Por Soledad Martínez Zuccardi |
Hay en los últimos años una bienvenida proliferación de libros de poesía y narrativa editados en Tucumán. Pienso en la labor de pequeñas editoriales independientes como Gerania, Minibus, Trompetas, La aguja de Buffon, Culiquitaca, Tucumán escribe, Falta envido, o la misma La Papa que ha incursionado en la edición digital durante 2020 y está a punto de publicar su primera edición en papel de El puente. Cuentos de autores tucumanos, compilado por Fabián Soberón. Pienso también en editoriales institucionales, de ya larga trayectoria y que últimamente han publicado libros importantes de autores tucumanos como, por dar sólo algunos ejemplos, las obras poéticas de Hugo Foguet, Juan González, María Elvira Juárez por el sello Humanitas de la Facultad de Filosofía y Letras, o las muy recientes de Inés Aráoz y Arturo Álvarez Sosa por Edunt, el sello de la Universidad Nacional de Tucumán.
Me gustaría remontarme a un momento liminar en esta tradición de editar literatura en la provincia. Desde la introducción de la imprenta en Tucumán –en 1817, por acción de Manuel Belgrano– se editan tempranamente periódicos, folletos, algunos libros. Claro que la publicación de obras específicamente literarias vendría después. Se dice que los primeros poemarios aparecidos por aquí serían Las edades de Víctor Toledo Pimentel (1908) y El poema del agua de Manuel Lizondo Borda (1909). Pero hasta la década de 1940 la publicación de libros –predominan los de poesía– es más bien aislada, y asumida individualmente por los propios autores, como sugiere Vicente Billone en su estudio sobre la actividad poética de Tucumán.
Esta situación parece cambiar con las publicaciones de La Carpa, grupo de escritores y artistas del noroeste argentino (Raúl Galán, Julio Ardiles Gray, Raúl Aráoz Anzoátegui, Manuel J. Castilla, María Adela Agudo, Nicandro Pereyra, Sara San Martín, María Elvira Juárez, José Fernández Molina son los que integran la Muestra colectiva de poemas, cuyo prólogo constituye una suerte de manifiesto de la agrupación). Entre 1944 y 1952 La Carpa publica doce libros, en su mayoría, aunque no exclusivamente, de los propios integrantes. Su sello puede ser pensado como una editorial de literatura pionera en la provincia. La fuerte impronta colectiva, la independencia respecto de plataformas institucionales y oficiales, la escasez de recursos de financiamiento, el trabajo artesanal conjunto y la notable preocupación por el aspecto gráfico del libro, son algunos de los rasgos que definen su entonces novedosa práctica editorial.
El grupo asume esta práctica como una ocupación central, que supone una amorosa entrega. La primera publicación alude, con orgullo, al trabajo artesanal de armado y cosido de los ejemplares como un modo de expresar el “cariño de todos”:
En “La Carpa” cosemos nuestros libros que más tarde saldrán a la circulación y a la benevolencia del público.
Así entregamos además de la labor personal de cada uno de nosotros, el cariño de todos expresado en el trabajo manual.
Ilustradas con dibujos o grabados de artistas como Orlando Pierri, José Nieto Palacios, Edmundo González del Real, Juanita Briones, José Luzuriaga, Luis (Lajos) Szalay, Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Lino Enea Spilimbergo, se advierte en todas las ediciones de La Carpa un especial cuidado por la belleza del libro en tanto objeto material. Según diversos testimonios, Raúl Galán –artífice del grupo– tenía un personal “empecinamiento” por la calidad de las ediciones. Poseía, además, una singular pericia en el arte gráfico. Julio Ardiles Gray recuerda que “en esa época nosotros soñábamos con lo que se llama el arte negro, que es el arte tipográfico” y que el grupo adquiere tipografías especiales hasta entonces inexistentes en la provincia, como “lotes de Garamond para hacer un trabajo fino” de imprenta.
En el modo de financiar las ediciones, hay que distinguir los primeros cuatro libros publicados en forma periódica durante 1944, de los aparecidos entre 1945 y 1952. Los primeros eran llamados “cuadernos”, cada uno de los cuales incluía un “boletín” de noticias de las actividades del grupo, y sus gastos se afrontaban colectivamente. Las ediciones posteriores, en cambio, ya no involucran el mismo grado de esfuerzo grupal, aunque se publican bajo el sello colectivo. Ardiles Gray afirma que para financiar la impresión del primer cuaderno –que a su vez era el primer libro de su autoría, Tiempo deseado–, deciden realizar una “venta anticipada de ejemplares”. Los jóvenes escritores se encargan así de vender “unos bonos que costaban cinco pesos” y por los que el adquiriente recibiría el ejemplar cuando estuviera impreso. Con la venta de bonos logran comprar solo las resmas de papel; la impresión termina siendo financiada por el dueño de la imprenta y la encuadernación siendo asumida por los mismos integrantes del grupo, quienes se reúnen a coser los ejemplares, con la ayuda de familiares y amigos, y tomando en cuenta las indicaciones de Galán.
Siguiendo el testimonio de Ardiles Gray, las ventas de ese primer libro permiten recuperar una cuarta parte del dinero invertido en la edición, suma que es volcada en el pago del siguiente volumen, los cuentos Horacio Ponce de Juan H. Figueroa. En el gesto de publicar los cuentos de Figueroa –quien no formaba parte del grupo y era visto como portador de una propuesta estética diferente–, puede notarse cómo los miembros de La Carpa actúan como editores que asumen la tarea de publicar los originales que otros autores les acercan y cuyo talento reconocen. En ese sentido, su papel puede relacionarse con la figura de editor que más adelante constituiría Alberto Burninchón (quien participa en las actividades iniciales de La Carpa) y cuyo perfil se aproxima, a su vez, al de los editores culturales que publican proyectos estéticos emergentes, pensando en el desarrollo de una literatura más que en la “contabilidad de una empresa”, según indica Victoria Cohen Imach en una semblanza de Burninchón.
El costado del beneficio económico –una de las variables que caracteriza a la edición y al editor, ese “personaje doble” que, de acuerdo con Pierre Bourdieu, sabe conciliar el arte y el dinero, el amor a la literatura y la búsqueda de beneficio–, no parece constituir un objetivo del proyecto editorial de La Carpa. Por lo tanto, no puede hablarse aún de la emergencia de un mercado editorial local. En todo caso, el sello de La Carpa parece plasmar el deseo de un grupo de escritores, quienes, precisamente desde ese lugar de escritores, asumen, con mucho entusiasmo y amor, y a la vez con seriedad y rigor, la función de editar libros en un ambiente donde las editoriales prácticamente no existen.
Nota: Un desarrollo más amplio sobre la labor editorial de La Carpa puede leerse en el prólogo de mi autoría a La Carpa. Cuadernos y boletines de 1944, reedición facsimilar de las publicaciones del grupo, de próxima aparición por el sello Humanitas (Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de Tucumán).
Foto de portada: tapa de Carne de tierra de Raúl Galán, con un dibujo del artista húngaro Luis (Lajos) Szalay.
Soledad Martínez Zuccardi (Tucumán, 1978) es Doctora en Letras y se dedica a estudiar la literatura de Tucumán. Es investigadora de CONICET e integra la cátedra de Literatura Argentina II de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNT. Autora de Entre la provincia y el continente. Modernismo y modernización en la Revista de Letras y Ciencias Sociales (Tucumán, 1904-1907) (2005) y En busca de un campo cultural propio. Literatura, vida intelectual y revistas culturales en Tucumán (1904-1944) (2012), ha editado también Cartas a Nicandro. 1943-1948 (2015) y, recientemente, La Carpa. Cuadernos y boletines de 1944 (en prensa).
¡Excelente nota Soledad! Mis sinceras felicitaciones.
Gracias, Julio!
Deseo publicar una novela relativamente corta, escrita en formato A 4 tiene 24 pág en total