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ISSN 2684-0626

 

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Mario Casacci, ocurrencias y locuras

Por Néstor Soria |

Resumido adiós

Cuando vivía en la Patagonia era tal el desamparo y la soledad que me embargaban, que solía venirme cada tres meses a Tucumán.

Aquí ya me esperaban “Lelo” González  y Mario Casacci, pues, como pactado, ligeramente, partíamos al norte buscando amigos, buenos vinos y guitarreadas.

Mario, antes de ausentarse, siempre dejaba a su mujer un largo escrito donde explicaba sobre mi llegada y la invitación a viajar por ciudades y pueblos del NOA, formalismo que con “Lelo” le reclamábamos, pues nos retrasaba. Entonces, Casacci cambió  esa tradición y en un papel escribía: mujer, me fui, etcétera.  

Salto a la libertad

Mario y “La Bulacio” o “La Bu”, como llamaba a su mujer, se disponen cada uno por su lado, a iniciar las actividades vespertinas, ella, en Ampere Electricidad, él, donde algo lo sorprenda.

Cierta vez Mario dispuso el darse una ducha antes de salir y “La Bu”, apremiada por la hora, decidió partir, se despidió con un “Chau, nos vemos a la noche”  y se marchó no sin antes cerrar la puerta con llave.

Mario terminó su aseo, se vistió y buscó su llavero para abrir la puerta y salir, pero ese adminículo no estaba. “La Bulacio”, confundida, se había llevado su llave y la de Mario. 

Imposibilitado de ejercer su libertad, tal como en una cárcel, Mario buscó y consiguió la manera de escapar.

Sacó el colchón de su cama, plaza y media y, presionando, lo hizo pasar por una ventana que daba a la calle dos pisos más arriba que el nivel de la arteria. Lo lanzó hacia la vereda, el colchón planeó y se retiró mucho hacia un cantero, posición en la que no podía saltar sin severos riesgos. Con paciencia esperó que un joven pasara cerca y a los gritos le pidió que lo acomodara tal como él lo necesitaba.

Los ojos de Mario calcularon dónde debía caer y se tiró. El resultado de su salto al vacío fue dos costillas fisuradas y golpes menores en los pies. Luego, con esfuerzo, se incorporó, tocó el timbre del portero del edificio y le pidió que le guarde el colchón hasta su regreso.   

Otra vez casi

Terminada una manifestación en contra de un gobernador militar, nos fuimos con Mario a tomar un cafecito en el bar de “El corona”. Elegimos un sitio y vimos que en una mesa cercana despartía ruidosamente un grupo de “bambys”, como él llamaba a todas las jóvenes.

Aturdidos por ese jolgorio vecino, Mario, ocurrente, me dijo, iré hasta esa mesa y las haré callar diciéndoles un poema. Y así lo hizo. Lo vi mezclado entre las jóvenes y escuché su arenga anti militares, recitada con su natural vehemencia.

Al concluir, sus versos recibieron un débil aplauso, pero una de estas mujercitas, una niña de unos 18 años, rubia y hermosa, quedó extasiada con lo escuchado.

Mario regresó a nuestra mesa y segundos después esa joven nos pidió permiso para compartir un espacio con nosotros. Yo asentí y Mario, con el diablo en la mirada vio que la suerte podía serle benévola. Minutos después el grupo de muchachas se despidió  y abandonó el bar.

La charla ya no fue entre Mario y yo, sino entre él y ella que ya habían entrelazados sus manos, razón por la cual, excusándome por la proximidad de la noche, los dejé solo y abandoné el lugar.

Al día siguiente, y como era de costumbre, regresé a “El corona” y allí estaba Mario. Ansioso por conocer el final de esa historia romancesca le dije, “¡cuente, cuente, cuente cómo terminó la noche!”, a lo que me respondió, “otra vez, casi”. 

Pollos y batahola

Cierta vez el Círculo de Viajantes de Tucumán se reunió para homenajear a no recuerdo qué compañero desaparecido. El acto, comilona y brindis abundantes de por medio, fue en un local céntrico contratado para la ocasión y atendido por un equipo de cocineros, asadores y mozos que pagaron los contertulios invitados.

Entre los asistentes Mario tenía dos o tres amigos quienes lo invitaron para que, en la sobre mesa, el poeta dijera algunos de sus exitosos versos.

Todo transcurrió “sobre rieles” hasta que a Mario se le re-despertó el apetito y, como si fuera dueño de casa, ingresó a la cocina donde a esa hora el personal, ya cumplida la actividad, bebía y comía partes de sendos pollos asados que habían sobrado. Sin saludar ni pedir permiso se apoderó de un pollo y al intentar despresarlo uno de los mozos lo increpó negándoselo y además lo echó de la cocina.

Mario no dijo nada, se dirigió hacia la puerta y como aun llevaba el pollo con él, giró y lanzó el pollo contra el grupo, para luego esconderse al fondo de las mesas que ocupaban los viajantes.

El mozo que recibió el “pollazo”, y que ya estaba medio machadito, recogió del suelo el condimentado proyectil, salió de la cocina, ubicó a Mario y le devolvió por sobre las cabezas de los comensales el pollo convertido en arma. Mario vio caer cerca de él ese envío y levantándolo lo reenvió a su adversario. Eso se prolongó por dos o tres disparos y los viajantes, sin entender qué pasaba, intervinieron. Ahí terminó la reunión. 

El perro de “Rulo”

Mario sale de “La cosechera”  acompañado por su amigo “Rulo” Cuello, son las 3 de la mañana. “Rulo” lo invita a dormir a su casa y Mario acepta. Llevan varios wiskis encima.

Llegan a la casa y “Rulo”  le dice, voy a abrir la reja y encierro a un rottweiler que es peligroso, ya mordió a muchos vecinos.

Mario, sin temer a la mala fama del perro entra atrás de “Rulo”. El perro ve al desconocido y se abalanza. Rulo no puede evitar el ataque, pero ve que cuando el rottweiler salta al cuello de Mario, el poeta lo amordaza con las dos manos, le da un beso en pleno hocico y lo larga. El perro, confundido, comienza a mover la cola y se aleja. “Rulo” nunca supo cómo pasó eso con su feroz mastín. 

*

Imagen 1:Mario Casacci y Ana Lía Madrigal (archivo privado de Ana Lía Madrigal y Néstor Soria).

Imagen 2:Mario Casacci y su mujer Lucía “La Bu” Bulacio (archivo privado de Ana Lía Madrigal y Néstor Soria).

Imagen 3:Mario Casacci, Néstor Soria, Alejandro Carrizo, “Lelo” González y Tomás González (archivo privado de Ana Lía Madrigal y Néstor Soria).

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