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Soles rojos

Por Rosalba Mirabella |

Un día de fines de febrero me llaman las chicas de Biomba: Ro, pasá que ya están aquí las obras de Timoteo. Hacía tiempo que no veía sus pinturas y no conocía los dibujos, que estaban llegando a la galería desde hacía unos meses. Me habían invitado a pensar en algún dibujo mío que tuviera relación con una de las series de Timoteo Navarro, para una exposición colectiva junto a un grupo de artistas de Tucumán (1). La cuestión es que esa tarde llego a Biomba y me encuentro con una gran cantidad de obras, todavía no estaba del todo decidido cuáles quedarían en la muestra. Daba la sensación de que las pinturas fueran pequeñas joyas, cada una un universo pleno de detalles cuidadosamente construido: los árboles del Parque 9 de julio y versiones de la Escuelita del Parque más brillantes; vistas de los márgenes del Río Salí y encuadres del terreno en los charcos con una variedad impresionante de grises; la recurrencia de las marcas del pincel y la espátula en esas superficies opacas. Era un recorte del trabajo de toda la vida del artista y resultaba conmovedor volver a ver esos paisajes conocidos de tantas formas distintas, a través de la magnitud de su obra.

Pero una de las piezas me llamó la atención entre las demás, era una témpera de la década del cuarenta, sin título. Abajo a la izquierda se podía distinguir al artista pintando entre los árboles del parque. Un extraño sol rojo aparecía entre las copas, circundado por rayos concéntricos del mismo color, y también cuatro medias lunas blancas o negras dispuestas alrededor. A diferencia de otras pinturas, donde el sol o la luna se hallaban solos e integrados al paisaje, aquí parecía haber algo discordante en la forma de representar, como si fuera un gesto juguetón del autor o una pequeña provocación. Mirando el cuadro me acordé del primer libro de arte que tuve en la infancia, El diario del Sol Rojo, sobre la obra de Joan Miró, con cuento de Ori. En las páginas había grandes reproducciones a color de las pinturas, y un sol casi siempre rojo aparecía de distintas formas, chiquito en algún extremo, o en todo su esplendor como en El vuelo de la libélula ante el sol, de 1968. También se encontraba la misma media luna cerca del sol algunas veces, de gran tamaño como en Mujer y pájaro en la noche, de 1967; más disimulada en distintos detalles del plano en otras obras.

Timoteo Navarro, Sin título.

Ya en mi casa volví a buscar el libro, en la biografía se contaba que Miró, decidido a ser pintor, se había instalado en París en los años veinte. Los pintores de aquella época se reunían en grupos, para algunos de ellos “el elemento importante era el color, y sus pinturas irradiaban luz, como si cada cosa estuviera sumergida en un eterno verano luminoso”. La mayor parte de las pinturas del libro databa de los años sesenta, pero había algunas anteriores, como La escalera de la evasión, de 1940. Timoteo pintó la obra del sol por la misma época, imposible entonces no preguntarse: ¿cómo circulaba la información en esos años?, o también, ¿por qué los dos pintores en puntos tan lejanos tuvieron estas coincidencias?

Valeria Maggi, de la serie Ríos, Mares y Montañas.

Poco después, a principios de abril, veo al pasar las historias de Instagram unas pinturas de Valeria Maggi que forman parte de la selección del Premio Braque de este año. Ríos, Mares y Montañas es el título de una serie de tres obras de gran formato (2). Sobre el horizonte curvo de las montañas de perfil esquemático de una de ellas hay un sol rojo, cuyo reflejo se extiende en el agua a través de una gran superficie pintada con distintos tonos de amarillos y naranjas.  Le pregunto a Valeria cómo es que han aparecido esas imágenes, y me cuenta que su forma de trabajo actual continúa el proceso de una etapa anterior, de pinturas abstractas. Que comienza cada obra casi sin bocetos previos a partir de formas simples o geométricas: un círculo se convierte en un sol, una franja diagonal en un río, formas ondulantes moldean unas montañas. Se percibe un humor sutil en el armado de los espacios planos y en la síntesis de las figuras. Pero estos paisajes tienen que ver con elementos geográficos particulares, a la vez. Si bien hay reminiscencias de la naturaleza sudamericana en general, también aparece Tucumán, como en las representaciones de algunos sitios recónditos, cascadas o zonas de acceso difícil. Los colores, estridentes a veces, provienen de las sensaciones que quedan en la memoria después de la contemplación de esos lugares; quizás persiste en ellos la luminosidad del sol del norte del país. Sobre una obra de 2023, El Sol, que también se llamó Los adolescentes, recuerda que al pintar se imaginó “un sol que guardaba un mundo en su interior, que contenía todo ardiendo, en su calor”. La luna ocupa gran parte de la superficie en una pintura del mismo año, dividida en dos por una línea naranja y ubicada arriba de lo que parece ser el sol que se esconde y un sector con palmeras a la vez. Un aspecto del paisaje también tiene que ver con salir al exterior de los espacios donde vivimos y volver a mirar el cielo, por eso en sus pinturas hay soles o lunas. “Algo que los humanos hacemos desde siempre, elementos que parecen tan obvios, pero detrás de los cuales surgen ideas, civilizaciones a través de esos astros”.

Valeria Maggi, El sol.

“El rojo es raro en el paisaje. Obtiene su fuerza de su ausencia. Efímero, en un atardecer exultante, el gran globo del sol se hunde en el horizonte…y ya se fue” observa Derek Jarman. En Impresión, sol naciente, de Claude Monet, de 1882, un sol anaranjado se recorta para siempre sobre el cielo azul.  El sol aparece como un disco rojizo a veces, sobre la cabeza del dios Ra de los egipcios. Hay soles rojos en ciertas pinturas de Henri Rousseau, como en el Paisaje con monos de 1910 (había una lámina de Rousseau en la casa de la infancia de Valeria Maggi). Más cerca en el tiempo, en algunas obras de Ana Won hay círculos, estrellas y medias lunas, entre otras formas geométricas. Noche de verano es parte de una serie de pinturas monocromáticas rojas del 2022 y refiere a una experiencia inusual: una noche de verano en la que la luz estaba cortada, vio iluminarse el patio delantero de su casa con una luz cada vez más fuerte mientras una bola rojiza bajaba del cielo y atravesaba el interior de la casa, entrando por una puerta y saliendo por la otra, a centímetros de ella.  Recién muchos años después supo que esta visión bella y enigmática había sido un fenómeno del cielo que se conoce como rayo globular o centella.

Valeria Maggi, La luna.

Sospecho que existe algún lenguaje oculto, guiños entre pinturas de diferentes épocas del cual las lunas y los soles rojos serían solamente una parte. Un código secreto que pone en duda el código aprendido. O es posible, también, que alguna entidad misteriosa en forma de astro radiante baje cada tanto a jugar en algunas obras. Un sol insurgente de artistas. En el libro El diario del Sol Rojo, el autor hace hablar al sol de una de las pinturas: “Hoy tal vez estuviera un poco torcido, pero de un color espléndido. Me até alrededor una cinta blanca, y hasta una libélula que volaba por allí de casualidad (también ella tenía una bonita cinta blanca) me dijo: Sol, hoy estás espléndido. Detrás de ella había un puntito negro (también él llevaba una cinta blanca alrededor del cuello) pero si no sabéis qué es, yo por mi parte no lo sé. No siempre se comprende todo.”

Ana Won, Noche de verano.

(1) La muestra se llamó Cuerpos desde el territorio en búsqueda del paisaje, con obras de Timoteo Navarro, Blanca Machuca, Agustín González Goytía, Jerónimo Salvatierra y Rosalba Mirabella. Contó con acompañamiento curatorial y texto de Diana Ferullo, e inauguró el jueves 24 de abril de 2025 en Biomba Galería, San Miguel de Tucumán.

(2) Ríos, Mares y Montañas de Valeria Maggi formó parte del Premio Braque 2025. Los artistas participantes fueron Paula Castro, Lucas Di Pascuale, Hoco Huoc, Josefina Labourt, Lucrecia Lionti, Valeria Maggi, Lucía Reissig y Santiago O. Rey, con selección y curaduría de Alejandra Aguado y Francisco Lemus. La apertura se realizó el 5 de abril de 2025, en MUNTREF Centro de Arte Contemporáneo, CABA.

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