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ISSN 2684-0626

 

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“El libro se ha convertido en una especie de pequeño lujo y esto es un problema central para la literatura argentina contemporánea”

Entrevista a Máximo Chehin

Por Diego Puig |

            Anécdota del redactor de esta nota: Para un taller de narrativa que coordiné este verano elegí como lectura asignada “El jugador” de Máximo Chehin. Leímos también a Chimamanda Ngozi Adichie, a María Gainza y a Sara Mesa. Cuando les pedí a los participantes del taller que ordenaran los textos de acuerdo a su preferiencia, el cuento de Chehin arrasó en la votación (sobre todo entre las y los jovenes tucumanos), muy por encima de otros grandes nombres de la literatura contemporánea.

            Así es un poco tratar con Máximo. Un escritor nacido en Aguilares y radicado en Buenos Aires que llega calladito a cualquier lugar –es afable y tranquilo pero sin ser tímido– y prontamente se convierte en el centro de los comentarios y los elogios. Así pasó también con su irrupción en la literatura argentina en 2016, cuando su nombre y el de su libro “Salir a la nieve” sorprendieron a propios y extraños al ganar el super premio de La Fundación del Libro, el ente que organiza la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.  

            Para inaugurar esta sección de entrevistas con una mirada federal a escritores argentinos contemporáneos, elegimos a Máximo por su condición dual de tucumano-que-escribe-desde-Buenos-Aires, por su talento y por su amor por la lectura. Aquí, un repaso amistoso por su ideas sobre la escritura, su presente y su futuro y su lectura de la realidad literaria argentina en la actualidad.

            Decía Ricardo Piglia que todo autor tiene un mito fundacional que impulsa su escritura, que quizá es otra manera de decir que todo escritor tiene temas recurrentes y obsesiones que atraviesan su literatura. ¿Cuál es tu mito fundacional como escritor? ¿O cuáles son tus temas y obsesiones cuando escribís?

            Me parece que lo del mito fundacional del escritor es también una especie de construcción literaria, que alimenta la idea épica / heroica del escritor (que me parece simpática, pero de la que me siento bastante lejos). En mi caso, el impulso de escribir es lo primero, y el disparador es casi siempre un hecho externo, algo que me cuentan o que veo, uno experiencia que de pronto y por un motivo indescifrable me dice “aquí hay una historia”. Después, en retrospectiva, me doy cuenta que hay temas que aparecen con frecuencia en mis textos: los vínculos afectivos, la alienación en el trabajo, la memoria. Supongo que las preocupaciones o intereses personales van permeando hacia la escritura, más allá de lo que se narre en la superficie.

            Naciste en Aguilares, Tucumán pero hace mucho tiempo vivís en Buenos Aires y escribís y publicás desde allá. ¿Te considerás un escritor tucumano o te identificás más con una literatura rioplatense? ¿Creés que significan algo los gentilicios que acompañan al nombre de un autor?

            Soy Tucumano porque en Tucumán nací y me eduqué, porque allí está mi familia, muchos de mis amigos, porque la memoria de mi infancia y mi juventud me lleva a Tucumán. Hay un modo de hablar, y también una manera de ver el mundo, me parece, que se incorporan en los años de formación y tienen mucho que ver con dónde y con quién pasamos esos años. Ahora, yo no creo que esto me convierta en un “escritor tucumano”. Me parece que estos rótulos se derivan de una visión de la literatura totalmente centrada en Buenos Aires. Para mí esto no supone ninguna tensión; no me siento obligado a escribir de cierta manera, ni a incluir tal o cual tema o geografía en lo que escribo. Yo creo, como bien dijo Abelardo Castillo, que uno escribe como puede.

            ¿Qué significa ser un escritor para vos? ¿Cuándo te sentiste un escritor por primera vez?

            Pienso que ser escritor es asumir un compromiso vital con el oficio de escribir. En los hechos, esto significa estar dispuesto a resignar comodidades materiales, tiempo con familia y amigos, ocio. También implica preparse a lidiar de manera cotidiana con la frustración, porque en general las frustraciones abundan en el ejercicio de la escritura, y las alegrías son escasas. Un amigo twiteó hace unos días que escribir un libro es una actividad solitaria que mientras sucede bordea la locura. Me parece una buena descripción.

Comencé a sentirme escritor cuando decidí que mi próximo trabajo debía permitirme algo de tiempo para escribir. Esto fue hace muchos años, cuando todavía no tenía la más remota idea de publicar o ganar un concurso.

Me sigue pareciendo una experiencia alucinante que alguien desconocido me contacte para decirme que leyó algo que escribí – o sea, que alguien esté dispuesto a dedicarle dinero y tiempo a uno de mis libros.

            Al principio de la cuarentena el año pasado, ofreciste un taller de lectura gratuito y virtual a quién quisiera sumarse y estuvo muy bueno. ¿Qué es lo que te llevó proponer y organizar ese espacio?

            Me dio la sensación de que había mucha gente que la estaba pasando mal en los primeros días de la pandemia, tanto por el encierro como por el corte de las actividades y los vínculos cotidianos. Yo estaba acostumbrado al trabajo remoto, pero de cualquier modo, luego de un par de semanas de cuarentena comencé a sentir la falta de contacto con otras personas. Pensé que dar un taller abierto de lectura podía ser una buena  manera, aunque acotada y virtual, de generar una pequeña comunidad de gente que compartiera interés en la lectura. Me sorprendió la cantidad de gente que se sumó al taller, fueron en los primeros encuentros casi cincuenta personas. Y fue una experiencia muy buena, hubo discusiones muy interesantes y enriquecedoras (imagino) para todos.

            ¿Cuáles son tus aspectos favoritos de la literatura argentina contemporánea? ¿Cuáles son los menos favoritos?

            Me parece extraordinaria la cantidad y la variedad de editoriales independientes que operan en Argentina. Estas editoriales ofrecen el espacio para que se produzca y se desarrolle una literatura diversa y potente. La feria de editoriales independientes, que crece año a año en público y cantidad de expositores (y que tuvo una muy buena edición virtual en el 2020) es una muestra de lo importante de este fenómeno en la literatura Argentina. Deben haber pocos países en el mundo con esta dinámica.

Qué cosa no me gusta: el precio de los libros. Esto tiene que ver poco con la escritura y mucho con el sistema de producción y distribución de libros, y sobre todo con cómo interviene el estado en ese proceso. Lamentablemente el libro se ha convertido en una especie de pequeño lujo, y no puede ignorarse que esto es un problema central para la literatura argentina contemporánea.

            ¿Qué escritores argentinos contemporáneos recomendás leer? ¿Por qué? ¿Lees literatura o escritores del interior? ¿Tucumanos o del Norte?

            Cuando pienso en escritores contemporáneos pienso en gente que esté escribiendo y publicando hoy, más allá de la edad. En este marco, me gusta mucho lo que hacen Carlos Busqued, Roque Larraquy, Samanta Schweblin, Selva Almada, María Gainza, Federico Falco, Margarita García (que es colombiana pero escribe y publica aquí, así que la cuento de este lado). Me gustó mucho Las Malas, de Camila Sosa Villada. Soy muy fan del colectivo Tucumán Z. El factor común es que en la producción de estos escritores hay una combinación de temas trascendentes, que tienen una dimensión social o política fuerte, con un trabajo minucioso y creativo con el lenguaje. Esto genera, para mí, una lectura placentera y estimulante.

Leo todo lo que me parece interesante. Soy muy curioso con la literatura argentina, me gusta hojear novedades en las librerías y estoy atento a las recomendaciones de personas en cuyo gusto confío. Leo poca literatura contemporánea tucumana, lamentablemente. Me gustaría leer más, pero no es fácil encontrarla.

            ¿Estás escribiendo algo actualmente o trabajando algo que sea parte de tu proyecto narrativo? ¿Podés adelantar algo? ¿Qué pueden esperar próximamente de vos los lectores?

            Estoy trabajando en una especie de novela (digo novela porque esta es la etiqueta que se usa para todo lo que es narrativo y extenso) de estructura fragmentaria, constituida por historias que tienen un mismo punto de origen pero un deriva totalmente independiente en el tiempo y el espacio. Una de estas historias es una versión ligeramente diferente del cuento “El sueño de los serbios”, que está en mi libro anterior, Salir a la nieve.

            ¿Te sentís parte de alguna tradición literaria argentina? ¿Te sentís hermanado por tu escritura con algunos escritores o escritoras actuales? ¿Pertenecés o frecuentás el circuito literario porteño? ¿El tucumano? ¿Tenés experiencias significativas con alguno de estos mundillos?

            Soy un poco un outsider del mundo literario (o de los mundillos). No estudié una carrera humanística, no trabajé en periodismo, no participé en un proyecto editorial, que suelen ser los ámbitos de donde surgen o de los que se nutren los mundillos. Además, yo parto mi tiempo entre un trabajo vinculado a mi profesión y mi oficio de escritor, con lo cual me queda poco para otras actividades. Mis amigos de la literatura vienen de grupos reducidos: escritores con quienes asistí al taller de Liliana Heker, la gente de la editorial que publicó mis libros, algunos periodistas. Son pocos, pero son muy buenos.

            Sos un gran lector y un gran escritor. ¿Cómo entendés la relación entre lectura y escritura desde tu lugar de escritor? ¿Hay alguna diferencia con leer como un lector raso? ¿Cómo operan tus lecturas en tu proyecto de escritura?

            Prefiero pensar que soy un lector agradecido, como decía Borges. Creo que hay un vínculo fundamental entre lectura y escritura, no solo porque el escritor se forja en la lectura, sino también porque la lectura cotidiana es imprescindible para mantener y mejorar el oficio. Para mí la lectura, siempre que no se haga por obligación (por ejemplo, para hacer una reseña o un trabajo académico), tiene que ser un ejercicio placentero. Eso se mantiene tal como cuando tenía once años y descubría a Julio Verne o Stephen King. Lo que tiendo a hacer cuando un libro me gusta es leerlo, o releerlo, de un modo analítico, para tratar de entender qué es lo que me llevó a pensar que un texto es muy bueno, o en todo caso para identificar las cuestiones técnicas que el autor trabajó o resolvió de manera extraordinaria. Esto es casi siempre un ejercicio inútil, porque cuando un texto nos gusta es porque el conjunto, por un motivo misterioso y en definitiva indescifrable, funciona y transmite una idea de belleza. El procedimiento analítico implica partir un texto en dimensiones, por ejemplo, el punto de vista o el trabajo sobre los personajes, que de forma aislada dicen poco.

La lectura, en mi caso, trabaja como una especie de lubricante que destraba el mecanismo de la escritura. Me acuerdo, por ejemplo, de haber encontrado una idea de forma para mi novela La vida interesante mientras leía En vida de Haroldo Conti. Me pasa también que cuando leo un texto que me parece muy bueno siento una necesidad imperiosa de ponerme a escribir.

            ¿Te interesan los debates sobre federalismo en la literatura? ¿Hay algún aspecto de esta discusión que te llame la atención o te interpele particularmente?             

            Creo que el federalismo en la literatura pasa, sobre todo, por cómo y hacia dónde se distribuyen los medios materiales para su producción y distribución. Visto el tema de este modo, es clarísimo que la literatura en Argentina no es federal, porque la concentración de recursos, editoriales, librerías, diarios y revistas literarias, distribuidoras, en Buenos Aires es abrumadora. Esto no es casual, ni se debe a una cualidad mágica de la metrópolis: es el resultado de una historia de privilegiar a Buenos Aires en desmedro del resto del país. Para mencionar un ejemplo simple, para que una editorial Tucumana pudiera tener distribución nacional de sus libros, debería contratar a una distribuidora basada en Buenos Aires. Son cosas que pueden cambiarse, con un proyecto a largo plazo que contemple estímulos bien dirigidos y reformas de fondo. Este tema, lamentablemente, no está en la agenda política de ningún partido, oficialista o de oposición.

Disfrutá de la entrevista completa, en el canal de YouTube de La Papa.

Máximo Chehin nació en 1972 en Tucumán, Argentina. Publicó los libros de cuentos Vista al Río (Editorial Bajo la luna, Buenos Aires, 2010) y Salir a la nieve (Fundación El Libro, Buenos Aires, 2017) y la novela La vida interesante (Editorial Bajo la luna, Buenos Aires 2014). Recibió varias distinciones por su obra, entre ellas el premio del Fondo Nacional de la Artes de Argentina en categoría cuento, el Premio Internacional de Cuento de la Fundación El Libro de Argentina, el Premio Nacional de Cuento otorgado por la Municipalidad de San Isidro, y el premio de crónica “La Voluntad” de la Fundación Tomás Eloy Martínez. Vive en Buenos Aires.

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