Por Lucas Cosci |
A falta de otra cosa. Exquisito convite de Carlos Virgilio Zurita, artífice de un proyecto poético de originalidad excepcional. Nos invita a su último poemario, publicado a fines de 2021 por Ediciones del Dock y Barco Edita, en coedición. Su título levanta una expresión de la cantera del habla popular: A falta de otra cosa, una pincelada que mezcla óleos de sabia modestia con llana austeridad, solapado pedido de dispensas al lector, por la mesura de la ofrenda. El título habla de una falta. Pero una falta que no es sino una excusa, una licencia. ¿Qué sería entonces el faltante, la “otra cosa” que completa el título? ¿La posibilidad no realizada de una poética del exceso? Lo que falta es la arrogancia de la mediocridad. Carlos Zurita es poeta de toda una vida, sabe de los límites de cualquier propuesta. Entonces, A falta de otra cosa, solo puede acontecer la poesía, sin más.
El autor es sociólogo y poeta, y en su amplia producción coexisten el escritor y el científico social, en una relación que conjuga, a un mismo tiempo, tensiones y fecundas complicidades, de las que ha sabido dar cuentas en su ensayo El sociólogo como escritor de 2015. Tiene algunos poemarios, como Pretérito imperfecto.
Me siento en el deber de recordar que a una edad casi adolescente (menos de veinte años) había publicado un sugestivo poema titulado “Los amantes muertos”, en el número V del mes de mayo de 1962, nada menos que en la mítica Revista Dimensión, editada por Francisco Santucho. También ha sido incluido en antologías ya clásicas de nuestra literatura, como Santiago del Estero, poesía 69 y la conocida Antología de poetas Santiagueños de Alfonso Nassif.
Estamos esta vez ante un exquisito poemario en una edición del mayor cuidado, con imágenes en su interior de Mario Cerón y María Cristina Lamas. El libro lleva un dibujo de tapa firmado con el pseudónimo de Walden, que esconde un nombre conocido en el campo literario y amigo del autor.
Hay indicios de que este libro estaba pensado desde hace ya tiempo. En la edición de 2013 de la Antología de Alfonso Nassif, encontramos en la reseña biográfica de Zurita la mención de un poemario inédito con ese nombre. Sin embargo, el de 2021 prodiga textos de fecha reciente, por lo que es de suponer que, si existió desde un inédito anterior con ese nombre, ha sido reescrito o, cuando menos, completado con poemas nuevos.
En la poética de Carlos Zurita conviven la austeridad y el culto de las formas; lo clásico y lo moderno; la aventura y el orden, diría Borges; tradición y sabia innovación.
Zurita es de aquellos poetas poseedores de una marca de estilo reconocible a la distancia. Su enunciación es directa y llana. Esquiva el rodeo de metáforas intrincadas y giros ostentosos del lenguaje. Se instala en el pliegue de la voz susurrante de las alcobas y de los patios. Lleva a la palabra a una tensión entre la llaneza y la expresividad, en un “falso sencillismo” -como lo llama Rodolfo Godino en el texto de contratapa- que con pocos recursos alcanza para generar una marea de sentido.
Aunque universal en su búsqueda, es esta una poética situada en las estrías de la historia y del suelo santiagueño. Los personajes, los ambientes, las hablas y sus evocaciones se inscriben en la trama de “esta ciudad equinocial”.
Los temas se reparten entre recuerdos, sentimientos, experiencias y ritos de entre casa, semblanzas e historias, siempre historias remotas y recientes de Santiago. Hay una narratividad incoada entre sus versos, que emerge aquí y allá, en busca de la palabra poética que la aloje.
Tres momentos recorren el texto
El primero, “Vueltas de la vida”, quizás las páginas más íntimas, en que se celebra el entorno inmediato de los seres y ambientes cotidianos. El libro se abre con “La espera”, un poema que evoca la incertidumbre de los primeros días del confinamiento, bajo la amenaza de la muerte que acecha insobornable.
Si nunca pude ser el dueño de mi vida
al menos quiero serlo de mi muerte.
El segundo, “Con cierta medida”, recupera la tradición lírica del soneto, e incluye, como un matiz distinguido, un soneto con serventesio, variante poco cultivada de esta especie. La mayoría de ellos dedicados a seres cercanos, amigos y familiares entrañables y a “una compañera de viaje”, presente en toda la travesía.
El tercero, “Otros epitafios del Río dulce”, vuelve a aquella tradición de la poética norteamericana, ensayada por Edgar Lee Master -que el autor ya había visitado otras veces- y cuya magia consiste en devolver la palabra a los muertos: el epitafio. En esta extraordinaria construcción, Zurita le pone palabra al último silencio de hombres y mujeres de nuestra tierra, que nos han dejado hace ya tiempo en una mudez desconcertante. Se percibe un efecto arrollador que se teje con la madeja del silencio; palabras que no fueron dichas, pero que generan resonancias estremecedoras. La voz del desaparecido Armando Archetti, de Bernardo Canal Feijóo, de Emilio Wagner, entre otras quizás menos conocidas -aunque no menos interpelantes-, nos instalan en la melancolía de un pasado irresuelto, siempre pendiente.
Elijo entrar al poemario por una de sus últimas puertas, en este caso me refiero a “África de las Heras, Dama del espionaje (1909-1988)” de “Otros epitafios del Río dulce”, acaso uno de los textos más logrados, en el que se relata el hipotético monólogo de una dama española (conocida con el nombre de África) que ha oficiado de espía soviética y que visita a Santiago como pareja del narrador uruguayo Felisberto Hernández. Un texto de una intensidad narrativa conmovedora, que nos sumerge desde las márgenes del Río Dulce en la textura de aquel mundo que ha quedado tras las ruinas del viejo muro de Berlín. Hay lirismo, hay intriga, hay historia, hay belleza, hay una ficción que juega a abrir un mundo verdadero ante nuestros ojos, en un escenario cercano y familiar.
Entre tantos lugares por donde anduve
también me miré en las aguas del Río Dulce.
Una noche de invierno de 1949
acompañé a mi esposo que debía tocar el piano
en el Petit Palais en Santiago del Estero.
Él era uruguayo y escribía relatos,
nos hospedábamos en el Hotel Savoy.
Se llamaba Felisberto Hernández,
estábamos casados
pero él no sabía por entonces mi verdadero nombre.
A falta de otra cosa, lo mejor. Este poemario coloca a su autor, Carlos Virgilio Zurita, como una de las voces más intensas de la poesía de nuestra región. Celebremos la belleza.
Vive en la provincia de Santiago del Estero. Es doctor en Filosofía por La Universidad Nacional de Córdoba. Docente e investigador en la UNSE y en la UNT. Autor de libros de ficción, entre los que se encuentran Faustino (novela, 2011), La memoria del viento (cuentos, 2012), 1958, estación Gombrowicz (novela, 2015), Ciudad sin Sombras (Novela, 2018); y del ensayo El telar de la Trama. Orestes Di Lullo, narrativa e identidad (2015). Es autor del blog El cuaderno de Asterión, en línea desde el año 2009, donde publica artículos literarios y de actualidad política
Excelente reseña, Lucas. Coincido plenamente con la consideración final sobre Zurita. ¡Muchas gracias!
Yo conocí y mucho valoro la poesía de Carlos Zurita. La conocí en la biblioteca de El Colegio de México por donde parece hace un tiempo anduvo el autor en su rol de sociólogo.
Conozco al autor y a su poesía desde hace medio siglo. Sin duda un innovador del arte de versificar. Conozco también su impecable trayectoria como docente. Se trata de un baluarte de nuestras letras.
Gracias! Hermosa reseña, biselada con objetividad y justicia poética.