Por Priscilla Hill |
El compendio de cuentos Salir a la nieve de Máximo Chehin obtuvo el Premio Literario de la Fundación El Libro en abril del 2017. Según el jurado, integrado por Castillo, Skármeta, Valenzuela, Divinsky y De Santis, la obra “se ha impuesto como ganadora por su alta conciencia de la estructura del cuento y por el nivel sostenido de los relatos que lo componen”. Además, los escritores destacan la versatilidad de los textos y su condición de inquietantes y atrapantes.
A cualquier lector de narrativa le gustaría tener este libro en su archivo personal de textos geniales. Más aun, en cada cuento se resuelve de la manera justa el tono, dado por la mirada sobre la materia narrativa y su intención para construir sentidos, pero también el estilo, siempre en esa zona fronteriza entre la literatura y la crónica. Doce son los cuentos que integran Salir a la nieve, pero, por razones de extensión, nos referiremos a algunos en esta reseña y a otros en la siguiente. Creemos, además, que el autor amerita varios párrafos, como fundamento principal.
En el cuento homónimo que cierra la serie del libro, un juego de cartas entre hombres en un lugar frío e inhóspito anticipa, desde varias tensiones que allí se barajan, valga la metáfora, un asesinato, avalado por la comunidad de jugadores que entiende que se trata de un ajuste de cuentas. Una cuestión de machos con sus códigos patriarcales de manada sobre la cual el narrador personaje en primera persona esboza algunos comentarios. Al leer el último cuento varias son las impresiones y reminiscencias literarias que allí gravitan: los cuentos del Borges de los primeros años, sobre compadritos, cuchilleros y destinos que acaecen sobre los hombres, algún texto de Rodolfo Walsh, el gran periodista argentino, que supo conjugar realidad y ficción e instaurar una forma particular del género en las cartografías literarias nacionales, alguna noche de frío y miedo en la que sentimos que el Horror estaba al cruzar la puerta. Lo que más me gusta de la literatura, más allá de la fascinación al leer algo en diálogo con otras cosas, es esa experiencia física del recuerdo que en los cuentos de Chehin nunca se interrumpe, aunque sí se transforma y reposa en elementos diversos.
Mi favorito, ese que daría en la escuela pero que también le recomendaría a alguien que me gusta para que se acuerde de mí, es el segundo: Un rato más. En él, la identificación con los personajes es angustiante y, sin embargo, evidente. Una pareja, aprovechando una tormenta descomunal, seguida de otras lluvias y una ola polar, decide dejar paulatinamente de trabajar hasta perder todo contacto con el afuera y consumirse en la cama, entre la parsimonia, la somnolencia y la felicidad resignada de la plena existencia, sin más que eso. En mi experiencia de lectura, este texto dialoga con La vida interesante, novela del mismo autor a la cual me referí en la columna anterior. Podríamos decir, además, que, en primera instancia, se cuenta la historia de una pareja de irresponsables, pero, en profundidad, hay una suerte de ensayo sobre la explotación, y la pereza y esa tendencia dominguera a despojarnos de todo lo que implique más esfuerzo que el de respirar.
El último de los cuentos que voy a mencionar es el primero del libro y tiene todo el estilo de una crónica de infancia en una escuela de pueblo, donde la magia está dada por las cotidianeidades de la vida que tenían, cuando niños, un valor incalculable. El cuento se llama El trompo mágico y nos acerca a la realidad de una de esas tantas figuras que con los años quedan en la memoria porque en su momento despertaban curiosidad, inquina, fascinación, de esas que perdemos con el tiempo. El Tuerto, un pibe repitente de cuarto grado, cuyo padre, como tantos padres, lo violenta, es un sensei en el manejo del trompo, ese juguetito que con el advenimiento de la digitalidad en las infancias urbanas ha quedado guardado en el baúl del ayer. El final del cuento es como el final de una buena crónica y nos acerca, de nuevo, al costado periodístico (también premiado) de Máximo Chehin.
Cuando era adolescente, mi mamá siempre me contaba una anécdota literaria, cuyos personajes no recuerdo quiénes eran, ni tampoco importa mucho: en la historia, un hombre le escribe una carta a su hija disculpándose por la tamaña extensión de la misma y al final, agrega: “te pido disculpas por escribirte una carta tan larga; es que no tuve tiempo de dedicarme a escribirte una corta”. La brevedad brillante es un lujo de pocos y una característica de ciertos géneros. En Salir a la nieve cada cuento es breve, brevísimo y, asumiendo ese riesgo contra reloj, maravilloso.
*Imagen: Salir a la nieve de Máximo Chehin, premio literario fundación el libro, 2017.

Priscilla Hill nació en Tucumán en 1991. Es Profesora en Letras por la UNT y editora en La Cimarrona Ediciones, editorial independiente y autogestiva que vio la luz en junio de 2017. Es becaria doctoral de CONICET e investiga los cruces entre las literaturas emergentes de Tucumán y las matrices de la Ley de Educación Sexual Integral (ESI) en espacios educativos de la provincia. Es docente en la Escuela Agricultura y Sacarotecnia de la UNT.
Escribió algunos cuentos cortos y muchos poemas en antologías, ideadas por editores y gestores culturales de Tucumán. Su único libro publicado hasta ahora es ‘Mamá, ¿qué es el miedo?’ (Gato Gordo, 2018) y consiste en tres cuentos breves. Este año saldrá ‘Dárselas con la noche’, un libro de poesía que la hizo padecer y dilatar varios años su publicación. La edición estuvo a cargo de Damián López, de El Andamio Ediciones, editorial sanjuanina que la contactó porque alguien compartió un poema suyo en Facebook.
Usa las redes de manera compulsiva y reniega, en vano, de su condición de millenial. Le gusta el terror en todas sus variantes, como si no bastara con la vida.
Tiene un superpoder muy molesto: pierde colectivos, siempre.