Por Gabriel Gómez Saavedra |
Tarea en el lote de la dispersión ésta de encarar una antología de la actual poesía tucumana. Nuestra provincia, en el particular destino y diseño de su espíritu, dio y da recepción al alzamiento, caída, permanencia y discontinuidad de innumerables fuerzas sociales, políticas y estéticas, que han izado una cada vez más ingobernable bandera del eclecticismo. Aquí, la fidelidad a los límites locales, nunca se sostiene sino se detona hacia la convocatoria de lo universal o hacia la pequeña habitación donde germina la intemperie del mundo.
Por lo tanto, y a pesar del nombre de este libro, no podrá cumplirse con el primer punto del reglamento de una riña de gallos: verter a la arena aves en igualdad o muy poca diferencia de peso en onzas. La versatilidad es la única regla posible.
Recurriendo a una personal identificación de carácter generacional, advertimos cómo, a los poetas de mayor edad (Carabelli y Piermarini), se les recuesta al lado el cuerpo del país y continente amputado por el asalto al sueño de las revoluciones; golpe de estado del 76 incluido. El siglo XX, con la cicatriz en forma de hipocresía en medio de la frente, trae su eco a este siglo y, en versos como éstos, lo escuchamos citarse a si mismo:
En mi país
por las cabezas bajas
parece que lloviera
desde antes del diluvio.
y permite que a Dios se le de una chance por volver a ser una necesidad, aunque sea en la forma del poema titulado “La necesidad de lo contingente”:
Un jueves
encontré a Dios en un cineclub.
Era morocha.
De Aries.
El grupo de poetas en continuación etárea a los anteriores (Estefan, Leal, Juri, León, Rojas Paz, Ramos Gatti, etc.) han recibido el cimbronazo arriba mencionado, sin beneficio de inventario, pero sin nostalgia -si se me permite-. Posan los ojos en un presente que, antes de consumirse, intenta explicarse en un diván de psicoanalista recurriendo a los materiales de construcción representativa del Creacionismo e incluso del Ultraísmo, pero permitiéndose la licencia de ignorar el rechazo de estos movimientos a la anécdota y a la lírica, para que la carne del proceso interno del “yo poético” arribe a un realismo aun más descarnado: ubicando al ser humano, y a toda la metafísica de su cerebro y desajustes orgánicos, frente a la enfermedad que es el mundo. Como en una estela de Ricardo Molinari leemos:
huye en el horizonte
la torcida línea del sentido
y queda, sólo queda
la indefinida prolongación del infierno (esa sensación).
o la siguiente dureza en estado sintético: “Y el mundo no pesa más que la mano de un chico sobre los hombros”.
Finalizando con este mecanismo de lector en tránsito, caemos en el último puñado de antologados: los más jóvenes (Rivadeneira, Gabarró, Baca Amenábar, Cecenarro, López Vera, López Alurralde, Sendín y Nacusse). En ellos el entorno psicosocial es un papel que se abolla, se vuelve pelota hechiza y se patea en la cancha de la parodia. Los arqueros goleados son el sistema político moderno, nuestro ineludible Occidente y hasta el barro de los clichés en el que se revuelca el mundillo literario (con considerar el hecho políticamente incorrecto de que muchos de los aquí antologados son sus propios antologadores, basta como muestra). Como particularidad, cabe destacar la siguiente: el recurrimiento en algunos pasajes al mito antiguo, para pedirle ideogramas que los ayude a construir un lenguaje que nombre la coyuntura de la época que les tocó en suerte. Esto no es poca cosa si se considera que el racionalismo del siglo pasado enterró para la poesía —en el cementerio de la técnica— todo mito, religión y los yuyos posteriores y, en constante renovación, que crecieron sobre sus cadáveres: los cánones impuestos por el alimento balanceado de la propaganda política y comercial.
Este paradojal recurso, los inserta involuntariamente —me atrevería a decir— en la coherencia cósmica, que existía en la antigüedad clásica, entre poética, sociedad y política. Pero, como animales que desayunan entre la televisión por cable, Internet y las letras de Solari, Spinetta o Dylan (otra paradoja generacional) y caminan por este ecosistema de presentes inmediatos que parece alimentarse de una sucesión violenta de futuros inacabados, el yo se les manifiesta cantándose a sí mismo y sin poder responderse; sus versos son conscientes de que la noción de la uniformidad colectivista a borrado a la noción de prójimo. Vayan entonces, estos fragmentos como ilustración:
desde que te fuiste, mi amor
no he vuelto a escuchar
la cumbia de nuestros días
o: “No habrá otro espacio de reconocimiento/ ni otras dos oportunidades”.
Para finalizar, cabría señalar, que la característica que comparten estos tres grupos de poetas, está en la casi nula presencia del componente rural a la hora de alimentar sus imágenes; si se encuentran señales del mismo, en este libro actúan como signos útiles para ampliar el sentido de lo urbano. Como si sólo la ciudad industrial fundada por Rimbaud, y su circulo de infierno, fuese lo único que se puede mirar desde los balcones, y a la vez sentir, en lo más ahogante de las fibras, que la poesía como dimensión vaticinante es esa condenada de los textos de “Una temporada en el infierno”; donde la palabra, antes exaltada, debe ser superada por la acción.
Por eso, considero que el mérito de “Reñidero” es el de ser una antología de la acción y, además, de la conciliación de esa acción que estalla desde cada una de las fuerzas estilísticas de los antologados: un agua que quema, porque está en permanente ejecución y desintegración, donde lo supuestamente ya formado, se sigue haciendo sobre un círculo de riña que se ha homogeneizado y corrido de sus formas más identificables y particulares, pero en un dinamismo que siempre tendrá a mano, en un intersticio para la necesidad del poeta, al “caballo diseñado para rozar apenas/ La montaña con su cola”, como reza el poema de Inés Aráoz que abre y prologa el libro.
*Imagen: Reñidero: Antología de poesía tucumana contemporánea, A.A. V.V., Culiquitaca Ediciones, 2012.

Concepción, prov. de Tucumán, 1980. Publicó la plaqueta Huecos (Ediciones Del Té, 2010), y los libros Escorial (Editorial Huesos de Jibia, 2013), Siesta (Ediciones Último Reino, 2018) y Era (Falta Envido Ediciones, 2021). Entre otras distinciones, ganó el Premio Municipal de Literatura San Miguel de Tucumán – Género Poesía (Región N.O.A.) y fue seleccionado por el Fondo Nacional de las Artes como becario del programa Pertenencia: puesta en valor de la diversidad cultural argentina.
Que bueno leer todo lo que se publica en ésta papa online..Me encanta!la papa es toukouman!