Por Verónica Juliano |
Hay una discusión siempre interesante en torno a la definición de las literaturas nacionales y tiene que ver con los juegos de poder implicados en su delimitación: ¿qué hace que un conjunto de textos se ampare bajo las bondades de dicho nombre? ¿A dónde van a parar aquéllos que no responden a los parámetros o a las exigencias de esa figura rectora? ¿Puede una categoría contener, sin derrames, la cuantiosa producción de autores desperdigados en un mapa que se subleva ante los límites establecidos por la geografía física? Las respuestas van apareciendo solas y –a título personal– podría afirmar que esos desbordes constituyen la zona más interesante.
Basta considerar los dominios que abarca un territorio nacional; la diversidad de los sujetos que en él habitan, sus orígenes, sus lenguas, sus derroteros; los juegos de inclusión y de exclusión, dados –a su vez– por múltiples factores, que tensionan la dinámica social; los espacios de frontera, con sus tránsitos y tráficos; la inmensa variedad de paisajes (urbanos y rurales) que configuran, a su vez, formas disímiles de mirar el mundo y de establecer lazos con los otros.
En este contexto, las historias literarias y las antologías aportan un material interesante para la reflexión porque dibujan mapas que, a veces, reafirman la geolocalización de la literatura y, otras veces, proponen cartografías en movimiento que relocalizan la cultura. Quizás esto sea lo menos frecuente pero también, lo más atractivo.
En 2005, el entonces Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología publicó una colección de siete volúmenes denominada Leer la Argentina. Cada tomo recopila textos (en algunos casos, fragmentos de obras extensas) de autores destacados de las regiones geográficas convencionalmente reconocidas:
1. La Pampa y provincia de Buenos Aires;
2. NOA (Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, La Rioja y Catamarca);
3. NEA (Chaco, Corrientes, Formosa y Misiones);
4. Patagonia (Río Negro, Chubut, Neuquén, Santa Cruz y Tierra del Fuego);
5. Cuyo y centro (San Juan, Mendoza, San Luis y Córdoba);
6. Litoral (Santa Fe y Entre Ríos);
7. Área metropolitana (CABA y Conurbano bonaerense).
La colección, de distribución gratuita, llegó a gran parte de las escuelas del país en un intento valioso de puesta en circulación y de difusión de una literatura argentina “federalizada”. Ahora bien, todo acto selectivo supone un ejercicio de poder ya que, al elegir, necesariamente descartamos. Y si bien no es posible incluirlo todo, es necesario explicitar que los criterios que adoptamos en el momento de la selección son arbitrarios y, por lo tanto, nuestra propuesta constituye una alternativa entre muchas otras.
El segundo tomo realiza su recorte sobre la región del noroeste argentino y, dentro de ésta, como en una muñeca rusa, aparece Tucumán a través de sus autores. Algo interesantísimo ocurre aquí: cuatro de los cinco escogidos fueron escritores migrantes que inscribieron la distancia en sus poéticas, parafraseando a Molloy y a Siskind. Sus voces resuenan desde una lejanía productiva.
Se trata de autores relevantes cuyo estatuto canónico es indiscutido. No hay dudas. La antología recoge los cuentos “Venganza” de Juan José Hernández y “Descomedido” de Elvira Orpheé, y fragmentos de Pretérito perfecto de Hugo Foguet y de La mano del amo de Tomás Eloy Martínez. Julio Ardiles Gray completa el quinteto con su cuento “La escopeta”. Los textos asedian a Tucumán, desde diversas perspectivas y son magníficos.
Pasajera en tránsito (o en trance), me embarco hacia el Tucumán propuesto por esta antología. Un Tucumán posible, entre muchos otros, porque las antologías son eso: cartografías de un cachito del mundo que, como decía Ciro Alegría, es ancho y –a veces– ajeno.
Verónica Juliano nació en San Miguel de Tucumán, donde reside. Es docente e investigadora en la UNT. Lleva a cabo diversas acciones vinculadas a la promoción de la lectura. Eventualmente, escribe.
Gracias por el artículo. Cartografías, recorridos, viajes… Eso somos los lectores y la literatura, movimiento.
Puro movimiento! Un abrazo