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ISSN 2684-0626

 

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Días de barro

Por Angel Ramón |

Cuando leí el primer libro de Miguel “El color de las cosas simples” quedé tan encantado que no tuve más opción que perseguirlo hasta que nos hicimos amigos. Acoso dirán algunos, admiración fogosa voy a decir yo. Y es que no es para menos, cuando cerré ese libro me quedó una mezcla de sensaciones: tristeza, nostalgia, ternura, dolor, alegría. Ahí lo bautice como el “planta de naranja lima siglo XXI, versión tucumana”.

Sucede que no es posible no identificarse con los cuentos ahí plasmados si sos hijo/a de obreras/os, estudiante de la pública, hincha del villero (el equipo más glorioso de Tucumán). Hay sutilezas en esos cuentos con los que la gran mayoría de los latinoamericanos se identificará: el mate compartido, el volantín, los partidos a muerte en la canchita, la chica más linda de la escuela o del barrio (esa, la inalcanzable que tiene dos uniformes y siempre llega en auto o en transporte escolar).

Miguel le escribe al hueso de la América negra, a la olla popular, a la esperanza, a los surcos de barro en una carita redonda cuando los reyes magos pasan de largo sin tocar la puerta, a la gloriosa miga de la tortilla gruesa que te brinda la escuela (pública y gratuita como Dios manda), a la ternura disfrazada de pasión. Al fuego, al fuego que nos quema en las entrañas y nos lleva a pulsearle centímetro a centímetro, “retazos de sueños a esta vida amarreta”.

Con semejantes papeles es lógico imaginar las expectativas que tenía puestas en este segundo libro.

Debo decir que las superó con creces: son 24 relatos que te besan la frente, te palmean el hombro y te puñetean la cara, aunque en breve voy a tirar un palito. Puedo decir que estamos frente al “Vamos a calentar el sol siglo XXI, versión tucumana”. No sabemos si estamos frente a un súper ventas, porque el éxito no se mide en dinero sino en cómo nos cala el alma a los que tuvimos la fortuna de disfrutar su literatura (dato de color: el primero llegó a las 6 reediciones).

Lo cierto es que aquellas personas que se animen a leerlo se van a encontrar con un Miguel más grande, más nostálgico, más cansado por momentos y, como contracara, mucho más esperanzado y tierno, porque a la realidad se la combate con fantasías y sueños y, de eso, los que caminamos el barro, sabemos un montón.

Este libro huele a tango, a mate cocido, a viveza criolla (que mucho tiene de desesperación como decía Fontanarrosa), a dolores que se están cerrando.

No me animo a decir que estos cuentos son una biografía del Negro pues, en ese caso, no me sentiría interpelado o dibujado en esas líneas, pero casi…

Vale decir que sumergirse en este libro es volver a la niñez, pasear nuestra adolescencia, abrazar nuestra adultez y añorar la vejez. Es un pase hermoso, triste por momentos e inevitable: ¿qué mejor que hacerlo con un libro?

Por último, el palo prometido: claramente me devoré mi ejemplar en dos días (lo tengo hasta en mi foto de perfil del face) pero me quedó el regusto amargo de no encontrar un cuento hermoso que el señor Santillán (en estos momentos es menester poner distancia ante la traición) subió en sus redes cuando inició la cuarentena. Los que no lo leyeron no lo sentirán, los que sí, seguro compartimos la molestia y la secreta esperanza de que sólo sea el pie de espera a un tercer libro.

Una respuesta a “Días de barro”

  1. Luis dice:

    Es un hermoso libro, realmente conmovedor

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