada esa idea no se me cruza nunca por la cabeza. Pero si tengo que pensar ahora esto de “escritora de escritores”, no estaría tan segura de que esa categoría exista. Creo que las personas que leen y escriben hacen eso, leer y compartir las cosas que les entusiasman. Creo que, de hecho, la literatura está hecha de ese entusiasmo por lo leído, y que eso va entramando una constelación de encuentros. La literatura también está hecha de esos encuentros, que en muchos casos se transforman luego en algo que podría llamarse amistad. De hecho, con la mayoría de esas personas que nombraste tengo hermosos vínculos que se han sostenido en el tiempo, porque compartimos distintos proyectos y vamos encontrándonos y reencontrándonos. Con Juan, por ejemplo, ahora estoy haciendo un taller de lectura maravilloso que él está dando por zoom. Leemos a Shakespeare, a Dante, a Montaigne y nos divertimos muchísimo.
¿Qué estás escribiendo ahora o qué pueden esperar leer tuyo próximamente tus lectores fieles o futuros?
Este año va a salir una novela, que está todavía en pleno proceso de edición y, por lo tanto, no hemos decidido su nombre. Sale por Qeja. Esto que te decía recién. A veces siento que hay cierta presuntuosidad al momento de definirse. Siempre está el riesgo de ser Picasso. Esa imagen horrible. Por otro lado, sintetizar lo que escribiste, ¿qué sentido tiene? Los lectores son los que están invitados a hacer esa síntesis. En este caso puntual, podría decirte que esta novela la escribí pensando en la música y en todo lo que la literatura no puede ser respecto de las canciones. Y que, si David Bowie estuviera vivo, hubiera hecho lo imposible por llevarle una copia a su casa. Pero mi amiga Leticia Martin, mi amiga toda y editora del mundo todo, hace unos días me escribió un comentario en el drive donde estamos trabajando juntas. Ese comentario dice: “Es una puta novela sobre el lenguaje que creamos las personas cuando nos amamos”.
María Lobo nació en 1977 en Tucumán. Estudió Comunicación y obtuvo el título de Doctora en Humanidades en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), donde ejerce la docencia. Ha publicado las novelas El interior afuera (Qeja) y Los planes (Punto de Encuentro), y las colecciones de relatos Santiago (Mulita) y Un pequeño militante del PO (Pirani). Escribe acerca de un lugar llamado San Miguel.
Nació en Tucumán en 1982, pero se siente más o menos tucumano porque vivió gran parte de su vida fuera de la provincia. Es autor de la novelas Nadar sin luz (Ed. Milena Caserola, 2013) e It girl (Gerania Editora, 2020) y de los libros de cuentos Vírgenes infinitas (Ed. Mulita, 2018) y El problema de la luz (Gerania Editora, 2022). Actualmente sus escritores favoritos incluyen a Jhumpa Lahiri, John Cheever, Federico Falco, María Gainza, Rafael Pinedo, Hebe Uhart, Fogwill, Mavis Gallant, Lucia Berlin y Magalí Etchebarne. Dicta talleres de escritura y de lectura (con ¿excesivo? entusiasmo) online.