Reseña de Cronicario, de Roberto Reynoso (Edunt, 2017). Con prólogo de Mirta Hillen e ilustraciones de Ernesto Dumit.
Por Marcelo Martino |
Es difícil reseñar un libro cuando su prólogo dice tanto y tan bien, cuando el o la prologuista ha hecho suyo el texto encomendado, lo ha leído, releído, ha formulado certeras conjeturas sobre sus sentidos y trazado laboriosos mapas para transitarlo. Tal es el caso del prólogo del poemario de Reynoso, a cargo de Mirta Hillen. Su título, aventura la prologuista, es “una perfecta simbiosis entre crónica y poemario”, y se vincula al mismo tiempo con el significado de la palabra cronicario en italiano, “hospital de enfermos crónicos”. Aquí tenemos, justifica Hillen su propuesta de lectura, un relato ordenado temporalmente “de su propia historia
[la de Reynoso]
y de la colectiva de un grupo de jóvenes en Tucumán desde el Operativo Independencia (1975) hasta el final de la Dictadura (1983)”, período que no puede ser sino caracterizado como “esa larga pesadumbre nacional incurable”.
Por los versos de Cronicario y la dedicatoria de cada poema transitan las figuras de esta tragedia, en sus distintos roles: los verdugos, lxs desaparecidxs, lxs sobrevivientes con su trauma a cuesta, lxs caídxs, los seres queridos de lxs caídos, lxs exiliadxs. Figuras que se actualizan y toman cuerpo mediante una retórica bélica, de lucha, de armas y de bajas, de resistencia, pero una retórica articulada desde una mirada que sabe bien que aquí hubo un solo demonio, devastador y sistemático en su crueldad, que se llevó vidas, recuerdos, utopías, identidades. En función de esa retórica es que podemos vincular estos poemas con los romances de la Guerra Civil española. En sus versos Reynoso entona la epopeya de la derrota, sin que ello implique que el pesimismo lo impregne todo. Ya desde los epígrafes iniciales despunta la esperanza, se apuesta por la fe (“Uno sigue creyendo más allá de la ausencia”, Julio César Campopiano) y se vislumbra el amor más allá del “dolor de los huesos del alma” (Rosana Giribaldi). La ausencia, la muerte y la enfermedad, es verdad, atraviesan la médula de cada palabra de Cronicario (“lo ausente va por dentro / (…) / significándose de enfermos”), pero también la voluntad de recordar, de registrarlo todo para poder seguir creyendo, para vencer la ausencia evidenciándola, juntar los restos y continuar sobreviviendo (“y bramo / atrueno / voceo / resueno / si por estrategias / del silencio / las palabras nos dejan / de nombrar”). En este sentido, me hago eco de las palabras que, con envidiable capacidad de síntesis, escribe Gabriel Gómez Saavedra a propósito de una selección de textos del poeta publicada en esta revista: “Los poemas de Roberto Reynoso nos llevan a la patria donde la pared de la muerte se escribe con la piedra de los vacíos; piedra que luego se ata al cuello, para observar en la marca que deja, cuánto hemos crecido bajo los huesos luminosos de los que nos sostienen la memoria”.[1]
En
el gesto comprometido con el dolor de lxs otrxs porque es también el mío, en
ese rescate memorioso de lxs caídxs reside la belleza del poemario. Una belleza
fragmentada, que no ha salido ilesa, y que remite a la del Guernica, de
Picasso. Ha caído una bomba sobre estos versos, que ha descalabrado su gramática
y desajustado su sintaxis, y los ha obligado a buscar formas y sentidos nuevos,
refugios inéditos, que los ha dejado atónitos ante tanto horror inesperado pero
que, sin embargo, no los ha paralizado, sino que, por el contrario, los ha
movilizado para, en su calidad de fragmentos y piezas incompletas, continuar
recordando persistentemente a los miembros ausentes, tan salvajemente amputados.
[1] https://lapapa.online/poemas-de-roberto-reynoso/

Marcelo Martino es docente en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán e investigador del CONICET. Publicó el poemario Remota cercanía, en coautoría con Ariel Martino (Ediciones del Dock, 2018).