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ISSN 2684-0626

 

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La arcada del poema

Una lectura posible y fragmentaria sobre Migas o grueso calibre, de Luciana García Barraza (Aguacero Ediciones, 2025)

Por Mario Flores |

Migas o grueso calibre, compuesto por cuatro poemas numerados, es la sección que inicia en la página 95 del libro homónimo. Y porque es tanto es que una anotación al margen de la lectura también es el resultado de una sección, apenas un órgano del ecosistema. Y porque es tanta esa dimensión que sería inagotable en un único texto que se precie de ser el recorrido de una lectura. En el epílogo del libro, Maira Rivainera ilumina que “contra su deseo sabe cosas a las que les resulta indiferente cualquier pragmatismo”. Es tanta, también, la maldición de que el lector y su lectura sean siempre insuficientes. Los cuatro poemas, en números romanos, son de por sí, ya un libro que domina la generación, degeneración y extinción inminente de su ser en el lenguaje.

1. Dice Szpumberg, que le reveló Cesare Pavese, que dice que todo poema, por más hermético que sea (o por más que se fuerce la idea de actuar por escrito según un propio hermetismo), incluso en contra de nuestra voluntad cuenta una historia, como aquellas que se deshilvanan entre bares, en la mesa junto a la ventana (así dice en el prólogo de su poesía reunida). Pensaba en esa palabra, hermetismo, que en la era de la paranoIA destaza el concepto de parálisis poética (la búsqueda de un nirvana lingüístico que, en la autoridad de lo inamovible, se excusa en el silencio y en el laconismo ridículo que cabe dentro del lenguaje informático) para pasar a crear un objeto vívido, uno de esos dispositivos que no retratan el ombligo de la lengua, sino la extirpación de todo lo obvio.

En Migas o grueso calibre, la sección que viene a representar el homónimo, Luciana García Barraza (Tucumán, 1990), inicia con la debida resignación: “Desde entonces el poema que escribo / no es el poema que espero”. Se trata tanto de una cuestión de temporalidad (ese ‘entonces’) como de una cuestión de territorialidad. Porque el poema habla de lo anulado: lo que se suprime en la piel o alrededor de la misma: la palabra es una arcada. Un impulso que no predica pacifismo ni liviandad. Qué importante que la poesía publicada actualmente, pueda también desubicarse ante esa pasividad sinfónica de lo equívoco: “lo triste es que el desarme / empieza con el nacimiento”, dice el poema en dos eneasílabos que inauguran lo que se clausura en la temática del libro. Y abre claves que están en otro lado: quizás es mejor que un libro de poemas abra y cierre, se referencie en el silencio y en la sangre, no solamente en los guiños internos. La voz dice que empuja el poema con odio, como un vómito forzado. El lenguaje y su escritura, el calibre de su dimensión y corporalidad, no se aclara fácilmente: es un bruxismo. Pero no por el ejercicio catártico de la palabra “vómito”, sino por otro procedimiento técnico orgánico. El odio de la bestia original (cuando en todo el libro abundan las bestias) parece redimir la forma. Lo visceral escupe: la sustancia es viscosa y conjura la idea, no la reprime entre la racionalización de un discurso que se dice poético para incluir ciertos ítems. A saber: lo humano se desarma, el desarme es también el fuego, el fuego siempre es inesperado.

2. No escribimos los poemas que esperamos, pero leemos los poemas que son todos los violados por el mismo anciano. Es la visual lo que se dice lo cárnico, no la esperanza teleológica de las últimas consecuencias a las que el poema pretende llegar (o convencer). Desde entonces (o, desde allí, si es espacio también) el poema se contradice, o es en sí misma la contradicción.

“Todo lo que salga de tu boca desearías que fuera poema”, dice, y cuesta captar en una única frase la dimensión de ese todo: el lenguaje es bruxismo, y se mantiene en el lado oculto de aquello que se revela, de lo que se escribe con brea y con sangre. Palabras que vienen masculladas del territorio del sueño, o algo parecido donde lo que se nombra cobra este aura fantasmal, como el caballo hecho de luz mala que ilustra la tapa. Antes, Luciana García Barraza había advertido en el epígrafe del libro (o la sección) (o el capítulo de la sección del volumen que nosotros entendemos como libro): “Trabajo en la noche del saqueo / con los restos del odio”. La cita es de Laura Yasan. Y la primera aparición de la palabra ‘odio’ y ausculta el ¿paradigma? de la fuerza, quizás un cauce (para no usar el término torrente, que es demasiado bucólico) en el que lo escrito también es eternidad. Esperar el colectivo es una eternidad. Los recuerdos son una eternidad. El goce de problematizar una doctrina única del tiempo, que al pasar a la traducción de lo escrito se vuelve cuántico. “El sentido que arrastrás de otro sitio”, casi un título o una filosofía de vida, empieza a cerrar el poema.

3. Volver a la idea de Pavese: la historia indefectible. ¿Qué será la historia que late dentro sino una reversión de lo único en el plano de una mítica tan pequeña como rota? “La palabra no hará que exista lo que nombra”, dice el poema. Y es una especie de antiritual, un conjuro al revés, la revuelta mágica que no hace aparecer maravillas de la nada sino que enumera el semen y la saliva necesarios, la bilis y la muerte para la así denominada construcción de lo que ya no se borra aunque haya sido escrito con tinta digital. “Todo eso que pudiera ser poema”, dice y termina el texto. No apela a la enumeración de la lista de supermercado infinita: un par de miguitas, el resto apenas esbozado (dibujado) en la sinapsis de un lenguaje atómico que representa lo que apenas captura de la crudeza: existir en el juego del filo. “El pez por la boca muere”, reza la frase popular, y el poema lo degüella para que deje de ser una máxima de la vida. Este libro es una no máxima de la muerte.

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