Por Gabriel Gómez Saavedra |
Quizá por brevedad y por solidez, entre tantos poemas que intenté memorizar a modo de perros de compañía, éste es uno que todavía no agota su loop y vuelve sin dificultad cuando lo evoco. Llegó hace unos veinte años como un obsequio inesperado, tras un expurgo de la biblioteca de la Peña El Cardón. El bibliotecario de ese entonces me permitió elegir entre varios títulos repetidos que debían buscar nuevo destino por falta de espacio. La elección cayó en la antología que, según la tapa, se titula Poesía de Tucumán: Siglo XX y, según la portada, Poetas de Tucumán: (Siglo XX); una compilación realizada por Gustavo A. Bravo Figueroa, quien también es autor del estudio preliminar, y que publicó Ediciones Atenas, en San Miguel de Tucumán, en 1965. Bravo Figueroa selecciona poetas dentro de un rango que va desde Ricardo Jaime Freyre (1868-1933) hasta Néstor Silva (1922-2013), y los ofrece ordenados por períodos literarios: el primero abarca de 1901 a 1940, el segundo de 1940 a 1955, y el tercero parte del 1955 y se extiende hasta la fecha de publicación de la antología.
Es en el segundo período donde encontré “Marzo”, de Guillermo Orce Remis (1917-1998); un poema fechado en 1940 que pertenece a su primer libro Indecisa luz (1944). El libro es presentado como una reunión de cuadernillos de poesía, en una edición de autor al cuidado de Julio Ardiles Gray, que además cuenta con ilustraciones del plástico José Nieto Palacios.
Si bien, analizar un poema sólo sirve como bitácora para el lector que se embarca en él, ya que la virtud de la poesía, si ha calado su tatuaje, es la de la constante resignificación que viene de la mano del espíritu del tiempo, me permitiré exponer mis claves de lectura de “Marzo”, aunque más no sea como agradecimiento a su compañía persistente:
MARZO
La tarde, tú, yo.
Tu pena, mi pena; tu dolor y mi dolor.
La tarde en el aire se fué muriendo
con un estrangulado adiós.
Tú te doblaste bajo el peso de la siesta
como un ramaje en sazón.
Yo, la cabeza asaeteada y con ceniza
porque se me había muerto el sol.
La tarde, tú, yo.
Tu pena, mi pena; tu dolor y mi dolor.
(1940)
Forma
El poema posee sólo diez versos ordenados como un conjunto de cinco “falsos pareados”[1]. Cada estrofa, en sí misma, funciona y actúa como un núcleo autosuficiente para su contenido.
Usa versos de arte menor y mayor, pero no cuenta con una secuencia métrica que aporte regularidad, cosa que sí hace la rima asonante colocada en cada verso par.
Título
“Marzo” no es sólo un título, tiene mucha relevancia para un poema breve como éste, porque actúa como un continente para todo lo que en aquel se desarrolla. Mes de la muerte del verano y, por lo tanto, de la apertura a la conciencia de qué es lo que sobrevivió a la violencia del calor y su exuberancia, y qué quedó en el camino de los ausentes, por evaporación o calcinación.
“Marzo” es un poema de estampas agónicas, así que toda la simbología que rodea al mes representa un maridaje exacto para los versos.
Primera estrofa
“La tarde, tú, yo.
Tu pena, mi pena; tu dolor y mi dolor.”
El poema abre con la estrofa que presenta a sus personajes, a los que nombraré “Yo” (el yo lírico), “Tú” (la persona referida) y “La tarde”. “Yo” y “Tú” se identifican con la posesión del dolor, que puede leerse como un bien compartido que une (unión que se irá abandonando más adelante). El tercer personaje, “La tarde”, si bien pareciera no tener un peso relevante hasta aquí, cumplirá la función de imprimir las únicas características con que se identificarán y adquirirán materialidad los otros dos personajes.
Segunda estrofa
“La tarde en el aire se fué muriendo
con un estrangulado adiós.”
A partir de esta estrofa cada una de ellas, a excepción de la última, se encargará de referirse a sólo uno de los personajes, como un acto de disociación.
En la estrofa en cuestión, Orce Remis muestra a “La tarde” como una muerte en proceso, por su apoyatura en el gerundio, pero a la vez usa el adjetivo “estrangulado” que funciona como golpe seco sobre el camino desandado hacia la muerte que se insinuaba lenta. A partir de aquí, “La tarde” será la médium para comunicar el mes de marzo y cumplirá la función de contagiar su condición a los otros personajes.
Tercera estrofa
“Tú te doblaste bajo el peso de la siesta
como un ramaje en sazón.”
El segundo personaje se muestra como una imagen casi impresionista; embebida por una vitalidad que también es una condena a la finitud. El calor lo madura como una fruta que abandona la idealizada altura —la “buena” distancia, que le da la voz de “Yo”—, y desciende por su peso a la tierra, volviéndose corpórea; integrándose al adiós de la tarde y perdiéndose con él.
Cuarta estrofa
“Yo, la cabeza asaeteada y con ceniza
porque se me había muerto el sol.”
En esta estrofa, “Yo”, por un lado, al igual que “Tú”, carga las condiciones de “La tarde”, pero con símbolos más intensos: la saeta y la ceniza, traduciendo su absorción bajo un código de martirio. Como segunda operación, toma la figura del “sol” para sumergir en ella a los demás personajes, en una intención de homogeneizarlos, que sólo consigue indicar sus ausencias como definitivas.
Quinta estrofa
“La tarde, tú, yo.
Tu pena, mi pena; tu dolor y mi dolor.”
La última estrofa es la repetición de la primera. Si la miramos desde lo sonoro, observamos que es la que aporta un volumen percusivo al poema desde los acentos en los pronombres y en los adjetivos; volumen que se abandona en las otras estrofas por una sonoridad más suave. Por otra parte, ante la pregunta de por qué volver sobre los pasos con una estrofa que reúne a tres personajes que después se presentan separados, encuentro dos respuestas: la primera, es que Orce Remis reincide en la idea de homogeneización para identificar a los personajes como una única anulación y, la segunda, es que desea imprimirle un tinte inacabado o circular al poema, que permita pensar que la ausencia, cuando es tan contundente, se vuelve presencia.
*
Guillermo Orce Remis (Tucumán, 1917- Buenos Aires, 1998)
Estudió Derecho y Letras, y trabajó como periodista del diario La Gaceta. Se mudó a Buenos Aires en 1955, donde fue funcionario de la Secretaría de Cultura de la Municipalidad, del Museo Sívori y del Centro Cultural y Teatro General San Martín.
Residió un largo período en París, donde trabó amistad con Julio Cortázar.
También fue crítico de jazz, teniendo a su cargo el programa Cincuenta años con el jazz, que se emitía por Radio Nacional.
Publicó Indecisa luz, (Tucumán, 1944), Poemas, (Tucumán, 1949), El Aire que no vuelve, (Ed. Losada, Buenos Aires, 1953), En la luz perdida, (Troquel, 1960), Ensayos filosóficos: homenaje al profesor Manuel Gonzalo Casas, 1910-1961 (en coautoría, Buenos Aires, Troquel, 1963), Seis destinos y otros rostros, (Buenos Aires, Troquel , 1963), A la pequeña luz del breve día, (Primer Premio Municipal, Buenos Aires, Sudamericana, 1965), Algunas ausencias (Buenos Aires, Editorial Troquel, 1972), y la antología A través de la oscuridad (Universidad Nacional de Tucumán).
Imagen: viñeta de José Nieto Palacios incluida en el libro Indecisa luz.
[1] N. de A.: Uso esta clasificación a modo de licencia personal, ya que los pareados son dos versos que riman entre sí y comparten la misma métrica (sean de arte mayor o menor), condiciones que no se dan en el poema
Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
De lo mejor que se ha escrito en la revista.