Por Verónica Juliano |
Cuenta alguna historia que las papas, nacidas en las profundidades del Altiplano andino, formaron parte del cuantioso botín que los conquistadores se hicieron en nuestras tierras. Al principio, las consideraron meras curiosidades botánicas. Luego, entrado el siglo XVIII, se impulsó su uso gastronómico, siendo hoy uno de los alimentos básicos más extendidos en todo el mundo.
Se sabe que la papa habita el suelo americano desde hace mucho, mucho, tiempo. Algunos estudios estiman que su primer cultivo aconteció miles de años antes de Cristo y que la variedad de papas era (y sigue siendo) considerable. De forma tal que la conquista constituye solo un acontecimiento más en la larga vida de la papa.
Además de constituir (junto al maíz) la base del consumo de los habitantes, su cosecha dirimía ciclos y marcaba finales y comienzos. La papa siempre tuvo una gran capacidad de adaptación al medio: ya sea en las alturas (hasta 4.000 m. sobre el nivel del mar) o en las planicies, la papa crecía silenciosa para ser sustento.
De todo esto se concluye que nuestros originarios tenían la papa. En forma literal y metafórica. Ellos supieron que se trataba de un noble tubérculo, de diversas maneras.
Me gusta pensar que, quizás, éste sea el mito de origen de la expresión “tener la papa”, cuyo uso encierra –como se sabe– más que alguna certeza, un ferviente deseo. Deseo de ser versátiles y diverses como la papa; deseo de tener el súper poder de la metamorfosis y la capacidad de florecer, sin importar las inclemencias del medio. Deseo de hacernos cosmos, como el zapallo macedoniano.
Tengan su papa semanal: cultivada y cosechada aquí, para ser alimento, curiosidad, abono, desecho o lo que mejor les parezca.
Verónica Juliano nació en San Miguel de Tucumán, donde reside. Es docente e investigadora en la UNT. Lleva a cabo diversas acciones vinculadas a la promoción de la lectura. Eventualmente, escribe.
Estimada papista:
Cuán larga y frondosa es la todavía no escrita historia de los alimentos americanos que enriquecieron al mundo….o al menos lo hicieron más feliz…
Cierto es… una historia nutricia de cuerpos e identidades que necesitamos. Un enorme abrazo, Marines!