Suscribirme

ISSN 2684-0626

 

1/4 KILO
1/2 KILO
1 KILO
5 KILOS

«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Una forma de supervivencia

Por Sofía de la Vega |

Es de esas noches raras, hace frío pero a su vez está muy pesado por la humedad. Trato de no moverme mucho porque me tocó dormir en una cama plegable de hierro. Estoy incómoda, no soporto el olor a cuerpo ajeno de las frazadas. Todo es muy improvisado: la mujer que nos alquiló el departamento se había olvidado que éramos tres personas y por ser la hija me tocó el camastro de campamento. Mientras intento dormir observo unas figuras geométricas en mi pared, son las proyecciones de la luz del hospital colándose en un pequeño espacio entre las cortinas de blackout. Acabo de apagar la lámpara, mañana temprano papá tiene que hacerse unos chequeos previos y luego viene la operación: seis horas para sacar todo el tumor. El libro de Joan Didion quedó por la mitad esta noche, pero creo que en la sala de espera tendré tiempo de sobra para terminarlo.

Leí El año del pensamiento mágico después de ver un documental sobre Didion en Netflix: la vida de una escritora que repentinamente pierde a los grandes amores de su vida, el marido y la hija. Joan vivió una vida estupenda, escribió guiones con John-su marido-, viajó por todo el mundo escribiendo notas, recibió múltiples premios. Su historia como escritora da una vitalidad al documental que trasciende su imagen actual: un cuerpo anciano poblado de venas gruesas y huesos puntiagudos. El mismo día que vi el documental me enteré de que a mi papá le habían diagnosticado cáncer y Joan fue mi primera compañera.

Lo bueno de esta historia es que hoy mi papá no tiene ningún valor cancerígeno en su cuerpo, lo malo es que al poco tiempo de la operación, mi perra Luna, la que me acompañó durante dieciséis años, me abandonó. Estos episodios calaron hondo en mi forma de ver el mundo, me fue difícil el diálogo con amigos en ese momento, necesitaba hablar con alguien que haya sentido lo mismo que yo. Así comenzó un proyecto de lectura vinculado a la muerte: El corazón de un perro de Laurie Anderson, Mi perra Tulip de J.R. Ackerley, Black Out de María Moreno, Últimos ritos de Aram Saroyan, Patrimonio de Philip Roth, La campana de cristal de Sylvia Plath, El amigo de Sigrid Nunez, Pero la piedra es piedra de Inés Aráoz, Mi libro enterrado de Mauro Libertella, La muerte de los padres de Anne Sexton, El ensayo de cristal de Anne Carson y muchos más.

En ese tiempo pensaba que leer era un acto cercano a la muerte. No solamente porque sentía que caía en un precipicio donde me olvidaba que estaba viva por un rato, sino porque muchas veces en la lectura busqué las maneras de prepararme para estos duelos. Mucha gente se jacta de la inutilidad de la literatura, del ocio de la lectura y el placer de leer. Pero para mí era otra cosa, veía a la lectura como una superproducción de herramientas, cargar con una responsabilidad que se aleja bastante de lo placentero, una acción saturada de utilidad y por eso, todo lo contrario, a inútil. Un cuento o un poema perviven más que una declaración jurada, eso seguro.

El otro día leí el cuento “Una mesa es una mesa” del escritor suizo Peter Bischel, trata sobre un viejo que cambia el nombre de las cosas porque su vida se había tornado sumamente monótona. Por ejemplo, le decía mesa a la alfombra, o espejo a la silla. En ese cambio, el hombre se olvida de los viejos significados y se deprime porque pierde la comunicación con el mundo, deja de entenderlos y ellos a él. El cuento termina con el viejo hablando solo, sin poder siquiera saludar. La lectura debería ser todo lo contrario al final de este relato. Leer para mi es comunicar o como Hebe Uhart decía: la función de la literatura es comunicar. Hebe es una maestra. En sus cuentos no hay tramas complejas, no hay vampiros ni monstruos, ni hechos fantásticos o sobrenaturales, hay gente común que Hebe sabe escuchar y por eso sus cuentos nos hablan como si estuviéramos conversando con una amiga en la plaza. Cuando me mudé el año pasado a Buenos Aires empecé a leer con más profundidad a Hebe, ya que, a pesar de que había venido en varias ocasiones a Tucumán, e incluso al FILT, no fue hasta que tuve el trabajo de revisar dos de sus últimos libros de crónicas que le presté de verdad atención. Hebe nació en Moreno pero vivió casi toda su vida en Capital, sin embargo, una y otra vez, en cada cuento me devolvía a mi casa en Tucumán. Hebe hablaba con las vecinas, tocaba perritos, comía frutas, hacía budines, jugaba con gatos en una temporalidad muy alejada de los ritmos de la ciudad. Cuando leí su cuento “¿Cómo vuelvo?” entendí muchas cosas. El relato es el monólogo de una maestra rural que viaja con sus alumnos; en ese viaje nos revela muchas cosas de su vida y sus deseos. Al leerlo, sentí que Hebe me ayudaba a seguir adelante con mi proyecto de mudanza, fue la amiga que no tuve en esos primeros meses. Hebe no hablaba de obligaciones sino de deseos, sueños, las cosas chiquitas que a uno lo pueden hacer feliz.

Cada vez que me sentí sola -que fueron muchas veces- la lectura estaba ahí, los libros son mi clan, el grupo al que busqué tantas veces pertenecer en la vida. No hay manera de comunicar sino escuchamos, y leer es escuchar, escuchar formas de belleza, de violencia, de miedo, de compasión. Nos comunicamos con nosotros mismos y con un otro que no participa en ese momento “solitario” pero sí participa de mi mundo interior: me comunico con mi abuela que duerme la siesta, me comunico con mis amigas de la infancia que no veo hace diez años, me comunico con mi perrita enferma, me comunico con mis compañeros de trabajo un domingo. En cada lectura aprendo, entiendo y, también, perdono. La palabra que quizás no podías decir o no encontrabas en otro lado, esta palabra marginal es la escucha en la literatura. 

Creo que la tarea de escribir y leer son totalmente inseparables. Cuando escribo lo único que deseo es generar un intercambio. No siento que por eso tenga que escribir una literatura temática, políticamente correcta o agregando escenas de golpes bajos, sino que esa comunicación se da también por la forma del texto y por sus detalles. En este último tiempo, estuve leyendo La trilogía involuntaria de Levrero, son sus primeras tres novelas muy kafkianas, o como dice un amigo librero “Kafka on drugs”. Estas novelas juegan todo el tiempo con un estado de ensoñación del personaje principal donde en distintos contextos desea escapar, está encerrado, no puede estar en el lugar que desea ni estar con la persona que quiere sino que debe recorrer espacios extraños y se cruza en su camino con personajes igual de absurdos. En esa angustia del narrador por no saber cómo seguir, recuperé un poco de mi yo perdido en este encierro de pandemia. El laberinto angustiante de Levrero me liberó más que cualquier medida presidencial. Levrero me recordó que hay otras formas de vivir.

Tuve la suerte de dar diversos talleres de lectura y este ensayo debía tratar sobre esa experiencia. Pero cuando me puse a rememorar la cocina de los talleres y la selección de los textos, me di cuenta que me interesaba más contar el motivo por el cual los hacía. Lo que yo quería era que nos comunicaramos en coro en la lectura, que la experiencia de un mismo libro nos mostrara las posibilidades de escuchar. Y como para mí la lectura y la escritura son dos hechos inseparables, cada estimulación derivaba en un ejercicio de escritura, era la respuesta a lo que acabábamos de escuchar. Lo mejor del proceso de escuchar y responder es que los textos tienen más preguntas que respuestas. Cada cuento, novela o poema que leemos nos generan incertidumbre pero también seguridad en el movimiento hacia ese otro que escuchamos, en el movimiento de otros mundos interiores.

Entonces ahora me doy cuenta que la tesis leer-morir no sirve. Leer es todo lo contrario a dejar de existir, leer es estar con ese otro que parece tan lejano, leer es hacer amigos que ya no están sobre la tierra, leer es lo que mantuvo mi cabeza sobre los hombros cuando enfermó mi papá, cuando me mudé a otra provincia, cuando no conseguía trabajo, cuando nos encerramos: la lectura se vuelve una forma de supervivencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *