Por Cecilia Rocabado |
Escucho.
Una pregunta sencilla en un aula: ¿cuántos libros de literatura del NOA hay en tu biblioteca?[1]
Silencios. Respuestas dubitativas. Miradas incómodas.
En estos otros inicios, pienso en cómo un interrogante así puede diseminar reflexiones.
Pienso en los libros, pienso en el “Día del Libro”, en las efemérides, los calendarios, los recordatorios…
Luego, pienso en los libros que recomiendo, en los que me recomiendan, en los que perdí, presté, en los que regalé, en los que me regalaron. Recuerdo aquellos que llegaron de modo aparentemente casual, esos que me dieron respuestas y abrigo, y también nuevas preguntas.
Pienso en cómo un objeto puede brindar tanta felicidad, creo que no es el objeto sino la música que infunde. Y entonces escucho todo un concierto de voces, algunas difusas. Recuerdo unos versos del Flaco[2] “la memoria me resulta complicada, no me acuerdo ni de las cosas que leí…”. Elijo afinar la mirada.
Entiendo cómo otras formas de escribir, de leer y de publicar van tensionando abordajes. Vuelvo a cuestionar la idea de canon literario, incluyendo más voces, modos escriturarios que experimentan con el lenguaje y con las formas; modos de leer que no incluyen exclusivamente el libro impreso; modos de divulgar la palabra que pregonan otros soportes y otros formatos. Es en este sentido que observo, cómo tenemos internalizadas ciertas maneras de apreciación y valorización, cómo el empleo de ciertas categorías “académicamente aceptables” contaminan opiniones. ¿Es posible decir sin citar?
Reviso con premura mis bibliotecas, las que llevo conmigo, las que reconozco cuando una palabra o una imagen me actualizan su existencia, las que quisiera encontrar, también. Me pregunto, ¿qué queda afuera? ¿Quiénes constituyen mis “clásicos” y mis “clásicas”? ¿Por quiénes son habitadas?
Encuentro revistas, folletos, comics, fanzines, libros famosos, libros-objeto, libros “artesanales”, libros de editoriales independientes, libros digitales. Me sorprendo con los títulos, las texturas, los envoltorios que todavía conservo, el aparente desorden, los colores de las lapiceras, los señaladores improvisados.
Encuentro en esa búsqueda, escritoras y escritores del NOA, me pregunto desde hace cuánto están. Veo una Hoja[3], atesoro los sonidos de las Trompetas[4], recuerdo otros nombres (no confío en mi memoria), me siento en los entrañables pasillos de Filo[5], de hace más o menos 20 años.
Encuentro también otros nombres, rememoro charlas con amigas y amigos en bares, los cafés literarios, la primera (¿y única?) vez que leí algo en ese mítico bar de la calle Laprida[6] de San Miguel de Tucumán. La circulación de la palabra, entre brindis y brindis. La fiesta que continúa en otros escenarios. Lo vivo del compartir, del escuchar, del decir.
Me reconozco ahora, con la misma avidez y curiosidad, con la misma certeza de todo lo que me falta leer, lo que me falta conocer. Entiendo que estoy en un lugar de privilegios, con lo deseable a mano y, de vuelta en mi Jujuy natal, acompañada de otras personas que generosamente posibilitan fértiles espacios de crecimiento.
Resulta así, ineludible pensar en las matrices de mi formación, en las jaulas epistémicas, en el corsé académico, en las estructuras, en los intersticios de liberación, en las deconstrucciones necesarias. De otro modo, no estaría escribiendo en una revista ¿literaria?
Regreso a los libros, al campo literario del NOA ampliado, a las fronteras porosas que no trazan separaciones sino que invitan al encuentro y son auspiciosas. Fronteras donde diversas subjetividades confluyen problematizando y complejizando lo puramente literario (esa discusión para otra ocasión), espacios donde el hacer está, muy afortunadamente, presente. En ese universo, compuesto por musicales y diversos acordes, es imperiosa la pregunta “¿Cuántos libros de literatura del NOA hay en tu biblioteca?” para conocerlos, para mirarnos al espejo de nuestros propios prejuicios, para abogar por la difusión de nuestras y nuestros artistas, para situarnos en otros saberes, para descubrir otros goces y disfrutes, para ampliar nuestros mundos, para seguir siendo móviles, inabarcables e interminables como esas otras bibliotecas.
[1] Interrogante planteado cada año por la Dra. Alejandra Nallim en la primera clase de Literatura del NOA de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la provincia de Jujuy.
[2] Versos de la canción “La búsqueda de la estrella” de Luis Alberto Spinetta.
[3] La Hoja fue una publicación literaria, elaborada por Guido Mossé.
[4] “Trompetas Completas” fue una importante revista cultural tucumana.
[5] Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán.
[6] Pangea.
Imagen: Ana Cabrera
Nació en Jujuy, en octubre de 1981 y vivió 18 años en San Miguel de Tucumán, donde estudió y trabajó en distintas instituciones. Profesora y Licenciada en Letras (UNT), retornó a su provincia natal en enero de 2019. Actualmente, es docente de Nivel Superior y realiza trabajos de investigación en la FHyCS de la UNJu. Además, promueve y distribuye libros de La Papa y Edunt en Jujuy.