Por Marco Rossi Peralta |

Nacieron en los 90, producen colectivamente y se identifican con la autogestión, ¿cómo escriben estos poetas? Voy a pensar un poco esta cuestión de la mano de un libro que me parece central. Otro libro de minitahs, con toda la ironía de su título, reúne a Sofía Landsman, Pilar Carranza, Paula Rivero y Natalia Sánchez, que integran el grupo Topas bajo la lluvia. Más que una antología son cuatro plaquetas o breves libros de cada una de ellas. Comencemos.

Este libro marca una nueva generación de poetas. Ellas nacieron en los 90, tienen menos de treinta años. Su poesía realiza un acto que a veces es revolucionario: mira a su alrededor. Algunos poetas heredan de otros ciertos temas y ciertas formas de tratarlos, los repiten una generación tras otra hasta que no significan nada y se perpetúan como un ritual. Algunas veces, hay que decirlo, un ritual con secta incluida.  Ellas salen de esa trampa de la poesía, miran a su alrededor y construyen y quiebran lo que ven: mensajes en sus pantallas, alguien que vende su alma a tarjeta naranja, un viejo que sonríe en la oficina a pesar de los policiales del noticiero, un palito en la yerba lavada en el que alguien que lo mira se reconoce y se hunde.

Hay una vuelta a la infancia que no la idealiza. Desde la descripción de cómo es coger con un teletubbie, pasando por una piba que resume su deseo en ser como Vegeta, hasta un DeLorean que vuelve al pasado para redimir a un changuito bullyneado: la infancia se mira en su complejidad. Con sus esperanzas convertirse en un superhéroe, pero también con su crueldad y sus deseos reprimidos.

Las pibas de Topas tampocole rinden culto al amor romántico, pero no lo tratan como si lo miraran desde afuera o desde arriba. Un gesto ingenuo, muchas veces tentador para nosotros, milenials y centenials que quieren cambiar el mundo. Quiero decir, no sacralizan, no tratan solemnemente los temas supuestamente solemnes, pero tampoco la ironía se come su discurso. También hay lugar para la afirmación, estos poemas saben reírse de lo que está mal en nuestro mundo y en nosotros, pero también saben decir yo creo en esto.

Cuestionan nuestra masculinidad y nos advierten, te van a decir gay, repite uno de los poemas, y enumera motivos por los que te va a pasar. Para seguir con este discurso que afirma más allá de la ironía cito textualmente: Y descubres/ que todo lo que antes te parecía normal,/ es desigualdad de derechos,/ desigualdad de oportunidades/ y que la violencia (no Dios)/ actúa de formas misteriosas. Discurso que puede ridiculizar y ridiculizarse a sí mismo, pero que también puede afirmar una identidad, personal y colectiva, y un proyecto, también personal y colectivo.

El buen signo de esto, y de nuestra generación y su producción cultural, es que somos diferentes a otra que fue marcada por la propaganda apolítica de los 90 (muchos todavía tratan de salir de ese antro). Las y los poetas que nacieron en los 90 no son lo que la hegemonía que de esa década esperaba. No somos descreídos de lo social. Tratamos de animarnos a creer con honestidad en proyectos colectivos, políticos y culturales. Y así escribimos, y así editamos, y así creo que, como muchos otros, surgió este libro, de un grupo de poetas de Santiago del Estero, que mira a su alrededor, se mira de cerca, pero que también levanta la vista y proyecta su voz.

Gustavo Yuste dice que la poesía de esta generación se caracteriza por un manejo de la brevedad y la búsqueda del impacto en espacios reducidos. Es verdad que existe una habilidad particular para la brevedad, y esto está relacionado con lo que demandan las redes sociales, particularmente Instagram y Twitter, en Facebook nunca ha triunfado ni triunfará la brevedad. Pero yo creo que hay que ver más allá, nuestra generación no se dedica sólo a publicar en redes. Los libros siguen siendo centrales, y en estos, y en particular el que estamos analizando cómo ejemplo, uno ve que las y los mismos poetas pasan de la condensación y el impacto rápido del texto breve, a la extensión, el desarrollo y la profundidad de formas más extensas, que sin embargo mantienen la intensidad. El impacto rápido y superficial no es un mal de nuestra generación, en todo caso es un mal de quienes no ven más allá de Instagram.

Lo último que quiero señalar es que esta poesía siempre está abierta a mirar a su exterior. Sale del yoismo sentimental que construía una interioridad pura. Se construye de los materiales más diversos. El universo de Disney, las películas de Lynch, Goku, el Superclásico Boca-River, una madre escuchando Alejandro Lerner, las letras de Rodrigo Bueno, los Teletubbies, los Power Rangers, la RAE, Wolverine, Titanic, constituyen siempre una referencia externa que funciona como escenario común al que escribe y al que lee. Son la presencia del otro en el poema. Se habla de los otros y se habla para los otros, tanto como se habla para sí mismo, quiero decir, tanto como esas referencias aparecen marcadas a fuego, para bien o para mal, en lo que quien escribe siente y piensa. Vemos el escenario externo de manera concreta, y vemos como una vida atraviesa y es atravesada por esos nombres propios que lo constituyen.

En fin, miradas nuevas sobre cosas nuevas, poesía viva.

Marco Rossi Peralta

Nació en 1995, vive en Tucumán. Publicó los libros Micumán (Monoambiente 2016), El Mosquito (2017) y La vida en el norte (Gerania 2018). Forma parte de las antologías Perfectxs Desconocidxs (P.D. 2017) y Salí Dulce (27 Pulqui y Almadegoma 2018), que reúne poetas del norte argentino. Es editor en La Cimarrona Ediciones.