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ISSN 2684-0626

 

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La carta que señala el camino

Sobre Más allá del borde, de Adriana Lucero

Por Silvia Camuña |

Hasta la publicación de Más allá del borde (Puerta Roja Ediciones, 2025), la escritura de Adriana Lucero habitaba formalmente el género narrativo[1]. Ante la pérdida de un ser amado, este salto existencial precisó otro tenor en el lenguaje para plasmarse. Saltar más allá del borde se impuso, por suerte, como única salida. Leemos en uno de los poemas finales del libro:

 

Según el Tarot

es mi hora

de ir al encuentro

dando un paso masivo

sin mirar hacia abajo

imitando solemne

al curvo salto del venado

que no piensa en el riesgo

más allá del borde…

… Nada queda ya entre este cuerpo

y el abismo.

(Fragmentos del poema “Según el Tarot”)

El lenguaje poético puede afirmar la pérdida y transformarla en una segunda adquisición, ahora interior, y de una intensidad distinta. La palabra encuentra en la poesía, como nos dice Emily Dickinson, una casa más hermosa que la prosa (Negroni, 2022), para, de pie en los versos, hacerse todas las preguntas existenciales.

Negroni (2022) define la poesía como una forma de expresión transversal, anónima y desorientada, que busca lidiar con la escisión y la pérdida, y cumple una función compensatoria, al reemplazar lo que se perdió con palabras. Al leer los poemas de Más allá del borde he revivido, como poeta y como hija, el dolor por la muerte del padre (experiencia que transité y transmuté en mi libro Tumba do), con la diferencia de que en el poemario de Adriana Lucero la muerte del padre no está nombrada como tal, pero aconteció. En su caso, la palabra poética la ha trasladado, a través del salto más allá del borde, a ser otra: la sobreviviente de un gran dolor nombrado de manera universal. El sujeto tácito de los versos (tácito: que no se entiende, percibe, oye o dice formalmente, sino que se infiere[2]) es el ser amado ausente-muerto, como si aludir a él con las palabras de la infancia, “papá”, o de la adultez, “mi padre”, fuera a detonar por segunda vez el mundo.

En una lápida escribí tu nombre

con el sudor

de la yema de mis dedos.

Una lágrima borró lo escrito

dejó un sendero acuoso entre mi gesto

y tu memoria.

El nombre no quiere ya esperar la escritura

y mientras suspendo el tiempo le pido

le imploro

que vuelva a casa

que haga ruido

que me sacuda

que grite

porque aquí el frío se siente

y no hay abrigo

sin su voz.

(Poema “En una lápida escribí tu nombre”)

El poema es zona devastada, zona de posguerra, atraviesa el libro un existencialismo crudo que nos detiene a pensar nuestra propia levedad del ser. ¿Cómo se construye el universo poético más allá del borde? La belleza de la desolación acomete en cada verso en “lluvias de fuego”, “lluvias de hielo”, “esperas sin dueños”, “calles sin esquinas”, “relatos callados”, “migajas del desvelo”, miedos hechos de agua, el silencio como una explosión de palabras no dichas.

Nombrar el cuerpo es también una forma de explorar, a través de su descripción, la condición humana y existencial. En los poemas de Más allá del borde el cuerpo se convierte en un símbolo de la mortalidad, de la desolación, de la vulnerabilidad. El cuerpo, tal como se lo conocía, se descentra ante la experiencia del dolor por la pérdida, deja de responder, pierde su unidad y existe desnudo y desperdigado:  

Aunque lo bañe en sal

y eleve una plegaria

a mitad de la tarde…

es inútil

se me ha dormido el cuerpo,

profunda e irremediablemente

todo es noche, quietud.

Todo es solo silencio.

(Fragmento del poema “Se me ha dormido el cuerpo”)

Tengo desnudos los huesos

he mudado de piel

y por ahora

la osamenta me ha quedado expuesta

exhibida impúdicamente

a merced del viento y del polvo

no sé cuándo crecerá

el tejido nuevo

que me abrigue el esqueleto

y trasvista los miedos…

(Fragmento del poema “Tengo desnudos los huesos”)

La columna, la base del cráneo, las garras del olvido, los vellos erizados, el aliento gélido, las ranuras en el pecho, la sangre espesada en las venas, los músculos rígidos, las madejas de cabello, las astillas de los huesos, construyen metáforas potentes que tejen ese mundo colapsado pero del que nacerá algo más que “embriones de deseos/ fetos de sueños”. Si bien el deseo expresado en el poema “He parido atardeceres” es “que todo quede entre mis piernas en la estrechez de una duda”, la “madre primeriza” de “todos los miedos” no ha podido sucumbir porque en la desesperación, el lenguaje la ha salvado:

Pero la palabra

no ha querido

soltarme los cabellos

mientras cabalga, contra el viento,

por encima de mis miedos

conjurando

siempre conjurando.

Con el poemario Más allá del borde, la poeta ha podido llenar el espacio de “un silencio sordo de una época sin tregua”. Leerla nos permite ver su figura cantarina del otro lado del abismo, sonriente, avanzando de nuevo. Leerla nos permite, nombrarnos en nuestro propio dolor, y hacer con tranquilidad el ritual de nuestra propia espera: 

He juntado un poco de tierra

en mi interior más profundo

para hacerme de un camino

hacia la muerte.

He formado una pila fresca

con raíces, piedras y sangre seca.

He señado el sendero

con los derroteros de mi memoria

para indicarle a la muerte

de dónde vengo

y a dónde quiero ir.

Puse carteles para marcar los desvíos

puse migajas de pan

para alertar a los distraídos.

Me he rodeado en mi centro

y estuve en mi propia periferia.

He salido y entrado

una y mil veces

para que ella

me espere sin prisa

lejos de la foresta oscura

sabiendo que no me perderé

hasta llegar a sus brazos

cuando en mi otoño

caiga

finalmente

la última hoja.

(Poema “He juntado un poco de tierra”)


[1] Extraña Presencia (2013); Entre sombras y sueños (2015); Vuelta al deseo en 40 mundos (2017); En las tierras de David, Antología de microrrelatos (2022); Fervor de Tucumán 2, Antología de microrrelatos (2024).

[2] Definición de “tácito” del Diccionario de la Lengua Española. DLE.

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