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ISSN 2684-0626

 

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Cine, tucumano y de género

Por Ignacio Ortiz |

En el año 2021 Bernabé Quiroga, realizador y docente de la escuela de cine, publicó en La Gaceta un artículo llamado “Abrir puertas y miradas”, en el que problematiza el término “Nuevo cine tucumano”. Explica en él que el término acuña a un conjunto selecto de producciones de la provincia cuyas características son la seriedad y el planteo crítico sobre la política y la sociedad. Luego explica que la etiqueta no benefició a todas las producciones de la misma forma, que algunas de ellas quedaron invisibilizadas: las de género, las de otros temas y, consecuentemente, las de otras sensibilidades.

Bernabé Quiroga se ha dedicado al desarrollo de producciones de cine de género, como Carla vs el corazón de mi mejor amigo (2018), así como a la proyección de ciclos de cine de terror y la concientización de las posibilidades de este tipo de cine. Entre estas, se encuentra la página Cine tucumano de género, una plataforma donde acceder a las producciones que se realizan en la provincia que exploran las diferentes posibilidades que el género propone, así como la experimentación formal. De allí extraje los siguientes tres cortometrajes reseñados, donde Quiroga está directa o indirectamente implicado: director de Tucumán: sinfonía de una ciudad escondida; proyeccionista de Piel de Gallina (Martina Santilli) y tutor de trabajo final de tecnicatura de La balada de la sobreviviente (Esteban Cortez).

Tucumán: sinfonía de una ciudad escondida

¿A dónde van los fantasmas cuando las casas desaparecen? Es la pregunta que se hace este cortometraje de los directores Bernabé Quiroga y Sergio Olivera.

Esta historia trata de una bruja cuidadora que camina por las calles de Tucumán visitando y curando a los fantasmas. El problema radica en que los fantasmas están desapareciendo debido a los cambios arquitectónicos que recibe la ciudad, porque ¿en qué otro lugar pueden vivir los fantasmas sino en edificios abandonados? Ya que “¿Qué es un fantasma? Un evento terrible condenado a repetirse una y otra vez, un instante de dolor, quizá algo muerto que parece por momentos vivo aún, un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar”, dijo Guillermo del Toro en su película de terror El Espinazo del Diablo (2001), realizador que me atrevería a decir que es una gran inspiración para esta dupla de directores tucumanos.

Una característica inherente de la urbe es la velocidad con la que cambia, algo que también se puede ver en las sinfonías de ciudad a las que aluden los directores. Las casas, las fábricas, los negocios, todo desaparece, todo se transforma y consecuentemente, se olvida. Nicolás Casullo decía que los fantasmas son fuerzas del pasado que se hacen presente y que habitan en espacios con historia, pero ¿Qué sucede con los edificios que desaparecen sin dejar ningún rastro?

Los fantasmas son ecos del pasado, como los ruidos que escucha Jessica en Memoria (Apichatpong Weerasethakul, 2021), pero es porque los lugares generan su propia memoria. Quiroga y Olivera demuestran en la sinfonía de ciudad de Tucumán que los rastros de pasado pueden desaparecer al ritmo en que la ciudad cambia.

La puesta en escena del cortometraje es opresiva, desprovista de esperanza, lo que refleja esa realidad, al contrario de las grandes sinfonías de ciudad que datan de principios de la historia del cine. El ritmo, los planos, resultan más lentos, más apagados, separándose taxativamente de un elemento muy importante de las sinfonías de ciudad: cuando uno ve, por ejemplo Berlín, sinfonía de una gran ciudad, se encuentra ante la euforia de la ciudad, las construcciones, los avances de la industria y la tecnocracia moderna; mientras que en Tucumán se ven los lúgubres lugares derruidos por esta tecnología. Tucumán: sinfonía de una ciudad escondida es un relato triste, que, sin embargo es, a su vez, el espacio para una historia de reencuentro. La pequeña historia en la que interviene la guardiana, sobre el encuentro entre dos personas distanciadas por la gran ciudad, es el único rayo de esperanza que tiene Tucumán, que nos recuerda que no importa lo pedregoso que se vea el camino, puede haber un poco de color pese al desconsuelo.

La balada de la sobreviviente

Este cortometraje de tecnicatura de la escuela de cine trata sobre el apocalipsis, donde queda una sola superviviente, quien despierta en una cama de hospital en un mundo donde está completamente sola.

Si la premisa suena parecida a algo, es porque, bueno, sus referencias son claras: el cine de apocalipsis de Estados Unidos. El ejemplo más próximo con un comienzo similar, que supongo que a la mayoría de las personas le será conocido, es The Walking Dead (Frank Darabont, 2010-2022). Luego de esa escena, procede a construir un universo con las lógicas de las películas apocalípticas de la meca del cine comercial. Sucede ahí una dislocación espacial y temporal que puede llamar mucho la atención del espectador ya que dentro del plano confluye la plaza Belgrano y un diario en el suelo; las peatonales del centro y la protagonista con una radio; la ciudad de San Miguel de Tucumán, la bicicleta y la guitarra acústica.

En la primera parte el corto resulta un poco insípido de esa forma, pero en la segunda se pone interesante. En un principio intenta construir la idea de que ella está bajo vigilancia, aunque no de forma clara y tampoco sabiendo quién lo hace, pero después esta se vuelve una señal ominosa. Cuando esto sucede el cortometraje comienza a manejar grandes niveles de tensión y suspenso por una amenaza engorrosa, pero que hace temblar. Acá la actuación de Eleonora Cohen Imach toma las riendas de la película cuando antes era el conjunto de situaciones que se daban una detrás de la otra. Es decir, la película avanzaba por el arte mismo de avanzar, pero en un momento ella toma la película y la hace suya.

Otra cosa encomiable de la balada de la sobreviviente es el contexto de producción. Es una película que necesitaba una San Miguel de Tucumán vacía, justamente por la historia. El equipo de producción consiguió este logro de tener una ciudad con tanto movimiento absolutamente vacía aprovechando el momento de la pandemia. El Covid llevó a todos al aislamiento y vació las calles de la ciudad, lo que el equipo aprovechó para mostrar el apocalipsis. De esta forma, la balada se convierte en dos cosas: una reflexión sobre la soledad de la protagonista que es a su vez la reflexión de la soledad de todos en el aislamiento (porque la soledad puede tener el tamaño de una habitación o del planeta entero, pero uno sigue estando solo) y segundo, se convierte en un documento vivo de cómo se veía la ciudad durante nuestro propio apocalipsis.

Piel de gallina

Lucrecia Martel sostiene que la construcción estilística del Rey Muerto (1995) usa el montaje como si se tratara de la reconstrucción de la memoria, a través de los cortes, los detalles, comprenden sensaciones, texturas y recuerdos.

El cortometraje de Martina Santilli trabaja bajo estos parámetros, revisitando de una forma sutil y perturbadora una leyenda rural. La historia trata de dos hermanas, Camila y Belén, que viven en el campo y una de ellas encuentra una gallina que dentro suyo está el espíritu del pombero.

La secuencia con la que abre el corto tiene unas reminiscencias bastante claras a un director cuya puesta en escena se resuelve en chocar al espectador, Lars Von Trier. Melancolía (2011) abre contándonos de manera metafórica cuál va a ser el final fatídico del largometraje, para luego pasar al verdadero inicio. Piel de Gallina abre de forma similar y luego comienza otra vez cuando las dos hermanas se quedan solas porque la madre se va. Ellas se dedican a jugar de forma muy inocente a cosas de adultos, como fumar o repetir líneas de películas para adultos, de una forma tan fragmentada que parecen impresiones sueltas de la memoria de los personajes. Hasta que la más pequeña de las hermanas, Belén, mete la gallina a la casa. En ese momento, la película toma un elemento del montaje de Von Trier que es muy importante, el corte sobre plano, que inquieta al espectador. La película se rompe y a través de esa grieta ingresa la maldad.

El Pombero es una criatura del folklore argentino que desaparece a los niños que no duermen la siesta, viola a las mujeres que le atraen y castiga a las infieles. Santilli sutilmente utiliza el montaje para generar una analogía entre esta gallina y una figura masculina cuyas intenciones son ambiguas, pero que significan un peligro para las hermanas. Ahora ellas tienen que deshacerse del espíritu antes de que lo más terrible pueda pasarles, que el control de este “hombre” sobre las niñas termine en una calamidad. Calamidad que no es otra cosa más que un conjunto de imágenes engorrosas y oníricas, que dejan mucho a la imaginación del espectador. Santilli sugiere la existencia de un monstruo, pero el monstruo puede ser mucho más cercano de lo que parece.

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