Por Matilda Debes |
Selección y presentación a cargo de Ana García Guerrero |
Presentación
Durante los últimos meses los adultos no hemos pensado mucho en cómo se cuenta este nuevo mundo, la extrañeza y la mirada distinta que hemos incorporado.
También a los chicos les sucede. Saben que en cada movimiento el camino que recorren está nombrado por la gente grande, contado o cantado y ofrecido en la amplitud de los cambios y de la manera en cómo se trata esos cambios, según como les fueron contados a ellos. Es así como se usan los datos de las experiencias y con ella la elección de una lengua que designa, determina y decide la mirada inmediata de las cosas.
En lo que se enseña para que los chicos aprendan no se echa mano en general al lenguaje de la narración. Se queda así la lengua de las cosas útiles que no abriga ni hacen que la mirada genere un «había una vez».
«Había una vez» se llama este espacio de La Papa para la palabra, el lenguaje y de la ex-presión de los chicos. Un lugar con presencia para contar y sin pensar (¿quién iba a pensarlo?) que en estos momentos de muchas maneras estamos inaugurando el relato de los “despueses” cuando tengamos que decir este tiempo y dibujarlo en palabras.
Matilda tiene una escritura de mirada. Usa la ironía sobre la forma aprendida de cómo usar palabras de nombrar. Es aguda y crítica. En su escrito para La Papa dejó ese mandato de cómo decir y trajo los elementos primeros de nombrar para fundar el mundo. Sensaciones, los cinco sentidos y la emoción por la esperanza. El final de cuento que todos queremos, algo que ofrecer y una mirada que aprende a usar el lenguaje.
Importante en los chicos que escriben es poder recordar en la tremenda realidad que son seres poéticos, como lo ve Matilda, en realidad todos lo somos aunque haya momentos de olvidarnos como seres narrativos reducidos, en los discursos y en las prácticas, a variables económicas más o menos adaptadas a las exigencias de tránsito nuevo porque tampoco podemos reducir nuestros roles sociales.
Somos también seres poéticos porque podemos mirar y maravillarnos y esperar perfume, color, emociones y los dolores la sonrisa y los amores porque hace mucho tiempo, allá donde había una vez, hemos dibujado, hemos pintado, hemos cantado, hemos bailado mucho antes de inventar cosas.
Y septiembre
Septiembre. Tiene 30 días septiembre, en cada uno hay cambios chiquitos y grandes. A veces no los vemos pero los percibimos. Estamos con miradas de alergias, con bufandas por el frío que de a poquito lo vamos corriendo con un viento que vuela cualquier sombrero, con la primavera que ya se respira entre estornudo y estornudo y entra por los ojos directo al corazón. En la avenida, las flores de los lapachos se ríen con la idea de que un día hay buzos de lana y al siguiente remeras con dibujos, se ríen con las mariposas blancas que aparecen de repente y se ríen con el sol que cada mañana se despierta más temprano, y con los pájaros, que empiezan a llegar de lejos. Septiembre en la avenida. Septiembre de colores que renacen. Septiembre de colores que se renuevan. Septiembre que espera colores. Y tal vez que este año en septiembre veremos los azahares y sabremos que pueden perfumar desde lejos. Y tal vez podamos ver tormentas desde la ventana. Será septiembre con todo esto. Será viento y esperanza y amores y promesas y la avenida estará repleta de flores amarillas y rosas.
Soy Matilda Debes, tengo 12 años. Nací un 17 de octubre del año 2007. Participo en los talleres de Mandragora desde hace varios años, con un año de descanso en el medio. Me gusta escribir después de las meriendas de Mandragora, ¡¡que en estas épocas de pandemia se las extraña muchísimo!! También me gusta leer, de todo, menos los libros del colegio…
Excelente Matilda. Felicitaciones. Me encantó Setiembre. Tu cuento me pareció muy descriptivo. Eso permite hacer volar nuestra imaginación. Que sea éste , uno de los tantos que espero que escribas. Es un don y debes aprovecharlo.