Por Verónica Juliano |
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Según Borges “El que descubre con placer una etimología” es un cofrade de la orden de los justos. Los justos, para Borges, son aquellas personas que con acciones sencillas, invisibles, están salvando al mundo sin que, acaso, podamos percibirlo. La sucesión de los versos es hermosa y, más o menos, abarca el siguiente listado: cultivar un jardín (tal era el deseo de Voltaire), agradecer la música, jugar al ajedrez, premeditar la forma y el color de una cerámica, componer tipográficamente una página (aunque no sea de nuestro agrado), leer los tercetos finales de algún canto, acariciar a un animal dormido, ser piadosos ante un mal recibido, agradecer por los maestros (como Stevenson), ceder la razón aún a quien no la tenga. Los justos y su tarea silenciosa rescatan a la humanidad. Como un mantra o como un mandato divino, mientras haya un hombre justo sobre la faz de la tierra, nuestra especie abraza la esperanza de su salvación.
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La poesía llama a la poesía. El pasado 8 de octubre, en la Casa Museo de la Ciudad (ex casa Sucar) se llevó a cabo la presentación del libro de poemas Mesa de pájaros (editorial Bajo la Luna) de Denise León. Inés Aráoz –cuyo libro Al final del muelle ha sido premiado por la Academia Argentina de Letras como la mejor obra de poesía del trienio 2016-2018– entremezclada con el público presente, asiste a la bienvenida del nuevo libro. Camufladas entre el auditorio, Agustina Garnica, Verónica Barbero y Candelaria Rojas Paz se unen a la celebración prestando el cuerpo y la voz a la lectura: el poema que abre Mesa de pájaros irrumpe en la sala. Entre sus líneas, versa: “Nosotros es más fuerte”. ¡Qué duda cabe! La poesía llama a la poesía. Tímidamente, desde el fondo de la sala se acerca Marcelo Adrián Bustos y me ofrece, generoso, su libro de poemas El libro de las cuatro casas (Edición de autor – Ediciones Anku).
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A Marcelo lo conocí en la Facultad de Filosofía y Letras. Ambos estudiábamos la carrera de letras y teníamos varios amigos en común. Seguramente a través de ellos comenzamos a charlar, en el antiguo bar, en el patio o en los pasillos donde circulaba una especie de canon oculto: textos y autores que, en su irreverencia, jamás ingresaban a las aulas pero que bullían en los márgenes. No hay dudas de que los bordes son espacios fecundos; pequeños hervideros de ideas y de sentidos; zonas de candente productividad. A Marcelo solía encontrárselo en la biblioteca, rodeado por Tomy, Huguito o César, nuestros queridos bibliotecarios (alguna vez habrá que escribir una semblanza a estos seres que nos dieron de leer a tantas generaciones). Marcelo leía –estimo, lo sigue haciendo– a destajo. Umberto Eco, Michel Foucault, Benedetto Croce, Antonio Gramsci. Marcelo gustaba fervorosamente –estimo, lo sigue haciendo– de la filosofía del lenguaje y de la semiótica. Una de las casas de su libro, la de las Reglas y los Ejercicios, despunta este fervor: “El lenguaje solo sirve para mentir, en serio”. Marcelo, exquisito lector, semiólogo autodidacta, apasionado por la filología –acaso un personaje borgeano–, un día se fue y estuvo un tiempo sin dar señales (ironía semiótica).
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La portada de su libro exhibe un Arcano Mayor del tarot: La Maison Dieu (la Torre o la Casa de Dios). Un rayo fulmina la “corona” de la torre. Etimológicamente, la palabra fulminar (y sus derivados) proviene del latín fulmen – fulminis que significa rayo. El rayo simboliza la potencia creadora, aun cuando contiene en sí la fuerza de la destrucción. Dos hombres se precipitan desde la torre pero su caída –que puede ser considerada con valencia negativa– es, también, posibilidad de liberación si consideramos que las torres oficiaron como prisiones o lugares de encierro. El signo cautivo es liberado y la torre deviene en cuatro casas: la Casa de la felicidad, la Casa de la memoria, la Casa de El libro de las Reglas y los Ejercicios y la Casa de la multiplicación de los panes. Casas que son –en palabras del autor– “mi único refugio de la muerte”.
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Poéticas del pan. En su “Oda al pan” Pablo Neruda cantaba que la tierra, la belleza y el amor tienen sabor y forma de pan. Los poemas de Marcelo Bustos saben a pan. Son la felicidad de la olla: “En borbotones / comida como espuma / y la multiplicación”, y el pan dispuesto en la mesa como metáfora perfecta de la abundancia, o como súplica para que no falte, o como fórmula mágica para conjurar el hambre. Dar de comer, dar de leer: hacer proliferar panes y signos. ¿Olvidaba Borges a los panaderos, entre los hombres justos? Mientras haya poesía que convoque a más poesía; mientras haya arquitectos que construyan casas-refugio para la palabra y mientras haya poetas capaces de hacer leudar sentidos, entonces y solo entonces, tendremos como especie alguna razonable garantía de redención.
Imagen: Foto tomada de la cuenta de facebook Marcelo A. Bustos Poesía Multilineal
Verónica Juliano nació en San Miguel de Tucumán, donde reside. Es docente e investigadora en la UNT. Lleva a cabo diversas acciones vinculadas a la promoción de la lectura. Eventualmente, escribe.
La interpretación es muchas veces un campo de la felicidad. Gracias por tus alagadoras palabras sobre el rincón elegido. Entre tanto clima adverso, fueron un bálsamo. Ni qué decir de la gran poeta que es Denise. Gracias.
Marce, lo dicho: los poetas son los justos que hacen que al rueda de la vida siga girando. Gracias a vos, en este domingo esperanzado
Un texto humano.
Una posibilidad más para permitirse creer q hay seres en esta realidad q permiten sostenernos y no lidiar internamente con el desencanto.
Textos que respiran.
Felicitaciones por tener y llevar a cabo estas ideas