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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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«Una acción moviliza mi escritura»

Entrevista a Martín Goitea

Por Pablo Toblli |

-En primera instancia, contanos sobre el proceso general de escritura de este libro, Los paisajes interiores. ¿Son cuentos que pertenecen a una intención aleatoria, es decir, son relatos desperdigados o más bien responden a alguna vertebralidad, desde su concepción misma, que permite agruparlos en una obra?

En un posteo en Facebook, hice la comparación de este libro con el disco en vivo de una banda. Tras dos o tres discos de estudio, viene un disco en vivo, en el que se incluyen versiones nuevas de canciones de los discos de estudio, pero también alguna que otra canción inédita. Los seis cuentos que componen Los paisajes interiores ya fueron publicados en alguno de los dos libros anteriores (Habitantes y Las Terminales), o bien en una antología. Sin embargo, todos fueron corregidos y reescritos, en algunos casos el título inclusive. Por otro lado, los dos cuentos más largos, que por su extensión podrían pasar por nouvelles, sí estuvieron pensados como una suerte de díptico. Y ese díptico lleva por título en el rótulo Los paisajes interiores. En el caso de uno de ellos, Pasajero, obtuvo Mención Especial del Jurado en la Bienal 2017 del Consejo Federal de Inversiones. El otro, Suvenir, es un cuento que publiqué hace once años y que lo reescribí, porque nunca me pude despegar de los personajes. Hice dos seminarios de escritura de guion, uno con Adrián Caetano y otro con Alejandro Robino, en ambos casos para ser admitido había que enviar un texto que quisiéramos trabajar como futuro guion, y las dos veces envié ese cuento. Pero mi intención nunca fue escribir un guion, sino que la historia y los personajes me seguían asediando, no me dejaban en paz. Si bien desde la primera versión estaba escrito como si fuera un guion, sentía que el texto aún no había explotado. Espero haberlos conjurado ya, de una vez por todas, jaja. Los otros cuentos los presenté porque los editores creían que podía reeditar algunos, pensado en una suerte de presentación ante un público que no había leído ningún cuento de mi autoría. Tanto jujeños como de otras provincias. Les envié seis cuentos más, quedaron afuera dos.

-Existe en algunos relatos un matiz que podríamos llamar cinematográfico en donde las imágenes fluyen. La particularidad es que este recurso no se resuelve en la ansiedad por el dramatismo, sino que profundiza cierta poesía de las imágenes, como ocurre claramente en el final del primer relato: Suvenir. ¿De dónde te viene esta ambición del trabajo con el espacio?

Bueno, como conté estos seminarios influyeron mucho en mi búsqueda escrituraria. De todas maneras, mis cuentos siempre tuvieron esta característica, los personajes deambulan, se mueven, viajan, no son estáticos ni contemplativos. La acción en un escenario, una acción moviliza mi escritura. Y esa acción está contextualizada, contenida en un paisaje, ya sea urbano o rural.

-¿Se puede pensar que la carga iconográfica/cinematográfica de muchos relatos es una pista para empezar a pensar el título de la obra? En ese sentido, las descripciones condensadas y fugaces del paisaje del Norte argentino son una nota fuerte en el libro.

El título del libro juega con el marketing turístico, los paisajes y la cultura como mercancía ofrecida a compatriotas y mejor aún a extranjeros. Estos personajes tienen una vida interior de abismos, cielos azules y tormentas eléctricas. También de color, claro.

-Me parece que en Los paisajes interiores hay un trabajo con las dicotomías cuerpo/alma, humanidad/animalidad y tensión/levedad de una manera muy sutil. Esto se puede ver en La cura, en donde leemos la presencia del cuerpo que explora la contención sexual y su explosión, lo insondable de un muchacho que se mantiene virgen hasta grande. Sin embargo, cuando todo pareciera naufragar en un hiperrealismo, aparece un elemento fantástico. ¿A qué responde esta necesidad de equilibrar el devenir del relato?

La cura es una apropiación de una leyenda urbana que imagino todas las ciudades deben tener. El fantasma de una mujer joven va a divertirse a un boliche, va a bailar, enamora a un muchacho o a un hombre, a quien lo espanta o le chupa el alma. Me gustó jugar con eso. Pero luego, para revertir la situación, eché mano a una creencia que se llama aikadura, o más bien al procedimiento para revertir la aikadura. Quienes saben sobre estos temas lo explicarían muy bien, yo sólo tomé la idea y la adapté a las necesidades del relato. Después, las lecturas se disparan y me encanta oírlas, jaja. Pero, por otro lado, sabemos que lo terrorífico, lo fantástico y la ciencia ficción, deben partir de una fuerte impronta realista, para después poder romper y desestabilizar aquello cuando irrumpe el elemento que le pondrá la etiqueta del género.

-En el cuento La caverna también aparece la animalidad, en una cierta reivindicación del reino animal, diría. En este punto, el relato nos va conduciendo con cierta angustia de una cacería, pero nunca aparece el golpe bajo de un animal muerto o herido. Me hace acordar un poco a La casa de Asterión, de Borges pero con otro final, menos triste. ¿Coincidís con esto?

Bueno, agradezco la comparación y no puedo dejar de ponerme colorado, jaja. Pero lo mío es mucho menos erudito. Este es otro caso de jugar con un relato oral relacionado a una leyenda o mito rural. Mi hijo, por una tarea escolar, debía entrevistar a un adulto mayor que le contara una historia de su infancia, de suspenso o “de miedo”. Mi suegro le contó sobre la vez que en el monte habían estado cazando pavas, y una de las que habían caído no podían encontrarla. Al parecer, cuando esto sucedía, era mejor olvidarla que seguir buscándola. Y fin de la historia. Pablo Ramos afirma que la realidad es imperfecta, y que, a fines literarios, hay que perfeccionarla, y ahí es cuando aparece la mentira. Yo quise mejorarla un poquito y jugué con eso. Me parece que lo que está muy claro en el cuento es la ambición desmesurada, incontenible, la insaciabilidad. Creo que por eso era mejor no seguir buscando. Hay un cuento de Mariano Quirós que trata un tema similar, se llama Pájaros en la cabeza.

-Con respecto al estilo de escritura, es claro tu gusto por la frase corta. En este aspecto, me parece que te unís a cierta ola de la narrativa joven argentina en general. Pienso en escritores como Federico Falco que cultivan esa reivindicación de la frase corta, contraria a otro momento más “proustiano” de la literatura argentina, encarnado en novelistas como Alan Pauls, con esa frase repleta de subordinadas que te mete en un mapa cognitivo bastante obsesivo. En tu escritura, por el contrario, asistimos una lectura rápida y fluida no por eso menos creativa, con apego a la acción, más que a narradores que lo saben todo y sobrepiensan demasiado.

Más que gusto o preferencia por la frase corta, puedo decir que no soy un estilista, ni podría serlo, tampoco es mi búsqueda. La frase corta me ofrece un mejor control de lo que voy escribiendo, no en el sentido imaginativo, sino en el ordenamiento de las imágenes, de las descripciones. En la época en que escribía Pasajero, leí Un cementerio perfecto. Me gusta Falco, admiro precisamente su armonía, ese equilibrio, la belleza de las descripciones.

-Esta ambición de despojo de ornamentos, de grandilocuencias de la lengua, también se observa en el modo en que terminas muchos de los cuentos, con una final “in media res”, “antihollywood”, sin estridencias. Una vez, un escritor tucumano, que también terminaba así sus novelas, me dijo que en realidad no era por una intención pautada, sino que simplemente “se iba al mazo en el final”. En tu caso, ¿hay una idea prevista de antemano de cómo debe ser la estructura del cuento o simplemente te vas dejando llevar por lo que sugiere la prosa, sin pensar en el final? Te pregunto porque algunos cuentistas sostienen que no se debiera empezar a escribir un cuento si no se tiene una idea esquemática de su estructura.

En mi caso, como Flannery O’Connor, tengo que ver al personaje. También tengo que saber qué desea, y entonces comienza a moverse, va hacia ese objeto de deseo. Después es todo oficio, construir el conflicto, jugar con la estructura, decepcionarse, reescribir. El que busca encuentra. 

Hugo Omar pareciera ser el único cuento que posee una estructura del nudo y el final con cierta preconcepción. Este relato me recuerda a El chico sucio, de Mariana Enríquez, un poco por el estilo pero sobre todo por la temática. Al menos, cuando lo leí, me transmitió mucho vértigo y emociones definidas como tristeza. Comentanos un poco sobre este relato que me parece que se diferencia bastante de los otros.

La creación artística y, en especial la literaria, despreció o subestimó a las leyendas populares del interior. Bueno, este es otro cuento que parte de una leyenda o mito rural o urbano. En este caso El Ucumar, pero mudado a la periferia de una ciudad. A las villas y a los barrios suburbanos los veo como el límite concreto entre la ciudad y el campo, más allá de la injusticia social que pueden representar. Por otro lado, en la calle donde viven mis padres, ocurrió un caso similar al del cuento, un hombre joven que siempre había vivido con la madre se quedó solo luego de la muerte de ella. Se desquició, vivió enajenado, deambulaba por las calles durante el día, sucio y harapiento, le robaron las chapas del techo de la vivienda, los muebles. Unos familiares se apropiaron del terreno y no sigo porque es horrible, lo más bajo de la condición humana. Quizás necesitaba contar esa iniquidad, expresarla de alguna manera, y encontré aristas que se tocaban y salió el cuento.

-Para terminar, a modo de que los lectores te conozcan más, contanos sobre tus influencias literarias o de otras índoles. ¿Qué lecturas te motivaron a escribir y qué estás leyendo actualmente?

Comencé a leer de grande, por lo que me salteé los textos denominados literatura juvenil o de aventuras. Roberto Arlt, Dostoievski, Kafka, Camus, Sartre, Sábato, algo de Cortázar y Borges. Después Dolina, Soriano, Tizón, Haroldo Conti. Hasta que un día descubrí, en una mesa de saldos, Rapado de Martín Rejtman. Esa escritura estaba más cerca de la que yo esbozaba en secreto. Con el tiempo fui abriendo cada vez más mi abanico de lecturas. Los últimos libros que leí son La maldición de Hill House, de Shirley Jackson; Acá el tiempo es otra cosa, de Tomas Downey; Aquí se restauran niños y vírgenes, de Verónica Barbero, It girl, de Diego Puig; releí Bajo este sol tremendo, de Carlos Busqued, y hace un par de días compré La ciudad y la ciudad, de China Mieville.


Martín Goitea nació en 1974 en Pueblo Ledesma, provincia de Jujuy. Escribe desde los 20 años. Obtuvo distintos premios literarios de la Universidad Nacional de Jujuy y la Secretaría de Cultura de la provincia de Jujuy y una mención especial en 2017 de la Bienal Federal del Consejo de Inversiones, categoría novela corta. Sus cuentos fueron publicados en antologías y revistas literarias. Publicó los libros Habitantes (Tres Tercios Ediciones, 2015) y Las Terminales (Fondo Editorial de la Secretaría de Cultura de Jujuy, 2018). Dicta talleres de escritura y de lectura para alimentar la llama que lo ayuda a escribir.

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