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ISSN 2684-0626

 

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«está comprobado que una comunidad que apoya su literatura tira menos papeles en el piso»

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Literatura y gestas

Por Pablo Toblli |

El primer poemario de Guadalupe Valdez Fenik llega, ya desde el título mismo, con una intención de incomodar desde el lenguaje combativo y declarativo. Entre un gesto irónico e inocente, Drogas y un libro de poesía a la moda explora el mundo de una juventud desde una búsqueda que se reafirma, entre otras cosas, por el erotismo del yo poético que se pondera.

Para empezar, me haré cargo del entusiasmo que me genera verme de alguna forma representado en las coordenadas de una juventud en mi provincia. Drogas… me hace rememorar la forma en que aquel Tucumán cultural de comienzos de los 2000 se mapeaba en mi inconsciente, entonces, encuentro los epígrafes que elije Guadalupe para sus poemas como muy cercanos y nombrantes de toda una formación de sensibilidad, de la nuestra: cantantes pop como Luciana Tagliapietra, poetas tucumanas como Mercedes Chenaut y Elvira Orpheé. Es innegable la fuerte catarata de mujeres talentosas con las que Guadalupe conversa, tal es así que podríamos sólo leer esta obra desde los epígrafes y fantasear todo lo demás, pero es tanto lo que se puede hacer con este libro, que aquello se lo dejaré a alguien más.

Por lo pronto, me alcanza con que esta poesía me volatilice en un viaje de orgasmos, cuerpos erotizados, maneras válidas y libres de vivir la vida desde la literatura misma: ciclos de lecturas, agites literarios, rondas de conversaciones entusiastas en un grupo de chicas del interior que no les temen a las grandes ciudades. Guadalupe entiende muy bien esa frescura de la literatura como un hecho social, como una fiesta, como la pensaba Bataille, como uno de los pocos lugares que, de momento, puede suspender las preocupaciones banales, opresivas, para prometer otro encuentro, de allí la vivencia de la literatura como algo erótico, como la promesa de ese objeto sagrado que viene: “Posibilidades humanas más perdidas -más avanzadas hacia una pérdida posible- de lo que nosotros mismos podemos ser” (Bataille, 2015: 129). Entonces, la literatura nos sutura esa herida del vacío o el temor a vivir muchas vidas, o vidas más interesantes, que no podemos tomar porque no olvidamos una larga cadena de mandatos necesarios para vivir: “Dicho de otro modo, el lado profano de la vida es expulsado de la ficción y nunca vuelve en ella sino con un disfraz sagrado” (Bataille, 2015: 127).

En este sublevarnos aparecen muchas rutas pregnantes para leer el libro. Lo más claro: las nuevas formas de la feminidad; en este punto, aparece la construcción de una madre como una figura obsoleta del ser mujer. Lo particular del tratamiento del feminismo, creo, es que está inserto y tratado de manera literaria, construido en una novela familiar, con humor, como si fuese, por momentos, una película de Woody Allen, todo ello en los giros de una lengua fresca que la poeta reinventa cada tanto: “Una madre es una taquina incanísima / anchirada / que se palea / imbracable todo el día. / Habla / pirana y clautre / flota / en intrachables kelajes / y nada puede surrarla. / Una madre es una taquina incanísima”. O a veces con un lenguaje más combativo y melancólico: “Ojalá pudiera decirte mamá y no por tu nombre. “Ojalá vinieras al páramo de las lobas a liberar el cuerpo. Ojalá dejaras por unos días el cuidado de los hombres para sentir el viento”.[1]

La muerte de Atahualpa es la primera parte del libro en donde el yo se dispone a desmitificar los símbolos impolutos de la cultura del NOA, para luego construir la juventud que la poeta y sus amigas quieren: “Lo primero que hago cuando llego a la ciudad / es comprar droga y un libro de poesía / de esos poetas que están a la moda en el mundillo porteño […] En las montañas no pude escribir ni una palabra. / Acá me van a pagar por mi primera nota. / Me emociona. Mi amiga dice que los pueblos solo son para extrañarlos. / Como las montañas / y los picnic al atardecer”.

Todo está por hacerse; la luz es violeta, negra y luego verde, hay un renacer. Guadalupe refracta su juventud junto a los cuerpos deseosos; nada hay más erótico que lo que viene: “En mi cama hay un hombre hermoso que no conozco. / La luz del sol nos unifica. / La voz grave está muda. / Sólo el sonido del viento y la respiración. / Todo está por nacer.”

Como sostiene Bataille, la literatura es una fiesta, un acto feliz y noble; Guadalupe comprende eso y se desarropa la siesta de las zambas y escribe: “En algún momento dejé caer el ideal: la casa, el marido con barba y progresismo, la biblioteca enorme con raíces en las montañas. El típico sueño de los que nos vamos: volver a llevar lo que aprendimos, volver a llevar nuestro arte. ¡¡Como si allá no hubiera uno!! Invitar amigxs poetas de todas las latitudes a comer empandas sería divertido, posar de provinciana a lo Atahualpa, crear una mística de “retirarse a las montañas a crear”, etc”.

El yo poético se construye desde figuras de animales, desde lo animal sagrado, ¡qué mejor decir! como la poesía, ese zorro brillante inalcanzable. Así, la figuración de Valdez Fenik es loba, sus amigas son lobas, los chongos son lobos, ella es loba y vampira, mujer voraz, poeta joven que todavía no puede dejar de escribir de noche, en el impulso de toda gesta, a veces maldito: “Es tan cliché escribir poemas sobre la noche, pero es de noche, soy una vampira y se está muy bien fuera del ritmo de la producción universal. Mi única compañía son los libros, son la gente que está conmigo en el living. Tenemos conversaciones tan apasionantes que, a veces, me dan ganas de escribir las paredes cuando me gusta mucho lo que dicen. Como la palabra vaquelética que leí hoy, qué bien suena, vaca eléctrica, esquelética, las imagino en letras violetas. Es de noche y no necesito a nadie dice la superada, ojalá acabara los libros como acabo cuando me toco”.

Guadalupe es de mi misma generación, bordeamos los 30 años. Empezó leyendo poesía influenciada por los mismos autores que yo. Se conmovió con la noche, el vino, la fragmentación y el desgarro del imaginario del ser poeta: excéntrico, apartado, incomprendido. Sin dudas, en esta obra, Guadalupe hace un balance de eso, intenta despegarse de algunos clichés, de esos lugares comunes de la poesía, pero su cariño por los primeros amores siempre vuelve: sus montañas siempre estuvieron ahí, su noche y el desamor cada tanto reaparecen, el desconcierto de los 20 años aún está fresco. Por ello, si me permiten, la necesidad del costado irónico del título del libro, para desacralizar esa figura de poeta incendiado, bukowski, baudelariano, esa usina que fue referente para muchos poetas.

Este es sin dudas un libro de la juventud, es el libro de una poeta que en las puertas de su madurez revista su juventud. Ella misma augura, sobre el final del libro, los atisbos de una transición, porque ella seguirá escribiendo, porque ya escribió sobre lo bello de la juventud con sus dulces cofradías y, ahora, llega el desafío de seguir escribiendo, como desea en el último poema del libro, desde otros lugares, pero ¿desde cuáles?: “Ecos de la voz de la poeta resuenan entre la lírica de los tubos fluorescentes, susurra: ojalá puedas escribir sin poner tantas excusas.” Será de ahora en más, quizá,como decía el propio Bossi en una entrevista que vi por youtube, -quien a propósito escribe el prólogo de este libro-: “Escribo por las mañanas, esperando el agua para el mate, confiando en las palabras”.


[1] Los textos que no están divididos con /, corresponden a citas de poemas en prosa de Drogas y un libro de poesía a la moda 


Guadalupe Valdez Fenik nació en Tucumán en 1992, vive en CABA. Es licenciada en Filosofía y becaria doctoral del CONICET. Investiga la obra de la escritora Elvira Orphée. Cursa la maestría en Estudios literarios de la UBA y el doctorado en Ciencias Sociales de IDES-UNGS. Drogas y un libro de poesía a la moda es su primer libro.

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