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ISSN 2684-0626

 

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Guardar libros en una heladera rota

Sobre Teoría de la novela, de Alfredo A. Díaz (Toxicxs, 2023)

Por Pablo Toblli |

Los novelistas me seducen como pocos artistas, y sospecho que son los únicos pintores renacentistas sin charlatanerías que quedan vivos.  Como un mito en extinción, erogan durante páginas y páginas una estructura que pareciera nunca agotarse y de la que, además, parecen tener contralada como una noche que no nos lacera del todo.

Alfredo A. Díaz en Teoría de la novela no escribe una novela ordenada a la manera de Stendhal, ni refunda la vanguardia del fluir de la conciencia, ni tributa Rayuela. Hace algo más. Escribe una novela estando enfermo para impugnar el mito del novelista límpido que escribe su libro con guantes inmaculados que depuró luego del torbellino. Escribe una novela afiebrado y letárgico. Quiere una sola cosa: que su novela desaparezca en medio de ecos nostálgicos de la narrativa del siglo XX, que parecen amortiguar la caída; pero fracasa una y otra vez. No puede dejar de estar aprisionado en su vacío milenario y frenético, de prosas fugaces y entradas fantasmales que nunca le dan el tenor que busca. Intenta de todo: olvidar, suprimir, enfriar el pasado en una heladera que no funciona. El resultado es un género que se corrompe en cada página.

El autor intuye que no podrá salvarse de la pulsión que lo atraganta, que exige cristalizar con la oscuridad del cuerpo y la luz pujante del espíritu que no lo deja abandonarse. Por las dudas, se arma otra retaguardia, por si la del narrador superpoderoso no le funciona, que es la del crítico y se anima a llamarle a su libro Teoría de la novela; un título potente, bellamente anacrónico y actual, vanguardista y clásico, irónico y solemne, que en un gesto salugénico y apolíneo lo haga por fin descansar y olvidar. Es que en algo se parecen los novelistas a los teóricos. Ambos quieren cosas lógicas, un organigrama de micromundos con parajes más o menos concatenados. Si hay alguien más a salvo en el mundo que un novelista es un crítico, en su cabina autosuficiente de la hermenéutica y la fiesta bien curada de los sentidos.

Alfredo A. Díaz advierte que la única teoría de la novela posible es la que nos trasmuta a escuchar una música del otro lado que logremos traducir. Una música rota, de seducciones oscuras que sugiere bandas sonoras como Babasónicos o Soda Stereo, delinean un proyecto happy-sad en donde ya no hay nada que perder o ganar, y que le permite balbucear un collage sobre una historia de amor (porque sí, porque cualquier novela que no escriba sobre el amor es falsa) que parece ser una sombra más grandilocuente a medida que el tiempo de la prosa avanza, en donde lo único que pareciera salvarnos de ella son las notas al pie que cumplen la función de un remanso humorístico o una voz más incorpórea que siempre puede pensar con menos palabras que la metralleta del lenguaje punzante que exige una novela mugrosa. En el epicentro, queda un narrador que nos hace ingresar en su afectación desbordante, para que nunca nos arropemos del todo con los guantes de la ficción que cree redimir.

Teoría de la novela es un libro de una gelatina inmersiva: bocetos, pinceladas cubistas, mails insomnes, declaraciones inoportunas, tanteos teóricos, evanescencias, conmiseraciones para no volverse del todo loco, porque la novela es el género más estructurado, pero también el más fácil de romper, o en palabras del autor:

“Una novela que a propósito no funciona narrativamente, pero que, en cambio, deviene y opera por derrame. Una novela cuyo núcleo argumental sale del texto -su preambiente- y comienza a instalarse en el “cuerpo cotidiano”, este espectro de imágenes y sonidos deliberadamente nuestro y deliberadamente ausencia -que no me atrevo a llamar realidad y que tampoco me atrevo a falsificar.

Una máquina paronoica en clave: escribir una novela para escribir una carta, escribir una carta para escribir una novela […]”.

Como un atardecer que a fuerza de belleza se inmola y difumina las sustancias del mal, para que en esa sutil alusión brillo-luctuosa nos resguardemos, Teoría de la novela es una prosa crepuscular que lucha en cada línea por un punto de vista, y lo que queda es el testimonio del dolor por haberlos vislumbrado a todos.

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