Por Santiago Garmendia |
“San Ambrosiano” es el colegio más antiguo y prestigioso de la provincia. Una iglesia con pizarrones, un campo de concentración con canchas de frontón y básquet. Una fábrica de sacerdotes y laicos destinados a hacer cumbre en la jerarquía social. Habiendo enriquecido a su comunidad con más de cien camadas de egresados, entre todos ellos el doctor Nicanor Ulloa es sin dudas el pancracista más notable.
La voz del maestro de ceremonias retumba en el enorme patio:
—… y es por eso que, en el día de su cumpleaños número noventa, nos honra con su presencia el hijo dilecto de estos claustros, testimonio de talento, sacrificio y fe, miembro del equipo del sabio alemán Lucien Freund, quien a mediados del siglo pasado recibiera el Nobel de Química por sus aportes en energía orgánica.
Los aplausos de los educandos, formados de menor a mayor y custodiados por sus celadores, son como los goterones de una lluvia pálida.
—Preside esta ceremonia la enseña nacional, portada y escoltada por nuestros mejores promedios.
La bandera toma posición junto al estrado, cerca de las autoridades: el director, el cura rector, demás varones de sotana y de traje sentados de cara a los alumnos. Y al centro de esa hilera, midiendo el panorama con ojitos inquietos, el anciano doctor Nicanor Ulloa.
Nueve décadas no han conseguido doblegar a esta eminencia, aunque la gravedad parece haberse ensañado con sus orejas, como si soportara en cada lóbulo todo el peso de la sinrazón humana. Lleva mangas de camisa, pantalón blanco, el poco pelo tirado hacia atrás. La nota cheta la dan unos anteojos con tiras de color y cadenita al cuello. Se lo ve algo nervioso, cosa difícil de creer tratándose de un hombre de mundo a punto de dirigirse a un par de centenares de adolescentes retrógrados.
—Con nosotros, el doctor Ulloa.
El homenajeado sube con esfuerzo los escalones hasta el atril.
—Buenas tardes, gracias por la invitación. La poca vida que me queda no me alcanzaría para expresar el cariño que me une a estas aulas —Ulloa saluda y arranca su mensaje con un gesto de abrazo.
«Como tal vez ya lo saben, al completar mi paso por el San Pancracio fui becado para proseguir carrera en Bonn, donde me graduaría como físico. Después fui incorporado a un equipo internacional de notables, junto a quienes invertí meses y meses de esfuerzo en aras de un proyecto de experimentación que resultaría revolucionario.
»Recuerdo nítidamente la calurosa tarde de junio en que decantamos una sustancia con la carga eléctrica de mil pilitas de las que ustedes conocen. Blanca, viscosa, esa sustancia era la baba de la vida: un verdadero milagro. Nuestro hallazgo sería precursor de cuanta línea de trabajo se les ocurra en materia de bioenergía.
Hace una pausa para asir el vaso de agua dispuesto a su alcance. Bebe ruidosamente, prosigue:
—Ustedes me honraron con esta invitación. Y en lugar de perder tiempo en formalidades, he pensado que no puedo menos que hablarles con franqueza, para que mi experiencia verdaderamente pueda resultar de utilidad.Lo cierto es que mi consejo no podría ser más elemental, ni tan sencillo de resumir. De hecho, ya está sugerido en la sagrada Escritura, cuando el apóstol Pablo, en Corintios 6:12, nos invita a vivir en la realidad y no en la fantasía, sin dejarnos dominar por nada…
«Para decirlo de una vez por todas, lo que yo tengo para recomendarles es que dejen de acogotarse el ganso».
Nadie está seguro de que sea real. En el patio cunde un murmullo, el típico bisbiseo que busca la corroboración del que está al lado. Ulloa mantiene la vista al frente, sudando. Los anteojos resbalan por su tabique hasta pender sobre el pecho.
—Sí, oyeron bien —agrega despejando toda duda—. Verán.
»En Alemania nuestro equipo lo componíamos jóvenes científicos altamente especializados, todos elegidos personalmente por Lucien Freund, quien al margen de su talento profesional tenía una impresionante intuición acerca de la gente. Seleccionó sólo a varones católicos, como es el caso de esta querida casa. Solteros, sin compromisos, auténticos monjes del saber.
»Cierta mañana de la temprana posguerra, nuestro proyecto peligraba debido a una serie de desaciertos, poniendo en juego la continuidad del equipo. Fue entonces que el doctor Freund, observando los semblantes agotados, el desencanto de nuestras intervenciones, nos sorprendió a todos con aquella pregunta genial:
—Wie viele mal? —que en la lengua de Goethe significa: “¿cuántas veces?”.
»Naturalmente, quisimos evadirnos (“¿cuántas tostadas?”, “¿cuántas horas de sueño?”), pero todos teníamos muy claro a qué se refería el sabio. Así, confesamos nuestros horribles hábitos ante Freund y los correlacionamos con nuestro rendimiento. No sin vergüenza, yo mismo admití “tres”.
»Allí surgió entre nosotros un compromiso de fuego. Cada jornada, en pleno trabajo, en el momento menos esperado, oíamos al maestro rugirnos su arenga. Wie Viele Mal!, gritaba Freund como si fuera el capitán de un barco negrero y nosotros sus esclavos. A lo que respondíamos:
—Keinmal! —o sea: “ni una sola vez”. Y ese pasó a ser nuestro santo y seña.
»Fue un eureka, por esos meses desbordamos creatividad. Nos sentíamos capaces, corporalmente animados, si se me permiten decirlo así. Y al poco tiempo el doctor recibía el Nobel en nuestro nombre, gracias a aquella sustancia pletórica de vida.
Ulloa dirige su mirada al primer escolta.
—Wie Viele Mal? —lo encara.
Tímidamente, el chico levanta cuatro deditos.
»Sé que es muy duro, claro que lo sé. Pero es justo por eso —ahora acaricia el atril tiernamente, como la tapa del ataúd de un amado—, por el bien de ustedes, de la comunidad, de la Iglesia, que me permito recordarles la enseñanza contenida en Mateo 6:24: no se puede servir a dos señores, así que dejen de venerarlo a Onán.
En el patio ninguno respira, nadie se mueve.
—Gracias de nuevo —finaliza el viejo, midiendo los escalones para retirarse.
Es doctor en Filosofía, docente e investigador de Filosofía del Lenguaje en la Universidad Nacional de Tucumán y la Universidad Nacional de Salta. Integra el colectivo “Dudas Razonables”, desde el cual se producen contenidos de radio, teatro y talleres de Filosofía. Su primera obra de ficción fue la novela La religión de los dioses (Culiquitaca, 2015). Publicó Mal de muchos (y otros cuentos de libros) (Lago Editora, 2016). Nació en 1976 en San Miguel Tucumán, ciudad en la que reside.