Por Adriana Gaido |
Selección a cargo de Ana García Guerrero |
A veces por las redes encontramos historias como ésta. Las tomamos con permiso de sus dueños para compartir el asombro o el encanto o las dos cosas de aquello que se escribe de un tirón. Esta vez fue la historia de una papa escrita en Facebook por Adriana Gaido.
En octubre de 2019 una amable señora de Chinchero (Cusco, Perú) me regaló un papín como el que se ve en la primera foto. Lo transporté en el bolsillo de la campera por varias aduanas, junto a los granos de maíz morado de dos choclos que compramos en el Mercado de Arequipa y tres habas que nos regaló una familia que estaba sembrando acompañada de sus bueyes cerca del observatorio agrícola de Moray.
Dejemos la historia del maíz y las habas para otra ocasión.
El papín fue a parar al cajón de sus homónimas tucumanas, donde brotó y de allí, a un fuentón viejo y roto de plástico lleno de tierra, donde supo dar una bella planta de flores moradas. Tres meses después cosechamos doce papines y los guardamos en lugar seco hasta la primavera, cuando regresaron al cajón de las papas. Brotaron diez. Esta vez las enterramos en un bancal de un metro por dos que construyó Mario y, para aprovecharlo mejor, pusimos cuatro brócolis en medio, ya que parece que se llevan bien.
En la segunda foto, lo que se ven son las plantas que germinaron de esos diez papines.
Hoy coseché la primera planta, a modo de prueba, y salieron todas esas que se ven en la tercera foto. Dos kilos trescientos gramos. Y todavía quedan nueve plantas para arrancar.
Y ya podemos regalar papines a quienes quieran multiplicarlos. De uno a doce. De doce a cuatrocientas.
El sermón de la montaña.
Soberanía alimentaria.
Solidaridad latinoamericana.
Volver a las raíces.
Contala como quieras la historia de la papa.
Y si querés, sembrala y empezá tu propio milagro en un fuentón viejo, un cajón o el cantero de la plaza más cercana. Todo es empezar con una papa.
Me llamo Adriana Gaido, nací en San Pedro de Buenos Aires hace 61 años y ahora vivo en El Potrerillo, un barrio distante cinco kilómetros de El Mollar, en Tafí del Valle. Estoy jubilada de muchas cosas (docencia, maternidad, abogacía, periodismo, militancia social y política) y me ocupo de otras (gatos, perros, trámites de jubilados, juguetes didácticos y cosas a medias con la tierra, como sembrar y cosechar alguna que otra cosita). Escribo bastante, todos los días. Y tomo el sol cuando se puede.
Hermosa historia