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Mirala con alguien que cogés

Ideas y preguntas sobre calenturas en el cine

Por Mariano Roldán Zanotta |

Comer pollo con la mano. El título de la nota era la frase promocional de The Girlfriend Experience (2009), la película de Steven Soderberg sobre una escort girl protagonizada por Sasha Grey, estrella icónica del porno de los últimos años. A pesar de que el afiche la tenía a ella en un primer plano abriendo la boca de forma sugestiva (la boca era la clave de su magnetismo), a mí siempre me calentó, incluso más que la película, aquella frase, esa que invitaba a verla y al mismo tiempo incitaba al polvo posterior. O más seguramente en esta época, a una de esas interrupciones felices del visionado en casa, porque bien sabemos todos que a veces se hace imposible llegar hasta el final. En una de aquellas interrupciones felices una vez me preguntaron si yo había elegido la película para que inevitablemente tengamos que coger. Sin éxito alguno, intenté decir la verdad, la cual era que me gustan los thrillers y quería verla, pero mi argumento no sonaba convincente porque se trataba de “Doble de cuerpo” (Body Double, 1984), un thriller erótico de Brian de Palma, un director con sangre hitckconiana para el suspenso, pero también sangre italiana para las mujeres.

Hitchcock, por su parte, también tenía sangre para la seducción y el sexo en pantalla, solo que pertenece a la época de las prohibiciones y códigos de censura. Una de sus películas más sexuales es “Atrapar a un ladrón” (To Catch a Thief, 1955), que calienta desde la misma exuberancia de su registro en color y en locación real en sur de Francia. Durante gran parte del metraje, asistimos a Grace Kelly intentando levantarse a Cary Grant, ambos bronceados para la eternidad. Cuando llega la esperada secuencia en la que están solos de noche, Hitchcock la resuelve intercalando planos de fuegos artificiales, con los personajes que se van acercando entre sí, a medida que los diálogos aumentan en doble sentido hasta que ya son como chapes en el cuello. Ella le besa los dedos (con los que comieron pollo con la mano en la escena anterior) y finalmente sucede. Se besan. Música. Corta a fuegos artificiales y luego funde a ese negro profundo de la imaginación. Todos sabemos lo que pasó. Lo intuimos como algo glorioso, y por esa misma razón no develado. Sin embargo en la escena siguiente, Hitchcock, perverso, nos regala en una línea la confirmación de todas nuestras fantasías: Kelly le reclama a Grant haberle robado su collar y amenaza con contarle a la policía “todo lo que hizo esta noche”, a lo que Grant responde: “¿Todo?…a ellos les va a encantar escuchar eso.” Siempre me pregunté si las escenas de sexo son necesarias realmente. O más bien, hasta qué punto funcionan de forma orgánica dentro del relato. A menudo me sucede que cuanto más explícito es lo que se muestra, más siento expuesta la falsedad de la representación, y a veces la gratuidad de la misma.

¿Será que sexo es difícil de representar fielmente? ¿Tendrá que ver con el carácter ontológicamente realista de la imagen cinematográfica? Son pocos los talentosos que logran capturar el poder del acto sexual e integrarlo a la trama para que eso nos revele algo de los personajes, o hacerlo parte del nervio de toda la narración y de su estilo, como pueden ser cineastas como Verhoeven, Cronenberg, Ferreri, Pialat o el mismo Polanski. Pareciera ser entonces que cuando hablamos de momentos calientes en el cine, para mí, siguen siendo aquellos que se cuelan sutilmente por cualquier lado, como cuando en The Virgin Suicides (1999), minutos antes del suicidio planificado, Kristen Dunst le desprende el cinto a uno de los jóvenes vecinos y le dice que la espere en el garage, prometiendo algo que ella sabe jamás sucederá. Llevándose a la eternidad, como regocijo final, el tesoro privado del juego de la seducción. ¿Hay algo que caliente más que eso?

Negro con sol. Todo arranca con fuego. Sobre la secuencia de títulos, se anuncia ya un incendio, uno central a la trama y otro a la vez simbólico, un incendio interior que vivirán protagonistas y espectadores. La primera imagen que vemos es de un cuerpo, una espalda transpirada, la de William Hurt, aunque todavía sin rostro para nosotros. Como un indicativo de que antes que nada está la carne. Un cuerpo esbelto de un tipo maduro. Y ese cuerpo está observando desnudo, un incendio a través de una ventana, en una noche calurosa. Claramente un presagio de todo el calor que se viene. Así arranca “Cuerpos calientes” (Body Heat, 1981) la ópera prima (maestra) de Lawrence Kasdan. Un noir, que sin embargo no tiene negro. Tiene noche, pero no ese negro de luces y sombras.

Kasdan decide homenajear al cine negro con una historia arquetípica del género, pero toma la decisión -él es el guionista además- de llevar la acción lejos de la urbe y los suburbios, y centrarla en un pueblito costero, donde el calor se percibe insoportable. Y ese calor se hace palpable, lo vemos en el sol radiante y en la transpiración de los personajes que, además, hablan tanto de eso que ya están hartos de hacerlo.

Hurt (un actor del bien) interpreta un abogado poca monta salido del abc de personajes del cine negro, y como tal, tiene un par de amigos pero deambula solo por la noche. Así, una noche ve Kathleen Turner, una femme fatale salida del mismo infierno. Y desde que la ve, decide ir hacia ella, en una secuencia de levante de las más hermosas y calientes que verán, sobre el muelle de una noche con viento de verano. Como realmente deseo que la vean, no voy a contar demasiado del argumento, sólo lo que importa, y lo interesante de la adaptación del género a otra época y a la luz del día. Porque si en los clásicos noir de los años 40 el sexo quedaba detrás de la trama principal -policial-, y funcionaba como constante juego seducción -pensar en los cigarrillos de Bogart y Bacall en “Tener y no tener” (To Have and Have Not, 1944)-, aquí se vuelve elemento central.

Entrados los 80, una época en donde se puede mostrar, los cuerpos calientes del título toman por asalto el relato. Como si fuese la única respuesta al calor. Como si hubiese que coger sólo porque ya estamos transpirados. La traducción exacta de Body Heat es “calor corporal”, en singular. Y ahora pienso, ¿no es esa la condición esencial del cine negro? ¿un calor interno, una pulsión hacia el movimiento? ¿No son los dos elementos básicos del género, el deseo de tomar por asalto lo ajeno, cumplir la fantasía de la criminalidad y, al mismo tiempo, entregarse a la pasión absoluta por una noche de sexo fatal?. Esos son los elementos que siempre me han atraído fatalmente a ese género. Y Kasdan los une, y decide transfigurar en sexo carnal aquel impulso hacia acción-destrucción que tienen los personajes del noir, y logra ponernos en un estado de excitación constante y nos hace sentir ese viento, ese olor del verano y la transpiración que nos inivita (y yo hago lo mismo) a verla con alguien que cogés. O, como decía efusivamente Al Pacino en Glengarry Glen Ross (1992), a recordar “los grandes polvos de nuestra vida”.


Imagen: Kathleen Turner en «Body Heat» (Lawrence Kasdan, 1981)

2 respuestas a “Mirala con alguien que cogés”

  1. Gustavo dice:

    Yo ultimamente miro solo documentales, pero es un gran consejo el tuyo. Es todo lo contrario al «aquí sí que no se coge» de Lars Von Trier. Hay que volver a los ochenta y ver a esos directores de mentes sucias pero vigilados por la censura. Aguante Perros de paja de Sam Peckinpah!

  2. No voy en TAS, voy en avión dice:

    Hay una escena en Revenge, esa especie de western-narco-romántico-latin kitch de Tony Scott, donde Kevin Costner y Madeleine Stowe exprimen limones juntos en la mesada de la cocina, hasta que el perro de Kevin rompe la onda con sus ladridos…

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