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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

Libros Tucumán es una librería especializada en literatura de Tucumán ubicada en Lola Mora 73, Yerba Buena – Tucumán.

 

 

 

 

 

Bitácora de unos días en la montaña

Por Cecilia Vega |

Los valles calchaquíes son un sistema de valles y montañas del noroeste argentino, se extiende por la región centro de la provincia de salta, extremo oeste de la provincia de Tucumán y región noreste de la provincia de Catamarca.

En febrero del 2022, tuve la oportunidad de recorrer parte de estos valles de una manera especial. Luego de un tiempo en Cafayate y una excursión por la quebrada de las conchas, una amiga muy cercana me esperaba en Amaicha para pasar unos días en la casa de su tía. La casa está ubicada a unos metros entrando al costado de la ruta, un tramo antes de la estación de servicio y la rotonda donde se lee Amaicha del valle en letras turquesas, mientras flamea una whipala.

Fue mi primera vez en Amaicha; luego de varias invitaciones por parte de mi amiga, finalmente pudimos coordinar y conocí ese pueblo en la montaña, un lugar de calor seco y viento frio muy especial para ella. Llegué un domingo fresco antes del mediodía, luego de almorzar salimos a caminar por la ruta y el frío de la mañana fue dando paso a un sol brillante y una siesta calurosa. Llegamos al pueblo pasando la rotonda y atravesando un puente que cruza el rio Amaicha. El suelo del lugar es pedregoso y las calles son empinadas e irregulares; aproximadamente quince cuadras separan la casa de su tía de la plaza principal, la mayoría de ellas sobre la ruta. Ahora, al rememorar este camino, me invade un sentimiento de calidez y protección, parecido a lo que escribió Ralph Waldo Emerson: “Estando en medio de la montaña me pareció que nada malo podía sucederme en la vida, ninguna desgracia, ninguna calamidad que la naturaleza no pueda reparar”.

La primera noche en la plaza nos encontramos con una banda tucumana de gira por los valles, hacía frío nuevamente, tomamos unas latas de cerveza y emprendimos la vuelta. Caminando por la ruta oscura y solitaria, mientras alumbrábamos el camino con las linternas de los celulares, miro hacia arriba y me sorprende el cielo más estrellado que vi; mi amiga acostumbrada a verlo todos los veranos no se inmuta mientras yo no podía bajar los ojos a la ruta. La naturaleza no adopta nunca una apariencia humilde.

Esa noche mientras cenábamos la tía nos contó historias de mujeres fantasmas que se aparecen a hombres en Ampimpa, particularmente la de un hombre borracho que una noche tomó un auto hasta San Miguel de Tucumán y en Ampimpa pidió bajarse para orinar; el conductor también se bajó y entre la niebla característica del lugar, el hombre borracho llegó a distinguir una mujer vestida de blanco a la par del conductor que después desapareció entrando a una casa abandonada. Nos contó que la mujer que ronda ese lugar fue abandonada por su novio el día del casamiento y decidió quitarse la vida, parece ser que su fantasma se aparece solamente a hombres y quienes se atrevieron a seguirla quedaron trastornados. Esa noche mi amiga tuvo pesadillas y yo soñé con la montaña.

Las mañanas en la casa se pasaban tomando mate en la galería mirando el paisaje repleto de cactus y cocinando junto con una perrita vecina que se encariñó con la dueña de casa y paso esos días con nosotras, una amiga de verano. Mi amiga me esperaba en Amaicha hace un par de días, si bien ella no nació ahí, su familia es oriunda de Amaicha y de Colalao del Valle, y todos los veranos sube para visitarlos. Este verano esperó a que me dejen de pasada volviendo de Cafayate para ir juntas al cementerio de la comunidad donde, entre otros familiares, esta su madre. Caminamos el mismo trayecto por la ruta hasta la plaza y doblando en la esquina donde venden el famoso “pan flor” continuamos por un camino empinado bajo el sol de la siesta hasta un río seco. Pidiendo direcciones entramos dos cuadras siguiendo el rio y salimos a la entrada del cementerio, un cementerio chico de montaña al borde del río compuesto por capillas y mausoleos con ofrendas de flores artificiales. Mi amiga llevaba una corona, la colocamos abrazando la cruz y salimos a sentarnos en el puente sobre el río. Fue su primera vez yendo al cementerio a visitar a su mamá y yo me sentí agradecida y conmovida de haber podido acompañarla. Sentadas en el puente, reflexionaba sobre cómo esta pequeña andanza fortaleció nuestro vinculo, cerrando un 2021 tempestuoso y prometiéndonos un 2022 pacifico como el aire de montaña.

El valle calchaquí recibe su nombre de los nativos calchaquíes quienes se asentaron en la zona y desarrollaron una gran variedad de culturas; en Amaicha se encontraba el grupo Diaguita-calchaquí, lo que supone que la comunidad sigue manteniendo sus instituciones ancestrales. Yendo al cementerio con mi amiga pasamos por la sede del consejo de ancianos; ese mismo día vistamos el Museo de la Pachamama que se encuentra sobre la ruta 40 y fue diseñado por el artista Héctor Cruz. Lo más hermoso del museo es su patio y sus miradores que ofrecen una vista privilegiada del rio y los cerritos que abrazan la localidad.

El museo está dividido en varias salas dedicadas a la cultura e historia del pueblo Diaguita-Calchaquí. Las salas que conforman el museo son: la sala geológica y la sala antropológica, donde además me encontré con pinturas del artista tucumano Víctor Quiroga; la Pachamama o madre tierra tiene un lugar protagónico en el pueblo y sus habitantes, es la deidad más importante de los pueblos andinos. Por distintas zonas de Amaicha me tope con apachetas (en el museo hay una reproducción) que son altares de piedra donde se venera a la Pachamama y los viajeros ofrendan a la divinidad repitiendo: Pachamamakusiya, kusiya (Madre Tierra ayúdame, ayúdame).

El ultimo día hicimos una pequeña excursión antes de que el auto pase a buscarnos para volver: fuimos caminando hasta el rio, en el camino nos topamos con unos mochileros que después de un tiempo en Amaicha, seguían su camino haciendo dedo a Cafayate. Cuando nos tocó volver y después de una pequeña experiencia de conexión con la naturaleza, solo podía pensar en los últimos versos del poema de Juan L. Ortiz:

(…) en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, ¡me atravesaba un río!

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