Por Valeria Mozzoni |
El teatro resiste en la ancestral forma de asociación e interacción humanas
que anula las mediaciones que permiten sustraer el cuerpo y desterritorializarlo.
Jorge Dubatti
En Tucumán, se tiene noticia de la existencia de un edificio teatral ya en 1838. La construcción del primer teatro – formalmente registrada- data de 1876, el “Teatro Belgrano”. Desde entonces hasta hoy la actividad teatral de nuestra provincia no ha dejado de crecer, de profesionalizarse, de consolidarse como campo artístico referente en el NOA, de multiplicarse en grupos y salas, de salir a buscar a sus públicos.
Tucumán es muchas cosas…entre ellas, Teatro (así con mayúsculas).
A la ya golpeada realidad de les teatristas locales luego de cuatro años de políticas neoliberales, se sumó en este 2020 la pandemia con la consecuente suspensión de la actividad teatral durante largos meses.
Las respuestas fueron (están siendo) diversas. Seminarios virtuales, talleres en línea, concursos para “videos teatrales”, conversatorios por Meet o Zoom, obras subidas a YouTube u otras plataformas, radioteatros, performance en redes sociales, puestas en escena modalidad streaming[1], y muchos etcéteras más. Todas ellas mediadas por las pantallas de los dispositivos.
La idea de aislamiento es antónima a la de teatro. El teatro ha sido desde sus orígenes, reunión. La mayoría de las definiciones de este arte escénico que hasta aquí nos han resultado válidas, contemplan como una condición fundamental del teatro al encuentro, de cuerpo y tiempo presentes, entre hacedores y público, el convivio o acontecimiento convivial. Sin ir más lejos, la Ley Nacional del Teatro (Nº 24.800), sancionada y promulgada en 1997, define a la actividad teatral como representación de un hecho dramático que, entre otras cosas, conforme un espectáculo artístico que implique la participación real y directa de uno o más sujetos compartiendo un espacio común con su auditorio[2].
Entonces, ¿todo lo que se viene haciendo desde que comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio no es teatro? Y en tal caso, ¿qué es?
Muchas y muchos teatristas han opinado al respecto en distintos foros; las apreciaciones van desde quienes entienden que no hay teatro sin convivio y que las alternativas actuales deberán buscarse su propio nombre, pasando por quienes valoran las posibilidades que brinda la tecnología para mantener el recuerdo del teatro y, sobre todo, ofrecer una fuente de ingresos al sector en crisis, hasta las y los que miran esto con medido optimismo como un fenómeno de trasformación y readaptación de un arte milenario que redundará necesariamente en nuevas definiciones y formas de entender al teatro.
Por fuera de las discusiones teóricas sobre lo artístico, la otra cara de esta realidad es que la situación del colectivo del teatro exige respuestas y soluciones que vayan más allá del ingenio de artistas, técnicos y gestores de salas. Se han implementado algunas ayudas, como ser las del Instituto Nacional del Teatro, pero resultan aún insuficientes. En Tucumán se llevaron a cabo acciones para reclamar una urgente ley de emergencia cultural y que se atienda a la posibilidad de reapertura de las salas como sucedió con otras actividades reactivadas, por ejemplo el sector gastronómico.
En algunos países europeos ya se retomó la actividad con ciertos protocolos. En Argentina también se están pensando y hubo algunos intentos de implementarlos. El teatro volverá, sin lugar a dudas, distinto. El público volverá de a poco también. Y también distinto, porque la pandemia nos está atravesando en todos los órdenes de la vida.
Lo cierto es que el tecnovivio, que en palabras de Jorge Dubatti consiste en la cultura viviente desterritorializada por intermediación tecnológica[3], no es novedad ni producto de la pandemia. Hasta aquí había sido un complemento –opuesto- del convivio, en el mejor de los casos, memoria del acontecimiento teatral pero nunca el acontecimiento mismo. Sin embargo, convivio y tecnovivio pueden coexistir incluso en una misma puesta en escena, expandiendo las posibilidades artísticas de la misma. Reforzando sentidos, contradiciéndolos, enriqueciendo las experiencias de actuación y recepción, etc.
En lo personal, me cuesta tanto hablar de “aula virtual” como de “salas teatrales virtuales”. Para algunes, el teatro se está reinventando. A mí la palabra “reinventarse” no me gusta mucho –al menos no para hablar del teatro-, creo que el teatro es un arte vivo, por lo tanto muta junto con nosotres. Considero que el teatro lo que hace en este momento es resistir, como lo ha hecho en otros, como la última dictadura militar en nuestro país, que supuso un impasse en el desarrollo de la actividad teatral que buscó las maneras de poder seguir diciendo entre prohibiciones, persecuciones y atentados.
Mi sentir, sin embargo, no es apocalíptico (no del todo). El tecnovivio no es en sí malo, es distinto. Es la manera que hoy tenemos de seguir en contacto, hasta que el abrazo vuelva a ser posible. El libro es un objeto tecnológico también y, para quienes leemos obras dramáticas, nunca reemplazará al acontecimiento teatral pero, al decir Griselda Gambaro, es su memoria y no hay que despreciarlo. Algo similar ocurre con estas formas tecnoviviales de lo teatral a las que “asistimos” actualmente. Pero la experiencia es diferente, es otra cosa y lo cierto es que no está al alcance de todes, como las “clases virtuales”, aunque se siga hablando de educación pública. Se necesitan ciertos medios para participar (dispositivos, conectividad, etc). Me dirán que también se requiere de ciertos recursos para pagar una entrada teatral; así es, pero es igualmente cierto que, al menos en Tucumán, podemos (podíamos) asistir a Fiestas y Festivales con precios populares y que seguramente más de une se deleitó en alguna función gratuita en el Piletón del Parque Avellaneda.
Para quienes solemos transitar las salas tucumanas, sobre todo las del circuito independiente que son las más, ir al teatro es una “ceremonia” que comienza mucho antes de llegar y termina bastante después de salir.
Elegir la obra, prepararse, buscar (y encontrar o no) compinche para ir, llegar, comprar la entrada, saludar conocides porque Tucumán es así: chiquito y endogámico, esperar, acomodarse, compartir por un rato con otres una experiencia irrepetible, respirar el vértigo de actores y actrices en escena, poner el cuerpo -arriba y abajo del escenario-, salir -conmovides, cansades, enojades, felices, sentipensantes, decepcionades, en fin, movilizades en el sentido que sea-. Si se puede, buscar un bar para hacer durar ese tiempo efímero un poco más, para comentar la puesta; el mismo bar en el que a veces encontramos al elenco pos función. Replicar en la memoria y en la piel las sensaciones vividas… todo eso no es lo mismo tras la pantalla. Mercado Pago no es la boletería y el sillón de la casa no reemplaza a las butacas, muchas veces amontonadas y desvencijadas, de nuestros teatros. Me dirán que lo estoy romantizando…y sí, algo de eso hay. Porque para mí, ir al teatro es la papa.
[1] Distribución digital en directo de contenido multimedia.
[2] Capítulo 1: De la actividad teatral, artículo 2, inciso C.
[3] Dubatti, J. (2015). Convivio y tecnovivio: el teatro entre infancia y babelismo. Revista Colombiana de las Artes Escénicas, 9, 44-54.
Valeria Mozzoni nació en Bahía Blanca pero es tucumana por adopción. Dra. en Letras, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Tucumán.
Asidua espectadora y apasionada del teatro tucumano
Excelente artículo. Felicitaciones a Vale y a La Papa por estos encuentros. Esperemos pronto volver al teatro en cuerpo presente y también que el estado este a la altura de las circunstancias.