Por Samuel Cortéz |
Y por fin, casi un año después, ¡volvimos al teatro! Con todos los protocolos y restricciones necesarias para la ocasión, con salas en capacidad reducida y con altísimas urgencias económicas para el sector… pero volvimos.
Volver a transitar la materialidad de los espacios donde se realiza una actividad tan vieja como trabajar con el propio cuerpo y tan efímera como un monologo, que por más que el actor intente repetir nunca será idéntico al de la función posterior, recuerda todo lo que el convivio del que habla Jorge Dubatti (“reunión de artistas, técnicos y espectadores en una encrucijada territorial y temporal”) le aporta al teatro hasta el punto de volverse un elemento identitario y compositivo. Es que el valor del convivio no solo opera en la afirmación de lo aurático del teatro y de su misticismo, sino que lo condiciona en sus posibilidades estéticas y de lenguaje. El espectador no solo consume la historia (el cuentito) que la puesta relata, o la idea que se nos cuenta; asiste además al avisaje de una destreza, la del actor. A su intento (tan seriamente ridículo) de elevarse sobre el resto un instante para ser, actuar y habitar otra realidad, realidad fragmentada, pintada con otra paleta, desordenada, metafórica y portante, por ende, de una sustancialidad poética singular. Por eso hay públicos de actores que buscan las obras donde está aquel en particular, del que se quedaron hablando mientras traen la pinta de cerveza, todavía una hora después de terminada la función. La visión de la musculatura, de sus secreciones, de la transpiración, de toda la fisiología del actor y de éste como parte integral del espacio de puesta, es una visión que dibuja los contornos del que actúa con un lápiz erotizante. El actor lo sabe, lo siente y lo desea, profundamente lo desea cada instante que está arriba del escenario, de ahí una hipervaloración del punto de vista, del público y su presencia.
A lo largo de la pandemia en la provincia pudimos asistir, virtualmente obvio, a toda una serie de transmisiones en vivo, obras grabadas y subidas, cortos artesanalmente editados y talleres de actuación vía zoom. Heterogéneos intentos por hablar y componer un tercer lenguaje (no el del teatro ni el del audiovisual) desde donde poder habitar y defender la actuación como un valor en sí mismo. Y me centro principalmente en la actuación y los actores porque no siempre el público acompañó las propuestas. Aún ante el exceso, casi ansiógeno, de tiempo libre que abrió la cotidianeidad pandémica, no siempre las propuestas que se dieron en nuestra provincia terminaron de ser acompañadas por un público que muestre avidez exultante por un consumo de estas nuevas propuestas. Difícil tarea la de entretener y competir (si es que es posible tal competencia) con monstruos de la pantalla que ya dominaban el espacio de la virtualidad. La pandemia lo inundó todo y terminó sacando a flote las ya históricas condiciones precarias de los hacedores de teatro de la provincia. Sin embargo, ante esto los mismos trabajadores y más en particular los actores y actrices esbozaron muestras de salubridad en la escena provincial.
A los pocos días de empezar a aclimatarnos al contexto de encierro y a la precaución ante el cuerpo del otro, ya en la provincia hubo muestras de un replanteo, un no apichonamiento ante la marea de malas expectativas que traían las puertas de las salas cerradas. Voy a tomar solo algunos ejemplos de lo mismo.
Una de las primeras expresiones casi inmediatas de que el teatro no podía quedarse de brazos cruzados, la tuvo la oferta del actor Sergio Dominguez quien, rápido de reflejos, montó una puesta que transmitía en vivo fragmentos de obras anteriores, con una buena transmisión en cuanto a soporte técnico y con perspectiva de leve rentabilidad por acercamiento de una gorra virtual. El intento se hizo cuando todavía se podían ver obras filmadas y subidas y sobre todo música por transmisiones en vivo sin pagar. En esta primera etapa de gratuidad la propuesta del actor no pudo llenar demasiado la gorra, pero lejos de tirar los ánimos al piso llevo al interprete a preguntar entre sus colegas sobre cómo sobrevivir si la pandemia se extendía. Con esta pregunta sobre los medios para sobrevivir (la más urgente de las preguntas) se inauguró toda una catarata de dudas, intentos de responderlas y nuevas dudas sobre la actividad teatral.
Quienes en la provincia asumieron una posición de enorme riesgo y plena honestidad, con una impronta ética e ideológica propia e histórica del grupo, fueron las Manojo de Calles, que a través de pequeños cortos grabados de apenas unos segundos, nos hicieron parte de sus preguntas, de su defensa de la actuación como lugar de inciertos y no de afirmaciones, mostraron su proceso de investigación, el laboratorio de la actuación, lugar donde impera antes el proceso de búsqueda que el producto en sí mismo y donde muchas veces éste es más un accidente del que hacerse cargo que un lugar de llegada, con la intranquilidad subjetiva que eso supone para el actor.
Las preguntas sobre qué hacer en el contexto de la pandemia, con el correr de los meses fueron creciendo y creciendo hasta que un día incluso llegaron a tocar la puerta del teatro estable. Ahí donde rara vez vemos alguna obra que no tenga un mínimo de ciento cincuenta años y donde la actuación aparece las más de las veces entre los huecos marginales de la representación; incluso ahí donde su nombre define gran parte de su acontecer: “ESTABLE”, se coló un no saber qué hacer, sembrando una urgencia donde todo parecía quietud. Una parte del grupo apeló a un repliegue a los tiempos anteriores y se pudo escuchar radioteatro en la provincia, pero otra parte del Estable convoco a directores más jóvenes, no pertenecientes a circuitos tan quietos. Se vieron videos cortos con tonos de actuación poco habituales en las tablas grandes. Un retorno al naturalismo y a cierta actuación autobiográfica con tintes pedagógicos. En un mundo de pandemia donde hay héroes y antihéroes, giros narrativos descabellados y teorías conspiratorias de toda forma y tamaño, capaz la puesta del estable no fue la más acertada a la hora de cumplir con la premisa primaria de convocar al público ya que las experiencias personales y sus historias quedaban cortas ante lo avasallante de la narrativa de la realidad, circunscribiendo la actuación a límites emocionales y no a su mirada poetizada sobre la existencia. Sin embargo esto fue una verdadera sorpresa. Que ese viejo de voz colocada, tan seguro en su melancolía del pasado –que es el teatro estable- dialogue con nuevas generaciones de directores, actrices y actores era algo necesario para devolverle vitalidad y frescura. Celebrable intercambio que ojalá se profundice y desarrolle aún más este año.
Estos son solo algunos ejemplos que me dan la idea de una serie de puntos de salud en la anatomía del teatro de la provincia. El virus enfermó al teatro severamente, de eso no hay dudas, pero permitió a los realizadores instalar y descargar la incertidumbre (con su cuota paranoide) en el centro preciso de la producción. Las preguntas que se abrieron permitieron un acercamiento a las bases, a la exploración del devenir del acontecimiento de la pura actuación. Esto inevitablemente traerá efectos y con ellos seguramente nuevas dudas en el plano formal, estético e ideológico. ¿Se verán proliferar monólogos para evitar tantos cuerpos en escena? ¿Cómo se actuará? ¿Volverán estilos más grandilocuentes para poder montar obras en espacios abiertos o salas grandes? ¿Aparecerán lenguajes que combinen la presencialidad y la virtualidad? ¿Será teatral o solo experiencias de actuación aisladas? Muchísimas y muchísimas incógnitas que ojalá desborden la atención de los espectadores al momento de volver a acomodarse en una butaca, dirigir la mirada a donde empieza a iluminar un cenital tenue y sorprenderse al ver un cuerpo explotando en deseo.
(1989, Tucumán). Psicólogo. Actor. Espectador asiduo.