Narrativa catamarqueña hoy (elqui ediciones, 2021)
Por Pablo Campos |
Notorios gestos editoriales y una pregunta al pie
El volumen reúne relatos de más de veinte escritores/as catamarqueños/as. Tan relevante como la coordenada espacial del lugar de residencia de los autores, es el adverbio hoy -variable temporal que encontramos al final del título del libro. Con ese par de señas, los editores anuncian una porción de lo que en este tiempo -es decir ahora, en estos días, en este no más que par de años (que podríamos estirar a un lustro, supongo)- la literatura de Catamarca ofrece en género cuento (1). Este tipo de decisión editorial posibilita la captura -el fotograma, la “instantánea”- de una parte del cuadro entero (2).
Otra especie de gesto, sorpresivo, fresco, me ha desconcertado. Después de la portada y antes del prólogo -o presentación- se incluye una cita difícil de saltear. El referido es Borges. Solitario (sin la compañía de sus nombres) el apellido célebre rubrica la página. Esa soledad ¿equilibra? -y de algún modo justifica- la ausencia de datos sobre el origen del pasaje (3). No hay aquí descuido de los editores y, si existiera ex profeso, intuyo la intención de dar por sentado un imaginario que muchos lectores atribuirán al autor nombrado. Borrosa evocación, modalidad celebratoria, despreocupada, desacralización cuyo extremo (subrayo: cuyo extremo) es la frasecita cargada a nombres ilustres en el reverso de los sobrecitos de azúcar o, si no recuerdo mal, en el papel semitransparente de los viejos boletos de ómnibus.
Cuentos por mayor
La considerable cantidad de autores incluidos implica, previsiblemente, un alto grado de heterogeneidad temática y formal. Ante tal variedad, he optado por tomar para este comentario, un puñado de relatos.
El traje, de Rodrigo Ovejero, conjuga la jocosidad con la situación tabú. Para que tal argamasa sea efectiva, el autor ha sabido estirar los límites de la verosimilitud. El humor, en todas sus variantes, suele ser la especie literaria más difícil de abordar. La escritura de Ovejero busca, y encontrará aquí, sonrisas cómplices.
Sin prolegómenos, la violencia estalla al comienzo de El sueño imperfecto, cuento de Paula Castillo. Una joven (luego sabremos que su nombre es Lara) es víctima de un grupo de mujeres que la golpean con extrema alevosía. El recurso de la sinestesia sirve a un espectáculo abrumador donde la truculencia funciona como una fórmula estética donde la ausencia del grotesco magnifica la monstruosidad (oculta y luego develada) del noire psicológico. Promediando el relato, una escabrosa subtrama avanza con agilidad hasta extender, definitiva, asfixiante e irreversible, toda su oscuridad. El efecto que produce el descubrimiento de la verdad es, aquí, devastadoramente retrospectivo.
Tomar Villa Cubas, de Fernando Franceschi, narra un mañana distópico. Pero esta postal del futuro no llega desde geografías lejanas, sino desde Catamarca. Una fecha que no se aleja demasiado de nuestro presente es aludida con claridad: 2060. Rodeados por murallas infranqueables, siete millones de habitantes respiran la atmósfera viciada de San Fernando del Valle. En ese contexto de degradación causado por la sobreexplotación de corporaciones mineras –todopoderosas y malignas- las bandas criminales compiten por el control del “territorio”. La esperanza se ha disgregado en la ciudad, y el soporte o alimento de ese infierno cotidiano es, por supuesto, la droga. Destaco el desarrollo del factor “acción” -en el sentido que la palabra tiene como género en el cine (no pocos párrafos recuerdan a Blade Runner en cualquiera de sus versiones). Durante 23 páginas, la atención del lector es contenida por una trama que no ahorra dosis de sadismo, intrigas, enfrentamientos, amor.
En El sueño de Sarita, de Claudio Leiva, tres personajes son suficientes para presentar un asunto y desarrollar sus derivaciones. La adolescente Sarita ha soñado con un escritor argentino (de nombre Jorge Luis). La joven anhela compartir la secuencia onírica con su abuela Rosa, mujer limitada por sus particularísimos intereses e historia de vida. Esa figura (“la Rosa” para los vecinos del barrio de Laferrere, “Rosita” para los íntimos) es el detalle más atractivo del cuento. El carácter ríspido de la anciana coarta la más mínima comunicación. Sin embargo, en el doloroso contrapunto entre nieta y abuela aguardan- si queremos escuchar con atención- los múltiples sentidos que caben en la palabra sueño.
Es difícil permanecer indiferente al tono confesional en el título de un texto. Es el caso de Esta última cobardía mía, de José Luis Astrada. Desde el comienzo el autor ofrece señales que será casi imposible desconocer. En el primer párrafo somos situados en la irrepetible ciudad de Babilonia, mención histórica que nos ubica -y nos hace retroceder- temporalmente. Allí, mientras mira la lluvia detrás de una ventana, el narrador escribe acerca de un hombre que ha recorrido “casi la mitad del mundo”. A esa altura de la narración estamos casi seguros de lo que nuestra imaginación ha compuesto, y tan solo unas líneas más abajo despejaremos cualquier duda. Esa complicidad de un saber compartido entre narrador y lector, se suma al disfrute de un relato construido con no poco oficio.
El derruido baño de un edificio judicial es el ambiente donde transcurre Cuarto intermedio, de Pablo Vera. En el momento en que se encuentra parado frente a un mingitorio, un abogado es interpelado por un desconocido. Cuando mira hacia el costado, enfoca a un hombre mayor que con tono impertinente le habla de los pormenores de un juicio. La acción es breve y entrega, hacia el final, una revelación dramática.
La tos, de Pía Cabral presenta una característica infrecuente: el relato es desarrollado en segunda persona. La impotente diatriba de una mujer ante la actitud autodestructiva de su pareja, deviene en elaborada resignación: “Al fin y al cabo sos dueño de matarte. Todos nos matamos un poco cada día, y vos lo hacés con el pucho. ¿Quién soy yo para decirte de qué modo llegar a la muerte? Llegá como puedas, que todos lo hacemos igual”. Un par de frases, al final del cuento, son la apoteosis de la sinceridad, no más –ni menos- que una contundente forma de amor.
Notas:
(1) Me parece importante señalar el valor de la (casi) inmediatez de los textos presentados, y distinguir el registro de esa circulación frente a las periodizaciones que luego (muy luego) los investigadores de la literatura acotarán, metodológicamente, en lapsos que suelen abarcar como mínimo una década.
(2) Entre un relato y otro, fue asomando la pregunta sobre el juego entre lo general y lo particular, o bien sobre las continuidades y rupturas: ¿qué supone el lector, o la lectora, que encontrará en un libro de ficciones escritas en un momento específico por autores que comparten una ubicación, un lugar en el mapa? ¿Existe la expectativa de interceptar una serie de particularidades, tales como la presencia y la metamorfosis del paisaje (urbano o rural), o las inflexiones del habla, o el arraigo, la transformación o la extinción de las costumbres, o acaso las vicisitudes históricas remotas o recientes? Cada lector/a tendrá su respuesta (o sumará preguntas) a esta cuestión interminable.
(3) He supuesto que la cita definitivamente no proviene de ninguno de los libros titulados Diálogos, ejemplares que en Tucumán todavía ruedan por algunas librerías de usados.
Estudiante moroso de la carrera de filosofía en la UNT. Integra el Dpto. de Artes Visuales y Literatura de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de S. M. de Tucumán.