Por Luciana Ceridono | Había una vez una tía, un abuelo, un hermano, una mamá, un lapacho amarillo, uno blanco y uno violeta que se veía de lejos. Había también pantallas; una ecuación, una célula, una proteína una oración y había una cocina y un montón de horas que eran iguales. Había una persona que era yo, con muchos rulos y poca paciencia. La vez que Había, tenía un balcón
Luciana Ceridono
Quizo nacer el día de la memoria en el año 2003. Su infancia fue de contar cuentos desde la altura de los cinco cochecitos paragüitas que fue destruyendo con empeño de hadita. Disfrutadora del sabor de los crayones en el taller de las palabras escritas antes que de hablar. Entre ser princesa y bailarina siempre supo que los dibujos del cuaderno de hojas lisas era más de verdad que una fotografía. Con el tiempo se volvió experta en selfies de escenarios diversos. Coleccionista experta de vinchas para los rulos infinitos. Fue ayudanta de mago e integró el equipo de las útiles en las cenas de escritoras que llegaron desde Europa. Armó un par de centros de estudiantes y semanas de la escuela en la que vivió desde el jardín de infantes con cartera roja. Fue Eva en el paraíso, niñita perdida en el Neverland de Peter Pan y naipecita de la Reina de Corazones con Alicia. Fue autora en los libros de los talleres Mandrágora en Edunt. Siempre desde el humor, siempre en las señales de entretejer sonrisas en el decir cosas importantes. Ahora está empeñada en la química de la biología. De Doctora Chispeta, dice. Para cruzar el mar, dice. Que lo quiere todo.


