Sobre Más allá del borde, de Adriana Lucero
Por Silvia Camuña |
Hasta la publicación de Más allá del borde (Puerta Roja Ediciones, 2025), la escritura de Adriana Lucero habitaba formalmente el género narrativo[1]. Ante la pérdida de un ser amado, este salto existencial precisó otro tenor en el lenguaje para plasmarse. Saltar más allá del borde se impuso, por suerte, como única salida. Leemos en uno de los poemas finales del libro:
Según el Tarot
es mi hora
de ir al encuentro
dando un paso masivo
sin mirar hacia abajo
imitando solemne
al curvo salto del venado
que no piensa en el riesgo
más allá del borde…
… Nada queda ya entre este cuerpo
y el abismo.
(Fragmentos del poema “Según el Tarot”)
El lenguaje poético puede afirmar la pérdida y transformarla en una segunda adquisición, ahora interior, y de una intensidad distinta. La palabra encuentra en la poesía, como nos dice Emily Dickinson, una casa más hermosa que la prosa (Negroni, 2022), para, de pie en los versos, hacerse todas las preguntas existenciales.
Negroni (2022) define la poesía como una forma de expresión transversal, anónima y desorientada, que busca lidiar con la escisión y la pérdida, y cumple una función compensatoria, al reemplazar lo que se perdió con palabras. Al leer los poemas de Más allá del borde he revivido, como poeta y como hija, el dolor por la muerte del padre (experiencia que transité y transmuté en mi libro Tumba do), con la diferencia de que en el poemario de Adriana Lucero la muerte del padre no está nombrada como tal, pero aconteció. En su caso, la palabra poética la ha trasladado, a través del salto más allá del borde, a ser otra: la sobreviviente de un gran dolor nombrado de manera universal. El sujeto tácito de los versos (tácito: que no se entiende, percibe, oye o dice formalmente, sino que se infiere[2]) es el ser amado ausente-muerto, como si aludir a él con las palabras de la infancia, “papá”, o de la adultez, “mi padre”, fuera a detonar por segunda vez el mundo.
En una lápida escribí tu nombre
con el sudor
de la yema de mis dedos.
Una lágrima borró lo escrito
dejó un sendero acuoso entre mi gesto
y tu memoria.
El nombre no quiere ya esperar la escritura
y mientras suspendo el tiempo le pido
le imploro
que vuelva a casa
que haga ruido
que me sacuda
que grite
porque aquí el frío se siente
y no hay abrigo
sin su voz.
(Poema “En una lápida escribí tu nombre”)
El poema es zona devastada, zona de posguerra, atraviesa el libro un existencialismo crudo que nos detiene a pensar nuestra propia levedad del ser. ¿Cómo se construye el universo poético más allá del borde? La belleza de la desolación acomete en cada verso en “lluvias de fuego”, “lluvias de hielo”, “esperas sin dueños”, “calles sin esquinas”, “relatos callados”, “migajas del desvelo”, miedos hechos de agua, el silencio como una explosión de palabras no dichas.
Nombrar el cuerpo es también una forma de explorar, a través de su descripción, la condición humana y existencial. En los poemas de Más allá del borde el cuerpo se convierte en un símbolo de la mortalidad, de la desolación, de la vulnerabilidad. El cuerpo, tal como se lo conocía, se descentra ante la experiencia del dolor por la pérdida, deja de responder, pierde su unidad y existe desnudo y desperdigado:
Aunque lo bañe en sal
y eleve una plegaria
a mitad de la tarde…
es inútil
se me ha dormido el cuerpo,
profunda e irremediablemente
todo es noche, quietud.
Todo es solo silencio.
(Fragmento del poema “Se me ha dormido el cuerpo”)
he mudado de piel
y por ahora
la osamenta me ha quedado expuesta
exhibida impúdicamente
a merced del viento y del polvo
no sé cuándo crecerá
el tejido nuevo
que me abrigue el esqueleto
y trasvista los miedos…
(Fragmento del poema “Tengo desnudos los huesos”)
La columna, la base del cráneo, las garras del olvido, los vellos erizados, el aliento gélido, las ranuras en el pecho, la sangre espesada en las venas, los músculos rígidos, las madejas de cabello, las astillas de los huesos, construyen metáforas potentes que tejen ese mundo colapsado pero del que nacerá algo más que “embriones de deseos/ fetos de sueños”. Si bien el deseo expresado en el poema “He parido atardeceres” es “que todo quede entre mis piernas en la estrechez de una duda”, la “madre primeriza” de “todos los miedos” no ha podido sucumbir porque en la desesperación, el lenguaje la ha salvado:
Pero la palabra
no ha querido
soltarme los cabellos
mientras cabalga, contra el viento,
por encima de mis miedos
conjurando
siempre conjurando.
Con el poemario Más allá del borde, la poeta ha podido llenar el espacio de “un silencio sordo de una época sin tregua”. Leerla nos permite ver su figura cantarina del otro lado del abismo, sonriente, avanzando de nuevo. Leerla nos permite, nombrarnos en nuestro propio dolor, y hacer con tranquilidad el ritual de nuestra propia espera:
He juntado un poco de tierra
en mi interior más profundo
para hacerme de un camino
hacia la muerte.
He formado una pila fresca
con raíces, piedras y sangre seca.
He señado el sendero
con los derroteros de mi memoria
para indicarle a la muerte
de dónde vengo
y a dónde quiero ir.
Puse carteles para marcar los desvíos
puse migajas de pan
para alertar a los distraídos.
Me he rodeado en mi centro
y estuve en mi propia periferia.
He salido y entrado
una y mil veces
para que ella
me espere sin prisa
lejos de la foresta oscura
sabiendo que no me perderé
hasta llegar a sus brazos
cuando en mi otoño
caiga
finalmente
la última hoja.
(Poema “He juntado un poco de tierra”)
[1] Extraña Presencia (2013); Entre sombras y sueños (2015); Vuelta al deseo en 40 mundos (2017); En las tierras de David, Antología de microrrelatos (2022); Fervor de Tucumán 2, Antología de microrrelatos (2024).
[2] Definición de “tácito” del Diccionario de la Lengua Española. DLE.

Tucumana. Es escritora y doctora en Letras. Publicó Poemas de la montaña (Plan Nacional de Lectura, 2009), Tumba do (Editorial Huesos de jibia, 2017), Poemas del maravilloso ritual (Editorial Huesos de jibia, 2018), Poemario Cornucopia (Fondo Editorial Aconquija, 2021, Ente de Cultura de Tucumán); participó en la antología Poetas de Tucumán 1960-1990 (Editorial Humanitas, UNT, 2022) y en la Antología Reunidas (Tafí Viejo Ediciones). También incursionó en otros géneros, dramaturgia (Editorial Humanitas, 2022, Tantakuy Antología de dramaturgas del NOA, 2022), guion, y tiene publicadas novelas cortas, Miskimina (1998), Clademira y el vuelo, Relato en son para Mala (2013), Narrativa breve reunida (Gerania Editorial, 2021, 2ª edición 2024) que reúne sus novelas cortas y publica por primera vez Blanca del Barrio El Bosque. Ha recibido numerosos premios por su obra. Es además docente e investigadora.