Por Silvina Cena |
Es una mezcla de varios factores, y a veces sólo uno de los componentes bastará para identificarlo.
Muy probablemente haya una introducción del estilo “¿sabés lo que tenés que hacer vos?” o un “a ver” seco, tajante, que interrumpa un diálogo. Y hay un tonito, eso seguro, una forma de decir de quien tiene para sí la lista universal de las verdades absolutas y entonces, porque es bueno, porque hoy se siente en el ánimo de, lanzará una de ellas. Lo que nos lleva a otro probable rasgo: el gesto condescendiente, ni tan afectado como para generar resistencia ni tan despreocupado como para no preciarse de sí. A esa variante en el arte de opinar sobre la vida ajena se la llama tirapostismo y a su ejecutor, él/la tirapostas.
Tirapostas existen desde que existe el mundo: este texto no va sobre su conceptualización ni mucho menos se propone combatirlos. Lo que pretende en cambio es rescatar del pasado -un mojón temporal tal vez ubicado en los 90- la costumbre de presentar esas postas con un señuelo más simpático y, sin dudas, más local: ¿querés que te diga la papa?
Decir la papa, tener la papa, cantar la papa fue en Tucumán en algún momento -warning para centennials- el equivalente a dar el dato exacto, la interpretación justa, la primicia que viene a resolver todas las dudas. Hay quienes recuerdan, incluso, que la expresión podía variar según lo infalible de la posta que se tirara: a ‘la papa’ así, a secas, le gana ‘la papa mundial’. Y ante revelaciones magníficas, casi sopladas por alguna deidad, lo que cabe es decir que se tiene ‘la paponia’.
Sin embargo, triste paradoja, a la hora de indagar en los orígenes de este modismo pareciera que nadie tiene la papa. Hay quienes se retrotraen a los tiempos de la conquista colonial, cuando el tubérculo viajó de América a Europa y allá lo ponderaron casi como a un metal precioso. Contar con papa era contar con el ingrediente por excelencia, aquel que daba a las comidas el sabor último y distintivo. Siglos después, los tucumanos -tal vez otras provincias norteñas también entiendan y hayan usado la expresión- resignificamos aquella reverencia.
No está claro tampoco porque hoy ya casi está desterrada de nuestros diálogos. La papa como sinónimo de verdad se mezcla en el cajón de los recuerdos con otros vocablos como pichi polenta o salado (ambos para designar una persona o actividad copada), transar (besar), el piernita (un hombre) o un quemo (algo que produce vergüenza).
Leídos de corrido, ciertamente, se agradece la mutación de los modismos a lo largo del tiempo. Pero miren, fíjense solo en esto: ¿no nos caería más simpático y confiable un tirapostas si lo llamáramos tirapapas?
Es periodista independiente y, desde hace poco, docente de Redacción. Le gusta contar y escuchar historias, jugar a acumular palabras y a desafíar su equilibrio como en un Jenga. Escribe desde hace 14 años para medios locales y nacionales; actualmente es editora e integrante del colectivo La Palta. Lee y ve series con gusto y disciplina, pero su real perdición son los videos de perritos.
Excelente artículo!!