Por María Verónica Gutiérrez |
Leonor Picchetti publicó sólo dos novelas, excepcionales novelas, y dejó de escribir. Era una veinteañera cuando escribió Los pájaros del bosque (1964) y La palabra mágica (1966). Sobre ese silencio repentino y extraño después de las publicaciones, extraño sobre todo si se considera que las novelas tuvieron un buen recibimiento entre algunos escritores, es posible imaginar motivos. Impresiona pensar esa apuesta literaria potente a la par de lo que vino después, el silencio, el retiro, la sustracción.
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Salvada del hastío de las siestas, me voy, entro por las páginas de los cuentos a los bosques donde hay una luciérnaga que dirige el tráfico de los grillos y los conejos visitan a sus abuelos. Mauricio, los abuelitos son como un pan recién sacado del horno, mmm, qué rico mientras se lo come, y después qué dolor de barriga. Mauricio es para dormir con él abrazándolo como si fuera una almohada, para soportar el invierno y despreciar las frazadas térmicas. Lo que haríamos debajo de las sábanas; se permite todo, excepto dormirse. (Los pájaros del bosque)
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No es mucho lo que se sabe de la vida de Leonor Picchetti. Nació en Buenos Aires en 1942, pero vivió su infancia y adolescencia en Jujuy. Inició estudios de Arquitectura en la Universidad Nacional de Córdoba, aunque sólo permaneció unos meses en la carrera. Cuando se publicó Los pájaros del bosque, ya estaba de nuevo en Jujuy. Luego residió en Maimará, donde trabajó como maestra. Fundó en esa localidad una pequeña editorial en la que editó cuentos para niños y cuadernos de apoyo escolar ilustrados por ella. Murió en Maimará, Jujuy, en 2015.
Las dos novelas de Picchetti aparecieron, por primera vez, en el sello Falbo Librero Editor, de Buenos Aires, que, como señala Augusto Munaro en un estudio que dedica a la poética de la autora jujeña, fue un sello que en los agitados años 60 apostó por la edición de textos vanguardistas y experimentales y que influyó en los posteriores Jorge Álvarez y Ediciones de la Flor. Falbo editó también en 1964, por ejemplo, el primer libro de cuentos de Miguel Briante, Las hamacas voladoras. No es casual que la novela de L. Picchetti haya encontrado un lugar en esa editorial. Su escritura experimental y caleidoscópica está hecha de temporalidades superpuestas, colocadas en simultaneidad por voces protagonistas que cuentan no los acontecimientos de una vida, sino aquello que tiene que ver con el orden de los afectos, las tramas que sostienen al sujeto, articuladas desde el presente, tramas de sensaciones y miradas, de las palabras de los otros, de los temblores del cuerpo. El pasado es lo que se actualiza en una voz que convoca y distribuye el tiempo de manera no lineal, en una economía narrativa que va volviendo sumamente poético el relato y transformándolo en una suerte de “confesión interminable”, en el sentido psicoanalítico. Es que en las construcciones narrativas de las novelas están, como señalaron sus lectores tempranos, los procedimientos de Joyce y de Virginia Woolf, pero está también el psicoanálisis, en el marco de una década, los años 60, en la que el discurso psicoanalítico, vía las intervenciones de Oscar Masotta, se volvía una constante en el campo cultural argentino. No es casual, entonces, y es en todo significativo, que haya sido el psicoanalista y escritor Germán García, integrante de la mítica revista Literal, quien, en un libro de 2005 –El psicoanálisis y los debates culturales. Ejemplos argentinos– le haya dedicado todo un capítulo a la primera novela de Picchetti, “Leonor Picchetti. Retrato de una artista adolescente”, vinculando la poética de Leonor, ya desde el título, con el Joyce de Retrato del artista adolescente. A pesar de que con los años y con las reediciones de las novelas de la escritora jujeña algunos estudiosos -estudiosas, fundamentalmente- hayan vuelto la mirada sobre la escritura de Leonor, el trabajo de Germán García sigue siendo uno de los más profundos. En su análisis, G. García retoma el prólogo a la edición de 1964 de Pájaros del bosque, en el que Marta Teglia, la autora del prólogo, emparenta a L. Picchetti con Joyce (García la emparentará, además, con Marguerite Duras y con Manuel Puig) para mostrar la singularidad de la escritora: “Que una joven escritora argentina publicara un libro en cuyo prólogo se insiste sobre el psicoanálisis y la obra de James Joyce, once años antes de que Jacques Lacan se ocupara de ese cruce, es algo que merece despertar algún interés no sólo de escritores y psicoanalistas, sino también de lectores con algún gusto por los hallazgos”.
En Pájaros del bosque quien narra es María Pragda, una joven perteneciente a una familia acomodada, que estudia arquitectura en Córdoba durante los años 60 y que va enhebrando al presente del relato lo vivido durante su infancia y su adolescencia en un colegio de monjas en el que estuvo internada. La novela, con evidentes elementos autobiográficos, va conformando una María Pragda marcada por la soledad, la inadecuación y la rebeldía, que enoja y atemoriza al mismo tiempo a la pacatería religiosa y provinciana, como después cautivará a los compañeros de la facultad y a los profesores. La narradora va tejiendo -o destejiendo, mejor- su figura a partir del relato del despertar de la sexualidad, de los primeros amores, del deseo atado a una fantasía desplazada del incesto, a la par del presente de la vida universitaria, de las reuniones con los amigos y de las lecturas literarias. María Pragda lee y da de leer a sus amigos de la facultad. Esas lecturas resultan “inadecuadas” para los padres de los jóvenes universitarios (María les convida Trópico de Capricornio), como resulta “inadecuada” la figura de María Pragda para una sociedad profundamente patriarcal. Ese fuera de lugar, esa experiencia de incomprensión, por supuesto, tiene consecuencias. Va tomando forma en María el deseo de irse. ¿A dónde? No sabe, tal vez a estudiar a Moscú. La punza el deseo de sustraerse, de sacar el cuerpo de donde no se la comprende.
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Vamos, no te enojes, papá, yo no me expreso así deliberadamente para molestarte. Digo, sin rebuscamientos, te cuento mis experiencias. Yo estuve dieciocho años en un colegio religioso. Me gustaba juntar coyuyos en el parque y tocar las campanas y montar a caballo en el lomo del padre Bounard. Quién sabe si lo veré otra vez. Papá, yo quería salir y volar. ¿Sabés qué les pasa a los canarios que se escapan de las jaulas? Saltan, corretean, vuelan de un árbol a otro y conversan con los pájaros del bosque, muy alegres, hasta que el hambre los devuelve al cautiverio. Regresan los que pueden y los otros… Papi ¿llorás? No, claro, es el lagrimeo del resfrío, yo lo sé bien. Pero no me quedaré. Los pájaros del bosque son malos, aprovechan que uno no conoce para picotearnos y nos tientan con los árboles de frutos exquisitos, no yo no quiero, miento, quiero, pero cómo haré para llegar, es más fácil volver por las migajas que añoro. (Los pájaros del bosque)
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El fluir de la conciencia y los diálogos corales, que en Pájaros del bosque provocan la interpolación de momentos y voces, en La palabra mágica se vuelven radicales, adueñándose de la frase, de la sintaxis del texto. La palabra mágica es la historia de Teresa, esposa de Eduardo Tombleton, un hijo de la clase alta cordobesa, dueño de campos en la provincia. En el campo familiar, donde María está sola debido a los negocios y a la carrera política que Eduardo Tombleton tiene que atender en Buenos Aires, Teresa redescubre el amor. Andrés Armar, un maestro rural que le alquila a María una casa frente al río, se convierte en su amante.
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Aquí estamos cisnes del viaje de la luna de la música cerca de la antigua casa a orillas del Don apacible yo te quiero mucho cómo te lo digo recordando todo lo que ya te he querido no puedo decir mi amigo mi amor el primero y los otros desencontrados las penas las canciones de moda una moticicleta verde diré que soy la mujer de todos los tiempos que fui a buscar agua que alcé mi cántaro que vi al sediento que amé a Cristo que fui serena y tierna y dulce coqueta y sufriente tuve hijos no sé (La palabra mágica)
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El asombro que provocan las novelas de Picchetti, por su factura, por su potencia, fue señalado por Jaime Rest en la presentación que hace, en 1964, de Pájaros en el bosque en una librería de Buenos Aires. Dice Rest: “Probablemente, pocas tareas existen que sean tan difíciles como la misión de ofrecer -casi diría de improvisar- el enfoque crítico de un libro nuevo, de un autor que se inicia, de una obra que hemos leído con sorpresa porque nos ofrecía un caudal tan imprevisto, una originalidad y un encanto tan peculiares, tan inclasificables”. Hay en Rest una clarísima conciencia de la novedad, de la originalidad de la propuesta de L. Picchetti, que es, además, la propuesta de una jovencísima escritora que irrumpe en la literatura argentina con sus dos únicas novelas. Jaime Rest llega a decir, en esa presentación, que se resiste a llamar “novela” a Los pájaros del bosque, porque “ello significaría restringir su alcance y limitar su vuelo imaginativo”.
Con los elogios, no tardaron en llegar algunas críticas negativas. Es posible que la mayor parte de esas críticas especializadas hayan provenido de los sectores del campo literario ligados a la izquierda, que leyeron en las novelas de Picchetti una literatura, por perspectiva, temática y composición, atada al mundo burgués, sin una perspectiva social de los dramas individuales. Es lo que sucede con una reseña aparecida un año después de la publicación de Pájaros en el bosque en Barrilete, revista de poesía y crítica cultural fundada por Roberto Santoro. Otras críticas, las que no se escribieron, pero las que quizás calaron con más fuerza en Leonor, tuvieron que ver con el conservadurismo de algunos lectores que no pudieron tolerar la audacia imaginativa, la mirada crítica y el erotismo de la escritura de la muy joven escritora. María Eduarda Mirande, en el prólogo a una reedición de 2007 de las novelas, sostiene: «Desde su aparición hacia mediados de los sesenta, las dos novelas de Leonor Picchetti […] han ocupado los lugares más incómodos de algunas bibliotecas familiares: el estante más alto o la fila oculta detrás de magníficos volúmenes que casi nadie lee, sitios fastidiosos reservados para libros intrascendentes o perturbadores. Las novelas de Leonor pertenecen, sin dudas, a la segunda categoría: la de los libros molestos, aquellos que hunden el dedo en la llaga de las sólidas certezas…».
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Definitivamente L. Picchetti pertenece al linaje de las raras de la literatura argentina, de las inclasificables, como Elvira Orphée o como Sara Gallardo, que también publicaron sus mejores novelas por esos años. Orphée publica su primera novela Dos veranos en el año 1956 y Aire tan dulce, en 1966. Sara Gallardo publica Enero en 1958, Pantalones azules en 1963 y Los galgos, los galgos en 1968.
Como Picchetti, Orphée trabaja en sus novelas y cuentos un efecto de lo poético (“Yo nunca había sabido de nadie que viviera con esa necesidad permanente, estado de poesía. Nadie, salvo yo misma”, dijo la autora tucumana en alguna entrevista). Y como Picchetti, Sara Gallardo es también una escritora de hallazgos; una escritora que, de un texto a otro, “muta de estilo”, que jamás es la misma de un texto a otro, una escritora capaz de producir esa novela rara, rarísima, en la literatura argentina que es Eisejuaz. Son escritoras que, pese al reconocimiento que obtuvieron mientras produjeron sus obras o después, sobre todo Sara Gallardo, no dejaron nunca de incomodar. La crítica no supo muy bien qué hacer con ellas. ¿Dónde ubicarlas, qué tradición trazarles, qué diálogos establecer entre ellas y los canónicos de la literatura nacional?
De todas maneras, nuevas operaciones críticas, impulsadas en gran medida por los estudios de género, desde ya hace unas décadas, están revisitando y reconsiderando el canon literario argentino y abordando la producción de escritoras desatendidas por la crítica. Esas intervenciones en el canon -reediciones de textos en colecciones editoriales que rescatan a las escritoras, investigaciones, nuevos proyectos de historiografía literaria- suponen, por supuesto, una modificación de los horizontes de lectura. Muchas de las producciones de escritoras mujeres sobre las que vuelven no habían sido lo suficientemente consideradas y ahora son revisitadas y revalorizadas. Las escritoras que sí habían sido estudiadas son releídas a la luz de nuevas posturas críticas y las olvidadas emergen en un conjunto que les otorga lugar. En ese marco, Leonor Picchetti comienza a ser releída. En el año 2007, el sello jujeño Apóstrofe Ediciones reeditó de manera conjunta, bajo el título Los pájaros del bosque. La palabra mágica: dos novelas cortas, con el prólogo de María Eduarda Mirande, las novelas de Leonor. En 2022, en la colección Escritoras Argentinas, que dirigen M. Teresa Andruetto, Carolina Rossi y Juana Luján, Eduvim lanzó una nueva reedición de las novelas con el título Dos novelas cortas. A las reediciones se suman artículos en los que críticas y escritoras, como Alejandra Nallim y María Teresa Andruetto, abordan las novelas, abriendo un camino importante de valorización. De todas formas, L. Pichetti sigue siendo una rara avis en la literatura argentina. Su escritura, a pesar de los años, del olvido o de las censuras nunca formuladas abiertamente, no ha perdido su potencia inicial. Esa potencia, que tal vez en los años 60 (incluso cuando fue esa una década de innovaciones y revueltas) haya sido un obstáculo para su lectura, hoy puede ser el hallazgo que les permita a los lectores y lectoras encontrarse con la escritora jujeña, joven todavía. Muy joven.

Es Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Salta y Doctora en Humanidades por la Universidad Nacional de Tucumán. Ejerce la docencia y participa de proyectos de investigación sobre la literatura del NOA en la Facultad de Humanidades de la UNSa y en la Facultad Regional Multidisciplinar Tartagal.
Excelente