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ISSN 2684-0626

 

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Los derrotados de la historia

Sobre Campamento en marcha, de Alejandro Acosta

Por Silvia Barei |

¿Cómo puede un libro de poemas contar la historia? ¿Cómo recuperar esa parte de la memoria, de la vida de un hombre que la Historia no cuenta? ¿Cómo abrazarse a lo ya invisible e inaudible, a los relatos de memorias ancestrales, a las luchas perdidas, cómo escribir los modos de recuperación que puede transmitir la poesía? ¿Cómo encontrar nuevas respuestas a través de nuevas palabras?

La poesía, de manera indirecta y metafórica, a veces incluso sin proponérselo, condensa la experiencia de los seres humanos, sus crónicas personales oscuras o luminosas y también las muchas memorias y ruinas de la historia de una nación, de una tierra, de una patria. La conciencia del lenguaje vuelve a dar vida a aquello/aquellos que han quedado ocultos, desterrados tras versiones “oficiales” sobre alguien en épocas nubladas.

La buena nueva es que desde esa oscuridad avanza, de la mano del poema, naciendo todos los días, revivido en su rebelión y apuesta latinoamericana, la figura memorable de Felipe Varela y lo hace en el libro de Alejandro Acosta, Campamento en marcha (Catamarca, 2024, segunda edición. Primera edición 2010).

“Alejandro Acosta -dice Leopoldo Castilla en la apertura del libro- aborda la gesta de Felipe Varela, el caudillo catamarqueño cuya bandera, como la de Artigas, rezaba: Naides es más que naides”.

Varela abre el poemario hablando en primera persona: “Podrán acusarme de alentar el sueño/de la revolución permanente,/pero eso fue dicho en siglos/que no rozan/ la patria de un tiempo mío;/sea un tiempo que sucede en las veletas,/consistente como sangre/ alerta/empuñadura de la sed…,tal vez/ o una pasión casi suicida”. (Triunfo)

Esa pasión “casi suicida” ocupa el despliegue de los poemas dibujando la figura de quien fuera líder del último pronunciamiento de los caudillos del interior contra la hegemonía política conquistada por Buenos Aires después Pavón. Contrario a la guerra del Paraguay, Varela fue llamado el Quijote de los Andes por el desafío que plantó al gobierno central con un reducido ejército de menos de cinco mil hombres, desde la región andina y cuyana durante varios años. Finalmente derrotado, murió exiliado en Chile en 1870, siendo presidente Sarmiento y casi al final de una guerra que nunca quiso contra otro pueblo hermano. Por entonces su nombre, como dice uno de los poemas “pesaba menos que la sombra de una libélula”.

Es decir, al detenerse en la dimensión errante y derrotada de un sujeto, el poemario pone el acento en la condición existencial de la lucha: el hecho de estar de paso, de ser espectador del mundo, de no poder entender “cómo nos hemos dejado venir abajo así”. Las pruebas de que un hecho concreto ha sucedido están a disposición de todos, solo que las interpretaciones acerca de ellas difieren. Y pueden ser verdaderas, válidas, verosímiles o mentirosas. Varela fue, en las distintas versiones de la historia argentina, un héroe o un sátrapa.

Y estas versiones plantean la dificultad de representar/ decir/ escribir un pasado que ya es una ausencia, algo que percibimos como una imagen o una escenificación y que por lo tanto, puede no haber sucedido exactamente como se lo cuenta. Es por ello, que allí, la palabra poética entroniza su verdad y su versión. Ni testimonio, ni documento, ni Historia, solo poesía que nos deja en la orilla del deslumbramiento y a la vez, de las cenizas. Nada de esto y todo, alcanzan para crear una figura que se dibuja en las canciones de la patria: zamba, pericón, escondido, huella, triunfo, estilo, malambo, baguala, huayno.

“Yo me pregunto en dónde están los valientes,/si se han ido todos/o habrá quedado alguno de aquellos/que sonríen y las lanzas llueven,/que sonríen desde el altor de sus monturas,/ si oscurece por el horizonte/ la mancha negra, el enemigo.// Harto del viento me levanto.” (Huella)

Se levanta Varela con su campamento en marcha en poemas exquisitos que cantan al ritmo y las pausas del universo, de los espacios que nos modelan, de las raíces que definen desde el pasado nuestra historia (personal y social) y a la vez, hunden sus palabras en la tierra: “A su propio peso escalará/ y por el filo del cañón ocultará su sombra/en los vestigios de una quebradita/ cuando migren las grandes arenas” (Malambo)

Es el lector quien descubre entonces, que la memoria de un tiempo casi desconocido ha necesitado escribirse como biografía, como crónica, como poesía al traernos realidades de otra época,  provocadoras, que gritan sus verdades, sus inconformismos, inclusive sus alegrías, en escenas de un mundo que termina siendo también el nuestro: “Pareceremos pobres con los bolsillos llenos de unas monedas chicas,/contando historias varias, muchas veces,/repitiendo incluso,/cuando viene a cuento, alguna historia más de una vez” (Huayno).

Porque nos hacía falta que la poesía nos volviera a contar la historia de un hombre cuyos sueños, como los de muchos derrotados de la historia, vuelven en esta escritura en la singularidad de un personaje o en la alternancia de narraciones (muchas parecen provenientes de un registro oral)  por la energía  con la que el poeta se esmera en mostrar o reflexionar, incluso a través de la insuficiencia del lenguaje, la necesidad de entender la trayectoria vital de alguien, de muchos o de todos, para hacerse cargo de su destino, sus glorias y su fracaso.


Alejandro Acosta nació en Catamarca en 1965. Es abogado y tiene editados en verso Las tramas coloridas (1988), La creciente (1990), Cuentos para una Alicia crecidita (1994) De los venenos (1996), Bohorquez o la seducción (2000), Falso testimonio (2007), Campamento en marcha (2010) y Comentarios reales del Inca (2020). Dirige la revista digital Aguardiente: creación, pensamiento y opinión (www.aguardiente.com.ar). Como músico integra la banda Baladí con la que grabó dos trabajos discográficos. Fue Subsecretario de Cultura de su provincia y obtuvo el Premio trienal de poesía (2000/02) de la Municipalidad de San Fernando del Valle de Catamarca.

Una respuesta a “Los derrotados de la historia”

  1. Excelente nota , profundas reflexiones que calan hondo en las raices de las obras, personajes y la vida misma. Felicitaciones a Alejandro Acosta Albarracín, gracias Silvia Barei. La Papa

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