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Umbrales de agosto

Por Priscilla Hill |

“Cómo se puede vivir sin imaginarnos”.

Patricia Mora

Hace algunos años leí, mientras hacía una changa como locutora de un evento en el lujoso hotel Sheraton, en Tucumán, la novela En breve cárcel (1981), de Silvia Molloy. Convencida de habitar un mundo de paradojas crueles, marcaba con un felpón amarillo las páginas fotocopiadas con trazo insidioso. De fondo, pinturerías de todo el país promocionaban sus catálogos ante una población minoritaria que tenía casas hermosas que pintar. La novela, cuya circulación, a mi entender, no fue masiva narra en tercera persona de la primerísima, como diría Fresán para hablar de esas terceras personas que son casi primeras, la vida de una lesbiana que espera. Esperar es de los verbos más dolorosos y más poblados de deseo al que volvemos día a día, como recayentes que somos. En esa novela, como en tantas otras, la sociedad aplasta y opera como pesadilla, pero, sobre todo, el cuerpo, traidor, expectante, ávido de preguntas es la gran cárcel de la que somos rehenes. Ese recuerdo de lectura y hastío me acechó cuando leí las primeras líneas de Umbrales de agosto.

Esta brevísima nouvelle de sólo cuarenta y cuatro páginas fue urdida en el sur de la provincia de Tucumán, entre Alpachiri, en Concepción, lugar donde nació la autora, y Aguilares, sitio en el que actualmente reside. Es, sobre todo, una novela de preguntas por el deseo y la posibilidad, enterrada ante el advenimiento seguro de las circunstancias fácticas. Dicen que la nostalgia no es simplemente el retorno de los fantasmas del pasado, sino que se trata, sobre todo, del abismo que se abre en cada unx de nosotrxs cuando indagamos en lo que podríamos haber sido y no llegamos a ser. “Todo cae, o sube, o se esparce, según como corra el viento. Pequeños pedazos rodando por ahí, innombrables, sin forma, sin sentido {…} Agosto es un buen mes. El tránsito perfecto entre lo que muere y lo que nace. Restos de invierno bajo las frazadas, cenizas en el hogar y un incipiente verdor asomando en la alameda”. Es sabido que agosto en Tucumán es el mes de la culminación de la zafra, el mes de la suciedad que cae del cielo, de la ruda el primero para sahumar los males, pero es también la transición hacia la primavera, en la que todo brota y se renueva la ilusión de un principio, en palabras de Borges. En la novela, la narradora-personaje se deshilacha en interrogantes, heridas, dolores, pequeñas fisuras que su cuerpo, en algún departamento vacío, de algún barrio, de alguna ciudad lamenta, asedia, sospecha. El espacio cotidiano, con el padre, muerto, el hijo, niño, los hombres, distantes se desvanece como ficción aterradora que deja entrar, en ese terreno de frágiles certezas, el mundo y con él, todas nuestras frustraciones, toda nuestra ignorancia maquillada de relojes, compromisos, rituales higiénicos, folclore de la existencia civilizada.

Aunque desahuciada, quizás, esa voz, en el ojo del huracán, se halle, aunque más no sea, por un ratito hasta la llegada de una nueva revelación desestabilizadora.

El cuerpo puede serlo todo: una cárcel, una ventana, un trampolín, una tumba, tan a menudo. Lo que sabemos, y sin embargo de poco nos sirve, es que todo cuerpo está tramado a partir de insondables y a veces, por suerte, exquisitos umbrales.

¿Y qué es un umbral, entonces? Un lugar donde renacer.

*Umbrales de Agosto de Patricia Mora. Edición de autor, 2016.

2 respuestas a “Umbrales de agosto”

  1. Gustavo Caro dice:

    Hermosa reseña. ¿Se consigue el libro?

  2. Martín Taddei dice:

    Muy bueno

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